24/03/2017, 07:16
Kaido se acercó hasta los linderos próximos a Kagetsuna, aún con las asperezas que no habían podido limar. Se le paró a un lado, austero, y miró la carta a regañadientes: como si en verdad creyese que aquel pergamino lo debería haber tenido que sostener él, por más inverosímil que fuese la acción en sí.
Kurozuchi ensombreció a los dos genin con su imponente altura, desde atrás; apoyando sus dos brazos —uno por encima del cogote de cada pupilo—, y les apretujó. Leyó la carta por sí mismo, también, y espetó:
—Vaya, parece que os ha tocado una buena. Normalmente las misiones para los renacuajos como ustedes no suelen ser tan importantes —el sensei paró el pico en un gesto de sorpresa, y luego dejó libres de atadura a los miembros de su recién creado equipo ninja—. conozco al viejo Jinbë. Le vendí una espada hace un buen tiempo, es un buen tipo. Vamos yendo, hemos perdido mucho tiempo con vuestras chácharas.
Kurozuchi les guió a través de la aldea, trayecto que les duró aproximadamente unos diez minutos. Era una mañana concurrida como ninguna otra, donde los lugareños trabajaban fuertemente y sin descanso a pesar de la incesante lluvia que les ataviaba cada día, noche, y madrugada. Y es que si pensasen en aguardar a que el diluvio se detuviera para poder laborar y producir como era debido, probablemente morirían de hambre todos en menos de lo que canta un gallo.
Se podía decir que el centro comercial de Amegakure, seguro uno de los más avanzados en cuanto a mercancía y comercios disponibles se refiere; era quizá el sector popular más concurrido por lo que llegar hasta las instalaciones de la tienda del señor Jinbë no fue tarea sencilla debido a ello.
Aunque, cuando por fin dieron con el gran galpón, fue fácil discernir que era el lugar correcto. A las afueras del mismo yacía un amplio cartel adornado con luces de neón con el apellido de la familia y el nombre del negocio mencionado en el pergamino.
El sensei se adentró, hizo sonar una campanita al abrir la puerta, y esperó a que Kaido y Kagetsuna entrasen.
El tiburón se abalanzó hasta el interior del lugar sintiéndose dueño de él, de alguna forma. Miró a todos lados, una y otra vez, encontrándose a simple vista con una recepción sencilla, donde había unos cuantos asientos de madera, cuadros decorativos, y algunas revistas para leer sobre la mesa. Al otro lado del inmenso separador de mármol, yacían dos mujeres atendiendo a los presentes, aunque sin señales del verdadero jefe.
Kurozuchi se acercó a una de ellas y comenzó a hablar entredientes. Kaido, tomó asiento, e increpó a Kagetsuna a que lo hiciera. Si había que esperar, no lo haría aburriéndose, desde luego.
—Mira, ya que los dos estamos atados a éste maldito equipo, creo que lo mejor será... llevarnos bien. Digamos que intentaré no arrancarte la cabeza mientras debamos trabajar juntos, aunque como sigas con esa cara de viejo amargado "oh, mira; soy Kagetsuna el tuerto y me creo muy madurito" me temo que va a ser difícil. Así que hagamos un trato: tratémonos como colegas de profesión, más que todo para no fallar misiones ni despertar la ira de los tatuajes de el tal Kurozuchi. Nos conviene a los dos.
Kaido alzó el brazo y estiró la mano, para estrechársela a su compañero.
»¿Qué dices?
Kurozuchi ensombreció a los dos genin con su imponente altura, desde atrás; apoyando sus dos brazos —uno por encima del cogote de cada pupilo—, y les apretujó. Leyó la carta por sí mismo, también, y espetó:
—Vaya, parece que os ha tocado una buena. Normalmente las misiones para los renacuajos como ustedes no suelen ser tan importantes —el sensei paró el pico en un gesto de sorpresa, y luego dejó libres de atadura a los miembros de su recién creado equipo ninja—. conozco al viejo Jinbë. Le vendí una espada hace un buen tiempo, es un buen tipo. Vamos yendo, hemos perdido mucho tiempo con vuestras chácharas.
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Kurozuchi les guió a través de la aldea, trayecto que les duró aproximadamente unos diez minutos. Era una mañana concurrida como ninguna otra, donde los lugareños trabajaban fuertemente y sin descanso a pesar de la incesante lluvia que les ataviaba cada día, noche, y madrugada. Y es que si pensasen en aguardar a que el diluvio se detuviera para poder laborar y producir como era debido, probablemente morirían de hambre todos en menos de lo que canta un gallo.
Se podía decir que el centro comercial de Amegakure, seguro uno de los más avanzados en cuanto a mercancía y comercios disponibles se refiere; era quizá el sector popular más concurrido por lo que llegar hasta las instalaciones de la tienda del señor Jinbë no fue tarea sencilla debido a ello.
Aunque, cuando por fin dieron con el gran galpón, fue fácil discernir que era el lugar correcto. A las afueras del mismo yacía un amplio cartel adornado con luces de neón con el apellido de la familia y el nombre del negocio mencionado en el pergamino.
El sensei se adentró, hizo sonar una campanita al abrir la puerta, y esperó a que Kaido y Kagetsuna entrasen.
El tiburón se abalanzó hasta el interior del lugar sintiéndose dueño de él, de alguna forma. Miró a todos lados, una y otra vez, encontrándose a simple vista con una recepción sencilla, donde había unos cuantos asientos de madera, cuadros decorativos, y algunas revistas para leer sobre la mesa. Al otro lado del inmenso separador de mármol, yacían dos mujeres atendiendo a los presentes, aunque sin señales del verdadero jefe.
Kurozuchi se acercó a una de ellas y comenzó a hablar entredientes. Kaido, tomó asiento, e increpó a Kagetsuna a que lo hiciera. Si había que esperar, no lo haría aburriéndose, desde luego.
—Mira, ya que los dos estamos atados a éste maldito equipo, creo que lo mejor será... llevarnos bien. Digamos que intentaré no arrancarte la cabeza mientras debamos trabajar juntos, aunque como sigas con esa cara de viejo amargado "oh, mira; soy Kagetsuna el tuerto y me creo muy madurito" me temo que va a ser difícil. Así que hagamos un trato: tratémonos como colegas de profesión, más que todo para no fallar misiones ni despertar la ira de los tatuajes de el tal Kurozuchi. Nos conviene a los dos.
Kaido alzó el brazo y estiró la mano, para estrechársela a su compañero.
»¿Qué dices?