14/06/2015, 13:32
La carcajada que soltó Daruu al escuchar sus temores la pilló totalmente desprevenida. Sobresaltada y atónita, Ayame se veía incapaz de creer que su hermano le hubiese estado engañando durante tantos años sólo para quedarse él con todos los bollitos.
—¡No puede ser! ¡Ah! ¡Por eso llega a menudo a casa cargado de bolsas y se niega a decirme lo que hay en ellas! —exclamó, cuando el martillo de la verdad la golpeó con crudeza—. ¡Pero qué egoísta! ¡No se lo voy a perdonar nunca!
El resto del paseo transcurrió en completo silencio. Ayame, aún enfurruñada por el engaño de su hermano mayor, ni siquiera se molestaba en cubrirse de la lluvia que caía sobre ellos a plomo. De hecho le gustaba sentir los dedos de lluvia acariciar sus mejillas, aunque aquello después le ocasionara una buena regañina por parte de su estricto padre al entrar completamente empapada en casa.
«Parece que no soy la única que le gusta...» Reparó, cuando vio a su acompañante apartarse a propósito varias veces de los refugios que les ofrecía las sobrias y gruesas tuberías que cubrían la ciudad y atravesaban desde lo alto las avenidas más grandes.
Tal y como le había afirmado Daruu, se estaban dirigiendo hacia su edificio. Y pronto pararon frente a la puerta de cristal de un establecimiento adornado con ladrillos de color rojo que parecían vibrar con vida propia en una atmósfera gris como era la de aldea permanentemente castigada por la lluvia. A ambos lados, dos pilares circulares a rayas blancas y rojas custodiaban la entrada. Esta estaba cubierta por un toldo de color violeta cuyo fleco rezaba "Pastelería de Kiroe-chan". Ayame había pasado incontables veces por delante de aquel local, y aunque su mirada se había visto inevitablemente atraída por los deliciosos pastelitos que se podían ver desde el exterior, siempre había apresurado el paso para alejarse del lugar, temerosa de las falsas advertencias de Kōri y de que las tentaciones la vencieran. Ahora que se había parado a contemplar la pastelería con más detenimiento, descubría que el lugar parecía realmente acogedor.
Antes de que pudiera decir algo al respecto, Daruu se adelantó y abrió la puerta para ella. Instantáneamente, un dulce y cálido aroma sedujo su nariz, y Ayame se vio empujada a entrar con cierta timidez.
—Pero Daruu-san, estamos completamente emp... —comenzó a susurrarle, pero entonces una mujer de cabellos oscuros se abalanzó sobre ella y la envolvió en un abrazo. Pillada totalmente desprevenida, la muchacha tensó todos los músculos del cuerpo en un acto reflejo. No estaba acostumbrada a aquellos gestos, y casi podía dar gracias a que no se hubiera visto impulsada a utilizar su habilidad para licuar su cuerpo.
Cuando la soltó, se apresuró a asegurarse de que la bandana siguiera firmemente aferrada sobre su frente; y, aun con el rostro ardiéndole de pura vergüenza, Ayame fue incapaz de responder a la atropellada emoción de la mujer. Kiroe actuaba como si la conociera de toda la vida, pero para ella era como si sólo la conociera de vista. De hecho, no recordaba haber cruzado palabra alguna nunca con ella. Con aquella emoción tan viva y aquel rostro tan jovial, la madre de Daruu parecía ser la parte contrapuesta a Zetsuo.
Se dejó guiar por Daruu a una de las mesas más apartadas y se sentó con las manos entrelazadas sobre las rodillas. Su acompañante le hizo una pregunta, pero Ayame, tan nerviosa que estaba, tardó algunos segundos en darse cuenta de que se estaba dirigiendo a ella.
—¿Eh? ¡Ah! Pues... eso parece, aunque yo sólo recuerdo conocerte de la academia —confesó, pues Ayame realmente no le dirigido la palabra durante todos aquellos años más que para lo estrictamente necesario. Carraspeó ligeramente, no se había dado cuenta hasta entonces pero estaba terriblemente sedienta. Por eso, mientras escuchaba las últimas palabras de Daruu, aprovechó para sacar de nuevo su cantimplora y beber un par de tragos—. Pues no, nunca me había dicho nada. Es un mentiroso —añadió, con el ceño fruncido.
