19/04/2017, 11:40
(Última modificación: 29/07/2017, 02:07 por Amedama Daruu.)
—La Ciudad Fantasma son las ruinas de una antigua ciudad tres veces más grande que Amegakure y Shinogi-to juntas. Sin embargo, el ataque del Gobi hace diez años la borró del mapa, junto a todos sus habitantes.
Daruu tragó saliva, bajó la mirada y continuó la marcha. El ataque del Gobi había sucedido cuando él era poco más que un bebé, y aún así, el relato de la tragedia le despertaba todo tipo de sentimientos terroríficos. Se imaginó una ciudad grandiosa, próspera, siendo reducida a unas ruinas por un monstruo gigante. Se imaginó allí dentro, encima de uno de los rascacielos, como cuando subía al Torreón de la Academia. Se imaginó allí, viendo un monstruo sin forma dirigirse hacia él con las fauces abiertas, pisando el asfalto, derruyendo otras torres, matando a sus amigos, familia.
Le temblaron las piernas, y sintió un duro escalofrío. Dejó de imaginar.
Ayame gimió delante de él y cayó de rodillas al suelo. Kori se agachó corriendo para asistirla, y Daruu activó su byakugan, mirando rápidamente alrededor, por si algo o alguien les había atacado. Desactivó el byakugan, aliviado, pero justo antes de hacerlo le pareció detectar...
—¿...estás bien? —Kori parecía seriamente preocupado.
Daruu activó de nuevo su byakugan.
—Ha... ¿Habéis oído eso...? —gimoteó Ayame.
Kori le dirigió la mirada. Daruu se afanó entonces por desactivar el byakugan, intimidado por los orbes inquisidores del Hielo.
—¿Le... pasa algo en la espalda? Me ha parecido ver... un chakra blanquecino. O no... No sé...
Ayame lo miró de reojo brevemente y se reincorporó.
—Nada. He debido imaginarlo. Estoy bien, sólo he tropezado.
—Yo también... He debido imaginarlo, pero...
Volvió a activar su byakugan. Estaba ahí, claramente. Una mancha blanquecina, tenue pero presente, con pequeños destellos rojizo-anaranjados, que palpitaba como el latir de un corazón.
—¿Qué... es eso?
Daruu tragó saliva, bajó la mirada y continuó la marcha. El ataque del Gobi había sucedido cuando él era poco más que un bebé, y aún así, el relato de la tragedia le despertaba todo tipo de sentimientos terroríficos. Se imaginó una ciudad grandiosa, próspera, siendo reducida a unas ruinas por un monstruo gigante. Se imaginó allí dentro, encima de uno de los rascacielos, como cuando subía al Torreón de la Academia. Se imaginó allí, viendo un monstruo sin forma dirigirse hacia él con las fauces abiertas, pisando el asfalto, derruyendo otras torres, matando a sus amigos, familia.
Le temblaron las piernas, y sintió un duro escalofrío. Dejó de imaginar.
Ayame gimió delante de él y cayó de rodillas al suelo. Kori se agachó corriendo para asistirla, y Daruu activó su byakugan, mirando rápidamente alrededor, por si algo o alguien les había atacado. Desactivó el byakugan, aliviado, pero justo antes de hacerlo le pareció detectar...
—¿...estás bien? —Kori parecía seriamente preocupado.
Daruu activó de nuevo su byakugan.
—Ha... ¿Habéis oído eso...? —gimoteó Ayame.
Kori le dirigió la mirada. Daruu se afanó entonces por desactivar el byakugan, intimidado por los orbes inquisidores del Hielo.
—¿Le... pasa algo en la espalda? Me ha parecido ver... un chakra blanquecino. O no... No sé...
Ayame lo miró de reojo brevemente y se reincorporó.
—Nada. He debido imaginarlo. Estoy bien, sólo he tropezado.
—Yo también... He debido imaginarlo, pero...
Volvió a activar su byakugan. Estaba ahí, claramente. Una mancha blanquecina, tenue pero presente, con pequeños destellos rojizo-anaranjados, que palpitaba como el latir de un corazón.
—¿Qué... es eso?