21/04/2017, 23:33
(Última modificación: 29/07/2017, 02:09 por Amedama Daruu.)
Daruu volvió a realizar aquel gesto con la mano, agitándola para restarle importancia al asunto.
—No tiene por qué pasar nada, alguna vez me he hospedado allí con mamá. He hecho este viaje otras veces, ¿recuerdas?
—Sí... pero... —balbuceó Ayame, hundiendo la mirada en el suelo avergonzada por sentirse tan asustada.
—Hay un par de sitios que no están mal, para los estándares de Shinogi-to. Las camas son muy incómodas, pero al menos las habitaciones están limpias. Siempre hemos tenido que lidiar con algún idiota, pero con Kōri-sensei a nuestro lado, dudo que tengamos nada que te...
Daruu se vio interrumpido por el inesperado traqueteo de un carro que se acercaba hacia ellos en el camino y que iba conducido por un hombre corpulento que comandaba a dos caballos.
—Tomates —murmuró Daruu, con aquellas venas hinchadas de nuevo adornando la periferia de sus ojos.
Ayame le miró interrogante, pero enseguida encontró la respuesta a su pregunta muda. El carro en cuestión iba cargado hasta arriba de cajas que contenían lustrosos tomates que lucían con orgullo un intenso color rojo.
—A mí no me gustan, pero, ¿tienes algo en contra de los tomates? —se rio Ayame.
Kōri volvió sobre sus pasos y salió al encuentro del repentino invitado. Y sólo cuando el carro se hubo detenido por completo, se dirigió a su conductor.
—Buenos días, señor —saludó, con una respetuosa inclinación de su cabeza—. ¿Hacia dónde se dirige? Vamos de camino a Yukio, y me gustaría saber si le supondría un gran problema acercarnos, aunque fuera una parte del trayecto.
Mientras seguían con sus negociaciones, Ayame se había acercado, curiosa, a uno de los caballos y alzaba con lentitud una mano, deseosa de acariciarlo.
—No tiene por qué pasar nada, alguna vez me he hospedado allí con mamá. He hecho este viaje otras veces, ¿recuerdas?
—Sí... pero... —balbuceó Ayame, hundiendo la mirada en el suelo avergonzada por sentirse tan asustada.
—Hay un par de sitios que no están mal, para los estándares de Shinogi-to. Las camas son muy incómodas, pero al menos las habitaciones están limpias. Siempre hemos tenido que lidiar con algún idiota, pero con Kōri-sensei a nuestro lado, dudo que tengamos nada que te...
Daruu se vio interrumpido por el inesperado traqueteo de un carro que se acercaba hacia ellos en el camino y que iba conducido por un hombre corpulento que comandaba a dos caballos.
—Tomates —murmuró Daruu, con aquellas venas hinchadas de nuevo adornando la periferia de sus ojos.
Ayame le miró interrogante, pero enseguida encontró la respuesta a su pregunta muda. El carro en cuestión iba cargado hasta arriba de cajas que contenían lustrosos tomates que lucían con orgullo un intenso color rojo.
—A mí no me gustan, pero, ¿tienes algo en contra de los tomates? —se rio Ayame.
Kōri volvió sobre sus pasos y salió al encuentro del repentino invitado. Y sólo cuando el carro se hubo detenido por completo, se dirigió a su conductor.
—Buenos días, señor —saludó, con una respetuosa inclinación de su cabeza—. ¿Hacia dónde se dirige? Vamos de camino a Yukio, y me gustaría saber si le supondría un gran problema acercarnos, aunque fuera una parte del trayecto.
Mientras seguían con sus negociaciones, Ayame se había acercado, curiosa, a uno de los caballos y alzaba con lentitud una mano, deseosa de acariciarlo.