14/02/2017, 20:59
Hida mantuvo su rostro imperturbable como una estatua de mármol mientras aquel pobre chico se desahogaba. En su interior, el joven chuunin estaba llorando también; Habaki Karamaru no era sino otro muchacho al que aquel cruel mundo le había arrebatado su infancia y su ilusión. ¿Acaso no tenía derecho a estar enfadado con él? «Desde luego que sí» se respondió Hida, con una firmeza férrea. Oonindo no era ni mucho menos el mundo que él desearía para un niño. Ni siquiera se le parecía, ni por poco. Uzushiogakure era una Aldea que se preciaba de la alta calidad de vida que ofrecía a sus habitantes, pero incluso así, siempre quedaba dolor y tristeza, como una ponzoña mugrosa que fuese imposible limpiar por completo.
Silente, el chuunin se limitó a sacar un pañuelo de uno de los bolsillos de su chaleco militar y a tendérselo al muchachito. Al menos eso sí podía hacerlo.
—Te equivocas, Karamaru —dijo, al rato, el forzudo shinobi. Se había arrodillado para alinear su mirada con el rostro del chico, y su voz aunque tosca era menos agresiva—. Los ninjas conocemos bien la dureza de Oonindo. Su crueldad. Es por eso que nos alistamos... Para proteger a otros de este mundo.
Hida agachó un momento la mirada, dubitativo. La ley de la Aldea era clara, y sin embargo, allí, de madrugada en la recepción de una solitaria comisaría... Él se veía incapaz de encerrar al chico. «Él es una víctima de todo esto». Tal y como Hida lo veía, los ninjas —algunos de ellos, al menos— tenían armas para defenderse de aquel mundo hostil. Pero no así los civiles, y menos los civiles jóvenes como aquel niño.
Y se quedó allí, callado, esperando a que Karamaru le devolviese su pañuelo.
Silente, el chuunin se limitó a sacar un pañuelo de uno de los bolsillos de su chaleco militar y a tendérselo al muchachito. Al menos eso sí podía hacerlo.
—Te equivocas, Karamaru —dijo, al rato, el forzudo shinobi. Se había arrodillado para alinear su mirada con el rostro del chico, y su voz aunque tosca era menos agresiva—. Los ninjas conocemos bien la dureza de Oonindo. Su crueldad. Es por eso que nos alistamos... Para proteger a otros de este mundo.
Hida agachó un momento la mirada, dubitativo. La ley de la Aldea era clara, y sin embargo, allí, de madrugada en la recepción de una solitaria comisaría... Él se veía incapaz de encerrar al chico. «Él es una víctima de todo esto». Tal y como Hida lo veía, los ninjas —algunos de ellos, al menos— tenían armas para defenderse de aquel mundo hostil. Pero no así los civiles, y menos los civiles jóvenes como aquel niño.
Y se quedó allí, callado, esperando a que Karamaru le devolviese su pañuelo.