13/06/2015, 23:38
—Sí, los shinobi ayudan a la gente... Pero a la gente de su aldea, y a cambio de dinero —Ayame suspiró profundamente, hecha un completo lío. Dialogando no estaban llegando a ningún tipo de punto en común, y realmente estaba comenzando a cansarse de pensar en aquel rompecabezas sin sentido.
Por si no fuera poco, sentía la mano derecha cada vez más pegajosa por culpa de aquellos caramelos que sostenía. De buena gana los habría tirado a cualquier lugar, ¿pero qué debía hacer? ¿Podía confiar en las intenciones de la mujer? ¿Podía correr ese riesgo? ¿Pero y si sus sospechas resultaban ser ciertas? ¿Cómo podría soportar la carga de la culpabilidad?
Ambos muchachos seguían caminando, aunque Ayame al menos no tenía un rumbo fijo. Se limitaba a seguir la senda, tratando de alejarse lo máximo posible de aquella extraña mujer. Pero se les acababa el tiempo. Tenían que tomar una decisión, y tenían que hacerlo ya.
El picor en la garganta se volvía ya prácticamente insoportable; pero aunque sabía que debería guardar el poco agua que le quedaba, no podía aguantar la sed por más tiempo. Con ciertas dificultades por tener la mano derecha ocupada, volvió a abrir la cantimplora y apuró el poco líquido que le quedaba mientras escuchaba las palabras de Juro.
«Tendré que reponerla...» Reparó, y la perspectiva de beber agua directamente de un lago no le hizo la menor gracia. Pero no tenía elección, debía mantenerse hidratada por su condición como Hōzuki.
Para su desgracia, Juro también sentía que no podía desatenderse del tema. Aunque su ultima frase le arrancó una carcajada.
—No, por supuesto no podemos decirle algo así. Y menos cuando no estamos siquiera seguros de ello. En fin... no nos queda más remedio, vamos allá.
Aún a regañadientes, encaminó sus pasos hacia la dirección aproximada que Ayame recordaba haber visto que la muchacha se dirigía.
La suerte estaba echada.
Por si no fuera poco, sentía la mano derecha cada vez más pegajosa por culpa de aquellos caramelos que sostenía. De buena gana los habría tirado a cualquier lugar, ¿pero qué debía hacer? ¿Podía confiar en las intenciones de la mujer? ¿Podía correr ese riesgo? ¿Pero y si sus sospechas resultaban ser ciertas? ¿Cómo podría soportar la carga de la culpabilidad?
Ambos muchachos seguían caminando, aunque Ayame al menos no tenía un rumbo fijo. Se limitaba a seguir la senda, tratando de alejarse lo máximo posible de aquella extraña mujer. Pero se les acababa el tiempo. Tenían que tomar una decisión, y tenían que hacerlo ya.
El picor en la garganta se volvía ya prácticamente insoportable; pero aunque sabía que debería guardar el poco agua que le quedaba, no podía aguantar la sed por más tiempo. Con ciertas dificultades por tener la mano derecha ocupada, volvió a abrir la cantimplora y apuró el poco líquido que le quedaba mientras escuchaba las palabras de Juro.
«Tendré que reponerla...» Reparó, y la perspectiva de beber agua directamente de un lago no le hizo la menor gracia. Pero no tenía elección, debía mantenerse hidratada por su condición como Hōzuki.
Para su desgracia, Juro también sentía que no podía desatenderse del tema. Aunque su ultima frase le arrancó una carcajada.
—No, por supuesto no podemos decirle algo así. Y menos cuando no estamos siquiera seguros de ello. En fin... no nos queda más remedio, vamos allá.
Aún a regañadientes, encaminó sus pasos hacia la dirección aproximada que Ayame recordaba haber visto que la muchacha se dirigía.
La suerte estaba echada.