25/03/2017, 23:09
—Ahora con mi cara no te prometo nada, que es la única que tengo —dijo Kagetsuna, a lo que Kaido no tuvo más remedio que responder con un ademán de evidente resignación. Pensó que si a él le pidieran quitarse la cara de chulo que siempre lleva pintada, no podría hacerlo bajo ningún concepto; así que entendía completamente al tuerto.
Kagetsuna, sin embargo, se tomó la estúpida libertad de hacer una última acotación. Y es que no creía que él y el tiburón pudiesen a llegar ser amigos, sino sólo cooperantes en una asignación oficial de la que no podrían zafarse. Que entendiendo ese punto en particular, todo marcharía bien.
Kaido decidió continuar con su actitud mediadora, y terminó de estrechar la mano del tuerto.
—Lo que tu digas, compañero; lo que tu digas...
Poco después de eso, Kurozuchi les llamó con un sonoro silbido. Ambos pudieron ver como las conversaciones del sensei habían dado sus frutos, y de cómo las puertas de la recepción se encontraban abiertas sólo para ellos tres. El sensei se atrevió a entrar primero que todos, esperando que tanto Kaido como Kagetsuna le acompañasen.
Una vez dentro, se encontrarían con dos pasillos a cada extremo. Kurozuchi tomó el de la izquierda, y más adelante se adentró a una de las numerosas habitaciones.
Allí adentro se encontraba un hombre de avanzada edad sentado en una ostentosa silla de madera, revisando un par de documentos. Tenía un frondoso bigote grisáceo cubriéndole el rostro, y unos pocos reflejos de cabello que aún cubrían parte de su cabeza. Vestía de forma humilde, sin embargo, a pesar de suponer ser el patriarca de una de las familias más importantes a nivel comercial de la aldea.
Era el señor Jinbë, sin lugar a dudas.
—¡Bienvenidos, bienvenidos! tomad asiento, por favor —movió los brazos consternado por el desorden y habló de nuevo, con su voz carrasposa—. lamento el desastre. Hemos tenido muchos encargo los últimos días, casi no he dormido revisando tantos manifiestos...
—No te preocupes. ¿Hemos llegado a buena hora, o regresamos luego?
—No, está bien. Habéis aparecido justo a tiempo. Así que vosotros me ayudaréis hoy, ¿eh?... a ver, a ver. Cuéntenme un poco de ustedes.
Jinbë arrojó media sonrisa, y miró a los genin. Les evaluaba, como si necesitase saber si eran de confianza. Después de todo, lo que estaba a punto de compartir con ellos era información privilegiada de su negocio. Kaido se sintió ligeramente nervioso por la introspectiva observación del patriarca Utaga, a lo que respondió con una de las suyas.
—Me llamo Umikiba Kaido, tengo la piel azul y soy un ninja jodidamente asombroso. No hay peligro que me aceche, ni obstáculo que me detenga... si quiere proteger su negocio, mejor espere a que el tiburón venga.
Aquello lo había recetado como un eslogan comercial. Pensó que haría algo de gracia, aunque normalmente elegía los momentos menos adecuados.
Kagetsuna, sin embargo, se tomó la estúpida libertad de hacer una última acotación. Y es que no creía que él y el tiburón pudiesen a llegar ser amigos, sino sólo cooperantes en una asignación oficial de la que no podrían zafarse. Que entendiendo ese punto en particular, todo marcharía bien.
Kaido decidió continuar con su actitud mediadora, y terminó de estrechar la mano del tuerto.
—Lo que tu digas, compañero; lo que tu digas...
Poco después de eso, Kurozuchi les llamó con un sonoro silbido. Ambos pudieron ver como las conversaciones del sensei habían dado sus frutos, y de cómo las puertas de la recepción se encontraban abiertas sólo para ellos tres. El sensei se atrevió a entrar primero que todos, esperando que tanto Kaido como Kagetsuna le acompañasen.
Una vez dentro, se encontrarían con dos pasillos a cada extremo. Kurozuchi tomó el de la izquierda, y más adelante se adentró a una de las numerosas habitaciones.
Allí adentro se encontraba un hombre de avanzada edad sentado en una ostentosa silla de madera, revisando un par de documentos. Tenía un frondoso bigote grisáceo cubriéndole el rostro, y unos pocos reflejos de cabello que aún cubrían parte de su cabeza. Vestía de forma humilde, sin embargo, a pesar de suponer ser el patriarca de una de las familias más importantes a nivel comercial de la aldea.
Era el señor Jinbë, sin lugar a dudas.
—¡Bienvenidos, bienvenidos! tomad asiento, por favor —movió los brazos consternado por el desorden y habló de nuevo, con su voz carrasposa—. lamento el desastre. Hemos tenido muchos encargo los últimos días, casi no he dormido revisando tantos manifiestos...
—No te preocupes. ¿Hemos llegado a buena hora, o regresamos luego?
—No, está bien. Habéis aparecido justo a tiempo. Así que vosotros me ayudaréis hoy, ¿eh?... a ver, a ver. Cuéntenme un poco de ustedes.
Jinbë arrojó media sonrisa, y miró a los genin. Les evaluaba, como si necesitase saber si eran de confianza. Después de todo, lo que estaba a punto de compartir con ellos era información privilegiada de su negocio. Kaido se sintió ligeramente nervioso por la introspectiva observación del patriarca Utaga, a lo que respondió con una de las suyas.
—Me llamo Umikiba Kaido, tengo la piel azul y soy un ninja jodidamente asombroso. No hay peligro que me aceche, ni obstáculo que me detenga... si quiere proteger su negocio, mejor espere a que el tiburón venga.
Aquello lo había recetado como un eslogan comercial. Pensó que haría algo de gracia, aunque normalmente elegía los momentos menos adecuados.