—¡No puede ser! ¡Ah! ¡Por eso llega a menudo a casa cargado de bolsas y se niega a decirme lo que hay en ellas! —exclamó, cuando el martillo de la verdad la golpeó con crudeza—. ¡Pero qué egoísta! ¡No se lo voy a perdonar nunca!
El resto del paseo transcurrió en completo silencio. Ayame, aún enfurruñada por el engaño de su hermano mayor, ni siquiera se molestaba en cubrirse de la lluvia que caía sobre ellos a plomo. De hecho le gustaba sentir los dedos de lluvia acariciar sus mejillas, aunque aquello después le ocasionara una buena regañina por parte de su estricto padre al entrar completamente empapada en casa.
«Parece que no soy la única que le gusta...» Reparó, cuando vio a su acompañante apartarse a propósito varias veces de los refugios que les ofrecía las sobrias y gruesas tuberías que cubrían la ciudad y atravesaban desde lo alto las avenidas más grandes.
Tal y como le había afirmado Daruu, se estaban dirigiendo hacia su edificio. Y pronto pararon frente a la puerta de cristal de un establecimiento adornado con ladrillos de color rojo que parecían vibrar con vida propia en una atmósfera gris como era la de aldea permanentemente castigada por la lluvia. A ambos lados, dos pilares circulares a rayas blancas y rojas custodiaban la entrada. Esta estaba cubierta por un toldo de color violeta cuyo fleco rezaba "Pastelería de Kiroe-chan". Ayame había pasado incontables veces por delante de aquel local, y aunque su mirada se había visto inevitablemente atraída por los deliciosos pastelitos que se podían ver desde el exterior, siempre había apresurado el paso para alejarse del lugar, temerosa de las falsas advertencias de Kōri y de que las tentaciones la vencieran. Ahora que se había parado a contemplar la pastelería con más detenimiento, descubría que el lugar parecía realmente acogedor.
Antes de que pudiera decir algo al respecto, Daruu se adelantó y abrió la puerta para ella. Instantáneamente, un dulce y cálido aroma sedujo su nariz, y Ayame se vio empujada a entrar con cierta timidez.
—Pero Daruu-san, estamos completamente emp... —comenzó a susurrarle, pero entonces una mujer de cabellos oscuros se abalanzó sobre ella y la envolvió en un abrazo. Pillada totalmente desprevenida, la muchacha tensó todos los músculos del cuerpo en un acto reflejo. No estaba acostumbrada a aquellos gestos, y casi podía dar gracias a que no se hubiera visto impulsada a utilizar su habilidad para licuar su cuerpo.
Cuando la soltó, se apresuró a asegurarse de que la bandana siguiera firmemente aferrada sobre su frente; y, aun con el rostro ardiéndole de pura vergüenza, Ayame fue incapaz de responder a la atropellada emoción de la mujer. Kiroe actuaba como si la conociera de toda la vida, pero para ella era como si sólo la conociera de vista. De hecho, no recordaba haber cruzado palabra alguna nunca con ella. Con aquella emoción tan viva y aquel rostro tan jovial, la madre de Daruu parecía ser la parte contrapuesta a Zetsuo.
Se dejó guiar por Daruu a una de las mesas más apartadas y se sentó con las manos entrelazadas sobre las rodillas. Su acompañante le hizo una pregunta, pero Ayame, tan nerviosa que estaba, tardó algunos segundos en darse cuenta de que se estaba dirigiendo a ella.
—¿Eh? ¡Ah! Pues... eso parece, aunque yo sólo recuerdo conocerte de la academia —confesó, pues Ayame realmente no le dirigido la palabra durante todos aquellos años más que para lo estrictamente necesario. Carraspeó ligeramente, no se había dado cuenta hasta entonces pero estaba terriblemente sedienta. Por eso, mientras escuchaba las últimas palabras de Daruu, aprovechó para sacar de nuevo su cantimplora y beber un par de tragos—. Pues no, nunca me había dicho nada. Es un mentiroso —añadió, con el ceño fruncido.