16/04/2017, 20:43
Tras llegar a un acuerdo con el dueño no debían haber más problemas, pero por alguna razón el pez parlante no podía estar ni diez minutos sin armar una jodida bronca con alguien. Kagetsuna vio de reojo a los dos hombres con una total indiferencia, sintiendo vergüenza ajena por la escenita que acaba de montar el escualo. Así, simplemente se limitó a aceptar la última oferta del viejo Jinbë.
La sala en la que se encontraba parecía tener lo mínimo para atender a los posibles compradores. Desde el amueblado hasta las pinturas, poseían un estilo que distaba mucho de lo tradicional y abrazando más el lujo y el derroche. Incluso había una dulcera de cristal con grabados finos y cuyo brillo parecía una distorsión de distintos colores del espectro.
—Y que lo digas.— Milagrosamente estaban de acuerdo en algo. —Nada como ganar dinero a costillas de los endeudados mientras te pasas todo el día rascándote la entrepierna. Aunque, según he escuchado lo malo de ser hombre de negocios es tener lidiar con mucha gente idiota.— Admitió mientras se metía uno de los exóticos caramelos a la boca, recostado sobre el respaldo de una silla acojinada y con las piernas apoyadas sobre una mesita de centro que ahí se encontraba.
En realidad, pese a su actitud autodestructiva no tenía inconvenientes en darse un respiro de vez en cuando, si le diesen la opción de tirarse en calzoncillos a una piscina de billetes no rechazaría la oferta. Eso sí, no era alguien materialista, era más conformista que otra cosa, pero si pudiera darle una mejor calidad de vida a su familia estaría dispuesto a ello.
—Oeh, ¿y que opinas de Kurozuchi? Para mí al menos mucha cara de sensei no tiene.— Aprovechó para preguntar viendo que Kaido ya no estaba tan arisco.
La sala en la que se encontraba parecía tener lo mínimo para atender a los posibles compradores. Desde el amueblado hasta las pinturas, poseían un estilo que distaba mucho de lo tradicional y abrazando más el lujo y el derroche. Incluso había una dulcera de cristal con grabados finos y cuyo brillo parecía una distorsión de distintos colores del espectro.
—Y que lo digas.— Milagrosamente estaban de acuerdo en algo. —Nada como ganar dinero a costillas de los endeudados mientras te pasas todo el día rascándote la entrepierna. Aunque, según he escuchado lo malo de ser hombre de negocios es tener lidiar con mucha gente idiota.— Admitió mientras se metía uno de los exóticos caramelos a la boca, recostado sobre el respaldo de una silla acojinada y con las piernas apoyadas sobre una mesita de centro que ahí se encontraba.
En realidad, pese a su actitud autodestructiva no tenía inconvenientes en darse un respiro de vez en cuando, si le diesen la opción de tirarse en calzoncillos a una piscina de billetes no rechazaría la oferta. Eso sí, no era alguien materialista, era más conformista que otra cosa, pero si pudiera darle una mejor calidad de vida a su familia estaría dispuesto a ello.
—Oeh, ¿y que opinas de Kurozuchi? Para mí al menos mucha cara de sensei no tiene.— Aprovechó para preguntar viendo que Kaido ya no estaba tan arisco.