4/04/2017, 19:54
Kazeyōbi, día 27 de Caída de Pétalo del año 217
Se detuvo en seco frente al portal. O habría sido en seco, si no fuera por los charcos que inundaban de manera permanente el asfalto de Amegakure. Le daba igual. Necesitaba recobrar el aliento. Ni siquiera le importaba llegar empapada de los pies a la cabeza. Tenía el pasaporte que le haría pasar por encima de la ira de su padre. Y lo tenía justo sobre la frente.
Entró en el portal con el corazón palpitándole con fuerza en las sienes y la adrenalina bañando todo su cuerpo. Sentía que en cualquier momento podía ponerse a dar saltos, que podría llegar a volar si lo deseaba... pero se contuvo lo mejor que pudo y se dirigió al ascensor. Nunca el ascenso hasta el décimo piso se le había hecho tan largo. Nunca el constante rumor del motor hidráulico que impulsaba aquella cosa le había parecido tan molesto... Ayame había comenzado a golpetear el suelo repetidamente con el talón cuando la campanilla anunció con su característico tintineo el final del trayecto. Las puertas se abrieron, y Ayame se abalanzó al exterior. Recorrió el pasillo entre zancadas y se plantó frente a la segunda puerta. Con las manos temblorosas por la emoción, buscó en su bolsillo la llave y la introdujo con cierta torpeza en la cerradura. Se abrió con un pequeño chasquido...
—He... ¡He vuelto!
A su voz le respondió el sonido de varias sillas arrastrándose y el alboroto de varias personas abalanzándose hacia el pasillo desde el comedor. Zetsuo fue el primero en llegar, igual de imponente que siempre pero claramente alterado. La recorrió de arriba a abajo con la mirada, y sus ojos de águila se detuvieron inmediatamente sobre su frente.
—¡He aprobado! —sonrió, orgullosa, ajustándose la bandana sobre la frente en un intento de hacerla más visible.
Zetsuo relajó los hombros, se acercó a ella, y, tras un instante de incertidumbre, le revolvió el pelo.
—Esa es mi chica —murmuró en voz baja. Tras él, Kōri... sonreía—. ¡Pero vienes empapada! ¿Qué cojones te he dicho sobre la existencia de los paraguas en esta casa? ¡No son demonios ni bestias mitológicas?
Ayame se maldijo para sus adentros. Al parecer, su ascenso a genin no había bastado para enmascarar su delito.
—Oh... yo... —trató de excusarse, pero se interrumpió al darse cuenta de que no estaban solos.
Había alguien más en el pasillo...