16/06/2015, 16:33
Siguieron adelante, recorriendo el sendero que la mujer les había señalado anteriormente. Poco a poco el camino comenzó a empinarse, y a los pocos minutos Ayame pronto el torso para tratar de ganar impulso. El arrullo de la cascada se perdió en la distancia, y transcurrido otro rato, los árboles comenzaron a alzarse a sus sendos lados.
—Eso... espero... —respondió, entre resuellos fatigados, y tragó saliva con esfuerzo. Era lo último que les faltaba ya, perderse en mitad de un bosque que ambos desconocían sin más alimento que unos caramelos de dudosa salubridad.
El camino se estrechó y la vegetación comenzó a invadirlo. Más de una vez se vieron obligados a esquivar alguna que otra rama, a saltar alguna mata espinosa o simplemente buscar el camino más despejado; pero, por fortuna, parecía que no iban mal encaminados. El bosque se abrió de nuevo, y ambos muchachos se encontraron en una zona despejada de vegetación. Las aguas del lago resplandecieron seductoras bajo los rayos del sol, y Ayame sintió un ligero cosquilleo en su mano derecha.
«Concéntrate. Aún puedes aguantar un poco más.» Se dijo.
Y es que en la orilla del lago yacía sentada una joven algo más mayor que ambos. Vestía con un simple vestido negro que contrastaba con sus cabellos dorados, que ahora caían sobre su espalda como una cascada mientras trataba de peinarlos. Balbuceaba para sí, aparentemente desesperada, y Ayame volvió a sufrir un amago de inseguridad. Y, por si fuera poco, Juro volvía a cederle el don de la palabra.
La muchacha ladeó la cabeza pensativa, y poco después le miró de reojo.
—Espera... —susurró, y haciendo acopio del escaso valor que sentía, dio un paso al frente—. Buenos días... eh... señorita —trató de llamar su atención, con una sonrisa nerviosa. Seguía con el puño que sujetaba los caramelos firmemente cerrado junto a su cadera—. No quisiera entrometemerme, pero... ¿podemos ayudarla en algo? Parece preocupada.
—Eso... espero... —respondió, entre resuellos fatigados, y tragó saliva con esfuerzo. Era lo último que les faltaba ya, perderse en mitad de un bosque que ambos desconocían sin más alimento que unos caramelos de dudosa salubridad.
El camino se estrechó y la vegetación comenzó a invadirlo. Más de una vez se vieron obligados a esquivar alguna que otra rama, a saltar alguna mata espinosa o simplemente buscar el camino más despejado; pero, por fortuna, parecía que no iban mal encaminados. El bosque se abrió de nuevo, y ambos muchachos se encontraron en una zona despejada de vegetación. Las aguas del lago resplandecieron seductoras bajo los rayos del sol, y Ayame sintió un ligero cosquilleo en su mano derecha.
«Concéntrate. Aún puedes aguantar un poco más.» Se dijo.
Y es que en la orilla del lago yacía sentada una joven algo más mayor que ambos. Vestía con un simple vestido negro que contrastaba con sus cabellos dorados, que ahora caían sobre su espalda como una cascada mientras trataba de peinarlos. Balbuceaba para sí, aparentemente desesperada, y Ayame volvió a sufrir un amago de inseguridad. Y, por si fuera poco, Juro volvía a cederle el don de la palabra.
La muchacha ladeó la cabeza pensativa, y poco después le miró de reojo.
—Espera... —susurró, y haciendo acopio del escaso valor que sentía, dio un paso al frente—. Buenos días... eh... señorita —trató de llamar su atención, con una sonrisa nerviosa. Seguía con el puño que sujetaba los caramelos firmemente cerrado junto a su cadera—. No quisiera entrometemerme, pero... ¿podemos ayudarla en algo? Parece preocupada.