18/06/2015, 16:36
Durante un instante, su mirada se cruzó con la de Daruu y percibió en sus ojos castaños un suave brillo que acompañaba a una sonrisa que ella no había visto hasta el momento. Se ruborizó ligeramente, preguntándose por qué su corazón había comenzado a latir de manera frenética, pero prefirió ignorar aquel extraño cosquilleo en su pecho y hacer como si nada hubiese sucedido.
—¡Pues claro! Como parte del clan Hōzuki, soy una mujer de agua, por lo que debo mantenerme siempre hidratada —respondió, con henchido orgullo—. ¡No puedo permitir que me pillen desprevenida y estar deshidratada! ¡Por eso tengo que beber mucho!
Sin embargo, la simple mención del chocolate casi le hizo babear, literalmente. Se había quedado mirando a su acompañante con los ojos muy abiertos, y casi saltó de su asiento cuando mencionó las palabras "dulce" y "chocolate" en la misma frase.
—¡Me encanta el chocolate! ¡Y dulce es mejor aún! —exclamó, inclinándose ligeramente hacia delante. Aunque un ligero brillo de decepción cruzó de repente sus ojos—. A mi padre no le gusta el dulce... así que no hace chocolate siquiera. De hecho le encantaría que me gustara el café, pero yo lo odio —añadió, con una sonrisa y una divertida mueca.
Kiroe llegó entonces con una bandeja cargada con dos vasos y dos bollos que colocó frente a los dos muchachos. Cuando Ayame percibió el color marrón y la textura cremosa del batido de chocolate, cuando el olor llegó hasta su nariz, sus ojos comenzaron a hacer chiribitas.
—M... ¡Muchas gracias, Kiroe-san! —se apresuró a decir, antes de que la mujer se fuera por donde había venido.
Entonces tomó el vaso con manos temblorosas, temerosa de que aquel delicioso sueño fuera a desvanecerse súbitamente en cualquier momento como si no fuera más que un espejismo. Se llevó la pajita a los labios, y cuando el dulce líquido se deslizó por su garganta gimió para sus adentros.
—¡Qué rico está! —se relamió.
Daruu le formuló una nueva pregunta que logró sorprenderla. ¿Qué le gustaba hacer aparte de servir como kunoichi? No muchas personas le habían hecho una pregunta así. De hecho, no recordaba que nadie lo hubiera hecho.
«¿Qué me gusta hacer?» Casi era como si ella misma no se lo hubiese planteado nunca antes.
—Pues... A veces canto —admitió, con un nuevo rubor y una sonrisa nerviosa—. Pero nunca frente a otros, claro. También me gusta dibujar, y sobre todo los animales. Me gusta pasear cerca del agua, y me gusta la naturaleza. La hecho de menos entre tanto asfalto y tantos rascacielos, por eso suelo acudir al Gran Lago.
»¿Y qué hay de ti, Daruu-san?
—¡Pues claro! Como parte del clan Hōzuki, soy una mujer de agua, por lo que debo mantenerme siempre hidratada —respondió, con henchido orgullo—. ¡No puedo permitir que me pillen desprevenida y estar deshidratada! ¡Por eso tengo que beber mucho!
Sin embargo, la simple mención del chocolate casi le hizo babear, literalmente. Se había quedado mirando a su acompañante con los ojos muy abiertos, y casi saltó de su asiento cuando mencionó las palabras "dulce" y "chocolate" en la misma frase.
—¡Me encanta el chocolate! ¡Y dulce es mejor aún! —exclamó, inclinándose ligeramente hacia delante. Aunque un ligero brillo de decepción cruzó de repente sus ojos—. A mi padre no le gusta el dulce... así que no hace chocolate siquiera. De hecho le encantaría que me gustara el café, pero yo lo odio —añadió, con una sonrisa y una divertida mueca.
Kiroe llegó entonces con una bandeja cargada con dos vasos y dos bollos que colocó frente a los dos muchachos. Cuando Ayame percibió el color marrón y la textura cremosa del batido de chocolate, cuando el olor llegó hasta su nariz, sus ojos comenzaron a hacer chiribitas.
—M... ¡Muchas gracias, Kiroe-san! —se apresuró a decir, antes de que la mujer se fuera por donde había venido.
Entonces tomó el vaso con manos temblorosas, temerosa de que aquel delicioso sueño fuera a desvanecerse súbitamente en cualquier momento como si no fuera más que un espejismo. Se llevó la pajita a los labios, y cuando el dulce líquido se deslizó por su garganta gimió para sus adentros.
—¡Qué rico está! —se relamió.
Daruu le formuló una nueva pregunta que logró sorprenderla. ¿Qué le gustaba hacer aparte de servir como kunoichi? No muchas personas le habían hecho una pregunta así. De hecho, no recordaba que nadie lo hubiera hecho.
«¿Qué me gusta hacer?» Casi era como si ella misma no se lo hubiese planteado nunca antes.
—Pues... A veces canto —admitió, con un nuevo rubor y una sonrisa nerviosa—. Pero nunca frente a otros, claro. También me gusta dibujar, y sobre todo los animales. Me gusta pasear cerca del agua, y me gusta la naturaleza. La hecho de menos entre tanto asfalto y tantos rascacielos, por eso suelo acudir al Gran Lago.
»¿Y qué hay de ti, Daruu-san?