21/02/2017, 20:11
«Gentes de Amegakure... Os ofrezo una experiencia única y diferente, un reto divertido que pondrá a prueba vuestras capacidades. ¿Hay algún shinobi de verdad entre vosotros? Entonces atreveos a entrar en mi habitación y a escapar. Seguid las pistas, resolved los puzzles... ¿Qué es esto, una especie de broma? ...encontrad las llaves y escapad antes del que... del que... esto está mal, escrito. De que el tiempo se acabe. Demostrad que sois ninjas de verdad. ¿Se atreve alguno de vosotros a resolver los misterios que encierra mi habitación?»
Daruu se rascó la barbilla, pensativo, delante del cartel. Hacía una semana no estaba ahí, y ahora estaba ahí. La gente se paraba a leerlo porque le llamaba la atención. No es que fuese muy llamativo, pero es que en esa pared nunca había habido nada, y claro, se te va la vista. A Daruu se le solía ir la vista a mucho sitios.
¿He dicho que Daruu estaba delante del cartel? No, la verdad es que estaba en su casa, mirando por la ventana con su Byakugan. Claro, se podría decir que el cartel estaba delante, pero estaba muchos metros delante.
Se entrenaba a menudo forzando la vista, a ver hasta dónde podía ver. Muchas veces acababa con un dolor de cabeza importante, pero otras veces sacaba cosas en positivo, como la localización de un nuevo local donde ponen pizza. Para Daruu esto era muy importante, ojo. Tenía que mejorar su técnica, y sólo la mejoraría si probaba todas y cada una de las pizzas de Amegakure.
—Mamá, me voy a... unas cosas —se despidió, pasando por delante de la barra de la Pastelería de Kiroe-chan.
—¡Vale! Trae harina a la vuelta.
Daruu cerró la puerta y echó a andar hacia la dirección indicada en el cartel.
«Ya estamos con la harina de las narices, me cago en todo ya con la harina de los huevos. Seguro que se acaba tan rápido por todos los bollitos de vainilla que se come Kori, que no damos abasto.»
De modo que en unos minutos se plantó delante de aquél edificio abandonado al que nadie se acercaba desde que tenía uso de razón. Hacía poco que alguien lo había comprado y había hecho obras para restaurarlo. Tenía un aspecto mucho mejor de lo que recordaba, desde luego. El nuevo dueño debía ser quien había puesto los carteles.
Por supuesto, aquello no hacía que la gente se atreviera más a acercarse, de modo que el lugar estaba desierto. Es curioso, porque con el buen ojo que tenía para aquellas cosas —como a él siempre le gustaba decir—, no se había dado cuenta de que había alguien a su lado cuando se plantó en el centro de la calle y levantó la vista a las ventanas de la edificación.
Activó su Byakugan, y empezó a registrar el edificio. Si había algo allí dentro que fuese interesante, lo vería desde allí mismo.
«Ja, paredes a mi.»
Daruu se rascó la barbilla, pensativo, delante del cartel. Hacía una semana no estaba ahí, y ahora estaba ahí. La gente se paraba a leerlo porque le llamaba la atención. No es que fuese muy llamativo, pero es que en esa pared nunca había habido nada, y claro, se te va la vista. A Daruu se le solía ir la vista a mucho sitios.
¿He dicho que Daruu estaba delante del cartel? No, la verdad es que estaba en su casa, mirando por la ventana con su Byakugan. Claro, se podría decir que el cartel estaba delante, pero estaba muchos metros delante.
Se entrenaba a menudo forzando la vista, a ver hasta dónde podía ver. Muchas veces acababa con un dolor de cabeza importante, pero otras veces sacaba cosas en positivo, como la localización de un nuevo local donde ponen pizza. Para Daruu esto era muy importante, ojo. Tenía que mejorar su técnica, y sólo la mejoraría si probaba todas y cada una de las pizzas de Amegakure.
—Mamá, me voy a... unas cosas —se despidió, pasando por delante de la barra de la Pastelería de Kiroe-chan.
—¡Vale! Trae harina a la vuelta.
Daruu cerró la puerta y echó a andar hacia la dirección indicada en el cartel.
«Ya estamos con la harina de las narices, me cago en todo ya con la harina de los huevos. Seguro que se acaba tan rápido por todos los bollitos de vainilla que se come Kori, que no damos abasto.»
De modo que en unos minutos se plantó delante de aquél edificio abandonado al que nadie se acercaba desde que tenía uso de razón. Hacía poco que alguien lo había comprado y había hecho obras para restaurarlo. Tenía un aspecto mucho mejor de lo que recordaba, desde luego. El nuevo dueño debía ser quien había puesto los carteles.
Por supuesto, aquello no hacía que la gente se atreviera más a acercarse, de modo que el lugar estaba desierto. Es curioso, porque con el buen ojo que tenía para aquellas cosas —como a él siempre le gustaba decir—, no se había dado cuenta de que había alguien a su lado cuando se plantó en el centro de la calle y levantó la vista a las ventanas de la edificación.
Activó su Byakugan, y empezó a registrar el edificio. Si había algo allí dentro que fuese interesante, lo vería desde allí mismo.
«Ja, paredes a mi.»