18/02/2017, 21:32
(Última modificación: 18/02/2017, 21:33 por Aotsuki Ayame.)
Pero lejos de amilanarse, Hazegawa soltó una risilla que hizo que Ayame apretara con fuerza los puños.
—Mantengo lo dicho, poco me importa que sea tu amigo, o lo que sea —le espetó, sin tan siquiera mirarla a la cara. Parecía estar demasiado ocupado intentando ver qué había dentro del restaurante.
—Ya está bien ¿no? Deja a la pobre chica en paz, Haze —intervino Keisuke, pero cuando Ayame volvió el rostro hacia él observó con indignación algo que, desgraciadamente, ya estaba demasiado acostumbrada a ver. Sus labios temblaban tratando de ocultar una sonrisilla, su gesto galante no era más que una tapadera para seguir riéndose de ella a sus espaldas junto a su hermano.
Al final, Hazegawa terminó por encogerse de hombros, esconder las manos en los bolsillos y echó a andar.
—Marcho ya,...no le veo sentido a esto, te veré al rato Kei-chan.
Keisuke respondió algo, pero Ayame ya no le escuchaba. Estaba demasiado ensimismada, tratando de controlar la ira que bullía en sus entrañas como un horno al rojo vivo.
—Parece que nos quedamos solos tú y yo —Su voz la sacó de sus pensamientos, pero Ayame no pudo hacer otra cosa que dirigirle una mirada armada de kunais—. Y dime, ¿tú también te irás?
—Sí. He perdido el apetito —le replicó. Y, sin mediar palabra, ella misma se dio la vuelta y entre largas zancadas se encaminó hacia su propia casa.
Con lágrimas de frustración en los ojos, Ayame se reajustó la cinta de tela sobre la frente. Ya había tenido suficientes risillas por aquel día.
Fin de la trama.
—Mantengo lo dicho, poco me importa que sea tu amigo, o lo que sea —le espetó, sin tan siquiera mirarla a la cara. Parecía estar demasiado ocupado intentando ver qué había dentro del restaurante.
—Ya está bien ¿no? Deja a la pobre chica en paz, Haze —intervino Keisuke, pero cuando Ayame volvió el rostro hacia él observó con indignación algo que, desgraciadamente, ya estaba demasiado acostumbrada a ver. Sus labios temblaban tratando de ocultar una sonrisilla, su gesto galante no era más que una tapadera para seguir riéndose de ella a sus espaldas junto a su hermano.
Al final, Hazegawa terminó por encogerse de hombros, esconder las manos en los bolsillos y echó a andar.
—Marcho ya,...no le veo sentido a esto, te veré al rato Kei-chan.
Keisuke respondió algo, pero Ayame ya no le escuchaba. Estaba demasiado ensimismada, tratando de controlar la ira que bullía en sus entrañas como un horno al rojo vivo.
—Parece que nos quedamos solos tú y yo —Su voz la sacó de sus pensamientos, pero Ayame no pudo hacer otra cosa que dirigirle una mirada armada de kunais—. Y dime, ¿tú también te irás?
—Sí. He perdido el apetito —le replicó. Y, sin mediar palabra, ella misma se dio la vuelta y entre largas zancadas se encaminó hacia su propia casa.
Con lágrimas de frustración en los ojos, Ayame se reajustó la cinta de tela sobre la frente. Ya había tenido suficientes risillas por aquel día.
Fin de la trama.