28/03/2017, 15:44
El desconocido se rió entre dientes. Karamaru había pronunciado su nombre mal.
—Mi nombre es Keiji. Y son mis hijos de quien hablas —explicó con una media sonrisa— Soy un jōnin, me han mandado una misión importante que me obligará a estar unos días fuera, pero no tengo a nadie que se quede con los niños, por eso pedí que viniera alguien. Pasa, Karamaru-san.
Keiji se internó en su hogar, esperando que le siguieran. Era una vivienda de aspecto normal, ni demasiado opulenta ni demasiado humilde. Sus muebles se centraban en la practicidad y no había ningún tipo de decoración que el calvo pudiera ver. Los llantos se fueron haciendo más sonoros según se acercaron a la sala principal del lugar.
En ella habían tres niños. Uno de ellos, el más mayor, tenía el pelo corto y negro, tez rosada, iba vestido con unos pantalones largos de tono veis y un jersey de lana blanco. Mantenía un semblante ausente, sentado en uno de los sofás de la sala, concentrado en ver un programa de superhéroes infantil que estaban emitiendo en la televisión. Luego estaba el hijo mediano, rubio, de tez pálida y de pelo que le llegaba hasta los omóplatos, solo vestía con un pantalón corto violeta. Era él el que estaba llorando desconsoladamente, por algún motivo desconocido para Karamaru, tirado en el suelo. Finalmente, el más pequeño de todos era un bebé de poco más de un año, durmiendo en una cuna en uno de los extremos de la habitación, ajeno a todo. Era rechoncho y extremadamente rosado, todavía no tenía pelo.
—Estos son mis diablillos. Se llaman Tanabe, Yuki y Mitsunari —dijo, señalando a cada uno respectivamente— Te recomiendo ser muy paciente con ellos, pueden ser niños difíciles. Ahora si me disculpas un momento, tengo que seguir preparándome las cosas para el viaje. Di hola mientras tanto.
Como había dicho, Keiji se fue, internándose en alguna parte del lugar no conocida por el calvo. Los jóvenes pasaban completamente de él.
—Mi nombre es Keiji. Y son mis hijos de quien hablas —explicó con una media sonrisa— Soy un jōnin, me han mandado una misión importante que me obligará a estar unos días fuera, pero no tengo a nadie que se quede con los niños, por eso pedí que viniera alguien. Pasa, Karamaru-san.
Keiji se internó en su hogar, esperando que le siguieran. Era una vivienda de aspecto normal, ni demasiado opulenta ni demasiado humilde. Sus muebles se centraban en la practicidad y no había ningún tipo de decoración que el calvo pudiera ver. Los llantos se fueron haciendo más sonoros según se acercaron a la sala principal del lugar.
En ella habían tres niños. Uno de ellos, el más mayor, tenía el pelo corto y negro, tez rosada, iba vestido con unos pantalones largos de tono veis y un jersey de lana blanco. Mantenía un semblante ausente, sentado en uno de los sofás de la sala, concentrado en ver un programa de superhéroes infantil que estaban emitiendo en la televisión. Luego estaba el hijo mediano, rubio, de tez pálida y de pelo que le llegaba hasta los omóplatos, solo vestía con un pantalón corto violeta. Era él el que estaba llorando desconsoladamente, por algún motivo desconocido para Karamaru, tirado en el suelo. Finalmente, el más pequeño de todos era un bebé de poco más de un año, durmiendo en una cuna en uno de los extremos de la habitación, ajeno a todo. Era rechoncho y extremadamente rosado, todavía no tenía pelo.
—Estos son mis diablillos. Se llaman Tanabe, Yuki y Mitsunari —dijo, señalando a cada uno respectivamente— Te recomiendo ser muy paciente con ellos, pueden ser niños difíciles. Ahora si me disculpas un momento, tengo que seguir preparándome las cosas para el viaje. Di hola mientras tanto.
Como había dicho, Keiji se fue, internándose en alguna parte del lugar no conocida por el calvo. Los jóvenes pasaban completamente de él.