22/04/2017, 00:12
(Última modificación: 29/07/2017, 02:11 por Amedama Daruu.)
—A mí no me gustan, pero, ¿tienes algo en contra de los tomates? —rio Ayame.
Daruu negó con la cabeza.
—N-no, es que me acababa de imaginar esta escena precisamente en la cabeza y me pregunto si me estoy volviendo loco ya o algo.
Kori se dio la vuelta y caminó hacia el carro. El buen hombre del carruaje tuvo a bien detenerse frente a ellos.
—Buenos días, señor —Inclinó la espalda ligeramente—. ¿Hacia dónde se dirige? Vamos de camino a Yukio, y me gustaría saber si le supondría un gran problema acercarnos, aunque fuera una parte del trayecto.
Ayame se acercó a uno de los caballos y levantó la mano, acercándola al animal. Daruu se acercó rápidamente y la llamó con un psst.
—Oye, oye —susurró—. Deja a los caballos, Ayame-san. ¿Y si se asustan y salen corriendo?
El caballo al que estaba a punto de acariciar Ayame giró la cara hacia ellos y los observó un momento. La agachó al encuentro de la mano de Ayame, pero justo cuando estaba a punto de tocar su piel, resopló y les llenó a ambos de babas.
Daruu se apartó y se limpió la cara con la manga del jersey.
—¡Aaay, qué ascoooo! —gimió.
—No sé, no sé... —dijo el mercader—. Por una parte, no me vendría mal tener algo de protección, sobretodo cuando pasemos cerca de Shinogi-to. Y sé que estaríais encantados de ayudar a un pobre samaritano si deciden asaltarlo. —Sonaba más a exigencia que a comentario sin más, pero al fin y al cabo él iba a llevarles, de no ser porque—: Sin embargo, como podéis ver, llevo la parte de atrás hasta arriba de tomates. Y van hasta Yukio, nada menos, sí. Me temo que no hay mucho espacio para vosotros. Como mucho, cabemos tres en la parte de delante, y muy apretados. Y si alguno se sube encima de los tomates, me los aplasta. Además, las dos pobres yeguas mías son viejas, y aunque robustas, no sé si podrían cargar con tanta gente, conmigo y con los tomates...
Daruu negó con la cabeza.
—N-no, es que me acababa de imaginar esta escena precisamente en la cabeza y me pregunto si me estoy volviendo loco ya o algo.
Kori se dio la vuelta y caminó hacia el carro. El buen hombre del carruaje tuvo a bien detenerse frente a ellos.
—Buenos días, señor —Inclinó la espalda ligeramente—. ¿Hacia dónde se dirige? Vamos de camino a Yukio, y me gustaría saber si le supondría un gran problema acercarnos, aunque fuera una parte del trayecto.
Ayame se acercó a uno de los caballos y levantó la mano, acercándola al animal. Daruu se acercó rápidamente y la llamó con un psst.
—Oye, oye —susurró—. Deja a los caballos, Ayame-san. ¿Y si se asustan y salen corriendo?
El caballo al que estaba a punto de acariciar Ayame giró la cara hacia ellos y los observó un momento. La agachó al encuentro de la mano de Ayame, pero justo cuando estaba a punto de tocar su piel, resopló y les llenó a ambos de babas.
Daruu se apartó y se limpió la cara con la manga del jersey.
—¡Aaay, qué ascoooo! —gimió.
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—No sé, no sé... —dijo el mercader—. Por una parte, no me vendría mal tener algo de protección, sobretodo cuando pasemos cerca de Shinogi-to. Y sé que estaríais encantados de ayudar a un pobre samaritano si deciden asaltarlo. —Sonaba más a exigencia que a comentario sin más, pero al fin y al cabo él iba a llevarles, de no ser porque—: Sin embargo, como podéis ver, llevo la parte de atrás hasta arriba de tomates. Y van hasta Yukio, nada menos, sí. Me temo que no hay mucho espacio para vosotros. Como mucho, cabemos tres en la parte de delante, y muy apretados. Y si alguno se sube encima de los tomates, me los aplasta. Además, las dos pobres yeguas mías son viejas, y aunque robustas, no sé si podrían cargar con tanta gente, conmigo y con los tomates...