12/03/2017, 08:25
Riko pudo ver en primera fila, como el hombre le dejaba paso a las cercanías del escualo, que aún se encontraba ceñido a su asiento sin reaccionar muy bien a su entorno. En cuanto éste cedió su vaso de agua, casi instintivamente; Kaido alzó su mano con la debilidad de su condición y comenzó a beber, lento. El vaso, no obstante, pareció no saciar la inmensa sed que le ataviaba, aunque de pronto el tiburón comenzó a recobrar un poco la cordura.
La vista le volvió, y pasó de ver borroso a tener más claridad, aunque no sabía realmente en dónde se encontraba en ese momento. Lo primero que pudo ver, a su costado izquierdo; era a un par de ojos violeta que le miraba con preocupación. Y luego, a un camarero, calvo y con un diente de oro; trayéndole dos vasos de agua.
Kaido los tomó los dos, y los metió practicamente en su boca. Los dientes filosos rayaron los cristales y generó un chirrido agudo que pegaba en el oido, a tal punto de que una vez tragase toda el agua; los vasos se quebrarían en el acto.
El pez escupió los pedazos de vidrio, y suspiró, aliviado. Había recuperado el color, y también la compostura.
—Mierda, pero qué agua tan buena hacéis aquí —dijo, mirando a todos lados—. y hablando de eso: ¿seréis tan amable de decirme donde cojones estoy metido?
Miró a Riko, luego al camarero; quien parecía más preocupado por tener que limpiar el desastre que por otra cosa.
Alrededor, los lugareños contemplaban la extraña escena algo consternados. Otros, muy interesados, al parecer. Aunque nadie había movido un dedo, por ahora.
La vista le volvió, y pasó de ver borroso a tener más claridad, aunque no sabía realmente en dónde se encontraba en ese momento. Lo primero que pudo ver, a su costado izquierdo; era a un par de ojos violeta que le miraba con preocupación. Y luego, a un camarero, calvo y con un diente de oro; trayéndole dos vasos de agua.
Kaido los tomó los dos, y los metió practicamente en su boca. Los dientes filosos rayaron los cristales y generó un chirrido agudo que pegaba en el oido, a tal punto de que una vez tragase toda el agua; los vasos se quebrarían en el acto.
El pez escupió los pedazos de vidrio, y suspiró, aliviado. Había recuperado el color, y también la compostura.
—Mierda, pero qué agua tan buena hacéis aquí —dijo, mirando a todos lados—. y hablando de eso: ¿seréis tan amable de decirme donde cojones estoy metido?
Miró a Riko, luego al camarero; quien parecía más preocupado por tener que limpiar el desastre que por otra cosa.
Alrededor, los lugareños contemplaban la extraña escena algo consternados. Otros, muy interesados, al parecer. Aunque nadie había movido un dedo, por ahora.