18/06/2015, 15:49
A juzgar por el cambio en el gesto de la joven, había reconocido los caramelos que Ayame aferraba en su mano derecha. Dejó escapar el aire por la nariz cuando la vio guardar el objeto punzante en su bolsillo trasero, aliviada al creer que la tensión se había relajado un tanto.
No podía siquiera sospechar hasta qué punto se equivocaba... Y ni siquiera alcanzó a sospecharlo cuando una escalofriante sonrisa curvó los labios de la mujer.
«¿Pero qué demonios le pasa a esta familia? ¡Están todos locos!» Ayame entrecerró los ojos ligeramente al escuchar su reto. Estaba comenzando a perder la paciencia.
Y aún así tragó saliva con esfuerzo. Sus iris se desplazaron ligeramente hacia su mano aún alzada, la que sujetaba los dulces. Sentía un extraño peso en ella, el peso del más absoluto terror, y fue entonces cuando recordó que ellos mismos sospechaban que aquellos dulces pudieran estar envenenados de algún modo. Su intención había sido la de buscar a la hija de la mujer y advertirle del peligro, pero se habían visto arrinconados súbitamente entre la espada y la pared. Una gota de sudor frío se deslizó por su sien, y el recuerdo de las advertencias que le daba su padre acerca de aceptar comida de manos de extraños comenzó a sonar como un lejano eco en su recuerdo.
La voz temblorosa de Juro la devolvió a la realidad súbitamente. La muchacha dio un pequeño brinco, y entonces dirigió la mirada a su compañero.
—No —le respondió, con firme decisión. Sin moverse del sitio, se acuclilló y dejó los caramelos sobre una piedra lisa. Algunos de ellos seguían pegados a su piel, y la kunoichi tuvo que hacer de tripas corazón entre gestos de asco para desprenderlos. Entonces alzó la mirada hacia la mujer—. Mira, te voy a ser completamente sincera. Nosotros no sabemos si estos caramelos están o no envenenados. Hemos venidos siguiendo las instrucciones de tu madre por voluntad propia, no estamos de servicio ni nadie nos ha pagado por hacer esto, lo hemos hecho porque hemos querido.Porque en realidad veníamos a advertirte: A nosotros ya nos pareció extraño que confiara en dos desconocidos de repente y que le diera dulces a su hija estando enferma del estómago. Si te digo la verdad, no confío en estos caramelos, he llegado a sospechar que tu madre trataba de envenenarte y confiar la tarea a dos shinobi desconocidos.
»Por eso no voy a arriesgar mi vida en algo de lo que ni siquiera estoy segura. Nosotros ya hemos cumplido con los que se nos ha mandado, ahora es decisión tuya confiar en esos caramelos, volver para comprobar el estado de tu madre, o lo que sea que quieres hacer. Ahora, si nos disculpas...
Volvió a levantarse, apoyando la mano limpia sobre las rodillas para hacerlo, y se dio media vuelta dispuesta a abandonar el claro.
No podía siquiera sospechar hasta qué punto se equivocaba... Y ni siquiera alcanzó a sospecharlo cuando una escalofriante sonrisa curvó los labios de la mujer.
«¿Pero qué demonios le pasa a esta familia? ¡Están todos locos!» Ayame entrecerró los ojos ligeramente al escuchar su reto. Estaba comenzando a perder la paciencia.
Y aún así tragó saliva con esfuerzo. Sus iris se desplazaron ligeramente hacia su mano aún alzada, la que sujetaba los dulces. Sentía un extraño peso en ella, el peso del más absoluto terror, y fue entonces cuando recordó que ellos mismos sospechaban que aquellos dulces pudieran estar envenenados de algún modo. Su intención había sido la de buscar a la hija de la mujer y advertirle del peligro, pero se habían visto arrinconados súbitamente entre la espada y la pared. Una gota de sudor frío se deslizó por su sien, y el recuerdo de las advertencias que le daba su padre acerca de aceptar comida de manos de extraños comenzó a sonar como un lejano eco en su recuerdo.
La voz temblorosa de Juro la devolvió a la realidad súbitamente. La muchacha dio un pequeño brinco, y entonces dirigió la mirada a su compañero.
—No —le respondió, con firme decisión. Sin moverse del sitio, se acuclilló y dejó los caramelos sobre una piedra lisa. Algunos de ellos seguían pegados a su piel, y la kunoichi tuvo que hacer de tripas corazón entre gestos de asco para desprenderlos. Entonces alzó la mirada hacia la mujer—. Mira, te voy a ser completamente sincera. Nosotros no sabemos si estos caramelos están o no envenenados. Hemos venidos siguiendo las instrucciones de tu madre por voluntad propia, no estamos de servicio ni nadie nos ha pagado por hacer esto, lo hemos hecho porque hemos querido.Porque en realidad veníamos a advertirte: A nosotros ya nos pareció extraño que confiara en dos desconocidos de repente y que le diera dulces a su hija estando enferma del estómago. Si te digo la verdad, no confío en estos caramelos, he llegado a sospechar que tu madre trataba de envenenarte y confiar la tarea a dos shinobi desconocidos.
»Por eso no voy a arriesgar mi vida en algo de lo que ni siquiera estoy segura. Nosotros ya hemos cumplido con los que se nos ha mandado, ahora es decisión tuya confiar en esos caramelos, volver para comprobar el estado de tu madre, o lo que sea que quieres hacer. Ahora, si nos disculpas...
Volvió a levantarse, apoyando la mano limpia sobre las rodillas para hacerlo, y se dio media vuelta dispuesta a abandonar el claro.