22/04/2017, 00:06
"El Oasis de Jiru-sama", aquel era el nombre que recibía la modesta posada de Todoku. Tal y como se esperaba de un lugar tan rústico como era aquel pequeño pueblo, el edificio no se quedaba para nada atrás. Pese a su aspecto, claramente modesto, se notaba que los encargados lo cuidaban con un mimo exquisito. Todo estaba limpio, todo estaba ordenado, y todo estaba decorado con esmero. Además, un agradable aroma a lavanda invadía el ambiente, haciendo la estancia aún más acogedora si cabía.
Cuando Ayame se acercó a la recepción, la que salió a su encuentro fue una mujer más bien entrada en carnes, de rostro redondeado como un bollo de pan, y piel bastante pálida, aunque con las mejillas arreboladas. La mujer en cuestión la miró con ojos de cordero, pero Ayame enseguida sintió sus ojos clavados en su frente y, en un acto reflejo, se aseguró de que la bandana seguía bien ajustada en torno a ella.
—¡Bienvenida al Oasis de Jiru-sama! —le sonrió, con voz cantarina y aguda—. [sub=salmonDonde tendrás la mejor experiencia que Kodoku te puede dar. Tenemos cuartos disponibles con desayuno y cena incluido, paquetes de guías turísticos y tickets privilegiados para el festival de la Línea de los Dioses. Has venido al lugar correcto, jovencita. ¿En qué le puedo ayudar, damita-chan?[/sub]
—Yo... bueno... quería alquilar una habitación para esta noche —balbuceó, con cierta torpeza. Aquellos trámites los solían llevar su padre o su hermano cuando salían fuera de casa. Por norma general, y si podía evitarlo, ella no solía abrir la boca y se limitaba a contemplar la escena mientras curioseaba a su alrededor. Pero le tocaba crecer y madurar. Era hora de que se encargara de sus propios problemas. Y por eso infló el pecho yseñaló con orgullo—: ¡He venido a ver la Línea de los Dioses!
Como prácticamente todos los que habían ido hasta allí. Idiota.
Cuando Ayame se acercó a la recepción, la que salió a su encuentro fue una mujer más bien entrada en carnes, de rostro redondeado como un bollo de pan, y piel bastante pálida, aunque con las mejillas arreboladas. La mujer en cuestión la miró con ojos de cordero, pero Ayame enseguida sintió sus ojos clavados en su frente y, en un acto reflejo, se aseguró de que la bandana seguía bien ajustada en torno a ella.
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Como prácticamente todos los que habían ido hasta allí. Idiota.