18/06/2015, 19:38
A pesar de que el vendaval convertía su voz en un susurro, apenas audible a unos metros de distancia, quien quiera que fuese que caminaba delante de ella pareció oírla. La figura se detuvo, haciéndose más distinguible conforme Kunie se acercaba a paso ligero. Escuchó como el dueño de aquella misteriosa silueta gritaba algo de 'cagarse en no sé qué', para poco después voltearse. Ahora la chica podía verle con claridad.
Era un muchacho, más o menos de su edad, alto y fornido, con pintas de haber entrenado duramente su cuerpo. Sólo con verle, Kunie pudo deducir rápidamente que no era de por allí cerca. Ni siquiera del país. De pelo y ojos color azabache, lo más característico era un tono de piel muy moreno que nadie, y digo nadie, podría haber conseguido jamás en la Lluvia. En su rostro se plasmó una expresión de alivio bastante evidente.
- ¡Sí, soy de por aquí! - contestó la chica, gritando para hacerse oír por encima de la tormenta.- ¡Conozco un sitio donde resguardarnos! ¡Debería quedar a unos cinco minutos al Este! - agregó, señalando con uno de los brazos hacia el sendero de barro y lodo que se extendía por la llanura.
Una ráfaga de viento especialmente violenta azotó el lugar, y Kunie tuvo que sujetar su capa de viaje con ambas manos para no perderla. Aquel chico, por el contrario, no llevaba prenda alguna para guardarse de la lluvia, sino una especie de abanico gigantesco que le colgaba a la espalda. Estaba empapado como los charcos que sembraban el camino aquí y allá. Kunie echó a andar hacia el refugio.
- ¡Venga, acompáñame antes de que cojas una pulmonía!
Era un muchacho, más o menos de su edad, alto y fornido, con pintas de haber entrenado duramente su cuerpo. Sólo con verle, Kunie pudo deducir rápidamente que no era de por allí cerca. Ni siquiera del país. De pelo y ojos color azabache, lo más característico era un tono de piel muy moreno que nadie, y digo nadie, podría haber conseguido jamás en la Lluvia. En su rostro se plasmó una expresión de alivio bastante evidente.
- ¡Sí, soy de por aquí! - contestó la chica, gritando para hacerse oír por encima de la tormenta.- ¡Conozco un sitio donde resguardarnos! ¡Debería quedar a unos cinco minutos al Este! - agregó, señalando con uno de los brazos hacia el sendero de barro y lodo que se extendía por la llanura.
Una ráfaga de viento especialmente violenta azotó el lugar, y Kunie tuvo que sujetar su capa de viaje con ambas manos para no perderla. Aquel chico, por el contrario, no llevaba prenda alguna para guardarse de la lluvia, sino una especie de abanico gigantesco que le colgaba a la espalda. Estaba empapado como los charcos que sembraban el camino aquí y allá. Kunie echó a andar hacia el refugio.
- ¡Venga, acompáñame antes de que cojas una pulmonía!