22/04/2017, 15:19
(Última modificación: 29/07/2017, 02:09 por Amedama Daruu.)
En vistas de lo que Ayame estaba a punto de hacer, Daruu se apresuró a acercarse a ella y la chistó:
—Oye, oye —le susurró—. Deja a los caballos, Ayame-san. ¿Y si se asustan y salen corriendo?
Ayame, con la mano paralizada en el aire, se volvió hacia su compañero y le dirigió un mohín.
—Pero si no le voy a hacer nada, sólo quiero tocarlo... Es tan bonito... —le replicó—. Además, es imposible que salgan corriendo, están atados al carro.
Mientras tanto, Kōri seguía su particular negociación con el dueño del carromato.
—No sé, no sé... —dijo el mercader—. Por una parte, no me vendría mal tener algo de protección, sobretodo cuando pasemos cerca de Shinogi-to. Y sé que estaríais encantados de ayudar a un pobre samaritano si deciden asaltarlo.
Aquello había sonado más como una exigencia, pero Kōri asintió conforme. Era un pago justo, a cambio de que les hiciera el trayecto más corto. Pero no podía ser tan fácil.
—Sin embargo, como podéis ver, llevo la parte de atrás hasta arriba de tomates. Y van hasta Yukio, nada menos, sí. Me temo que no hay mucho espacio para vosotros. Como mucho, cabemos tres en la parte de delante, y muy apretados. Y si alguno se sube encima de los tomates, me los aplasta. Además, las dos pobres yeguas mías son viejas, y aunque robustas, no sé si podrían cargar con tanta gente, conmigo y con los tomates...
—Entiendo... —respondió El Hielo, pensativo.
—¡Aaay, qué ascoooo!
—¡Lo ves! ¡Está jugando!
Las exclamaciones de los dos chicos le hizo volverse. Ayame se reía, mientras que Daruu torcía el gesto en la mueca de asco más profunda que había visto en mucho tiempo. No era para menos, pues ambos estaban cubiertos por una sustancia líquida, viscosa y transparente... Babas de caballo.
—Chicos, no es momento para jugar —les regañó, aunque por su átono tono de voz nadie poría haberlo dicho.
—¡Lo siento, Kōri... -sensei! —exclamó Ayame, que enseguida se acercó a él.
—Ayame, Daruu-kun, viajaréis con este hombre sobre su carro y le protegeréis de cualquier amenaza que pueda surgir.
Ayame parpadeó, confundida.
—¿Y qué pasa contigo?
—Yo viajaré por otros medios, pero me mantendré lo suficientemente cerca como para tener un ojo siempre encima de vosotros. ¿Entendido?
Ayame asintió. Pero Kōri se volvió una última vez hacia el mercader.
—¿Está bien así? Los chicos son jóvenes, pero son ninjas cualificados. Y de todas maneras yo estaré pendiente por si pudiera surgir cualquier imprevisto.
—Oye, oye —le susurró—. Deja a los caballos, Ayame-san. ¿Y si se asustan y salen corriendo?
Ayame, con la mano paralizada en el aire, se volvió hacia su compañero y le dirigió un mohín.
—Pero si no le voy a hacer nada, sólo quiero tocarlo... Es tan bonito... —le replicó—. Además, es imposible que salgan corriendo, están atados al carro.
Mientras tanto, Kōri seguía su particular negociación con el dueño del carromato.
—No sé, no sé... —dijo el mercader—. Por una parte, no me vendría mal tener algo de protección, sobretodo cuando pasemos cerca de Shinogi-to. Y sé que estaríais encantados de ayudar a un pobre samaritano si deciden asaltarlo.
Aquello había sonado más como una exigencia, pero Kōri asintió conforme. Era un pago justo, a cambio de que les hiciera el trayecto más corto. Pero no podía ser tan fácil.
—Sin embargo, como podéis ver, llevo la parte de atrás hasta arriba de tomates. Y van hasta Yukio, nada menos, sí. Me temo que no hay mucho espacio para vosotros. Como mucho, cabemos tres en la parte de delante, y muy apretados. Y si alguno se sube encima de los tomates, me los aplasta. Además, las dos pobres yeguas mías son viejas, y aunque robustas, no sé si podrían cargar con tanta gente, conmigo y con los tomates...
—Entiendo... —respondió El Hielo, pensativo.
—¡Aaay, qué ascoooo!
—¡Lo ves! ¡Está jugando!
Las exclamaciones de los dos chicos le hizo volverse. Ayame se reía, mientras que Daruu torcía el gesto en la mueca de asco más profunda que había visto en mucho tiempo. No era para menos, pues ambos estaban cubiertos por una sustancia líquida, viscosa y transparente... Babas de caballo.
—Chicos, no es momento para jugar —les regañó, aunque por su átono tono de voz nadie poría haberlo dicho.
—¡Lo siento, Kōri... -sensei! —exclamó Ayame, que enseguida se acercó a él.
—Ayame, Daruu-kun, viajaréis con este hombre sobre su carro y le protegeréis de cualquier amenaza que pueda surgir.
Ayame parpadeó, confundida.
—¿Y qué pasa contigo?
—Yo viajaré por otros medios, pero me mantendré lo suficientemente cerca como para tener un ojo siempre encima de vosotros. ¿Entendido?
Ayame asintió. Pero Kōri se volvió una última vez hacia el mercader.
—¿Está bien así? Los chicos son jóvenes, pero son ninjas cualificados. Y de todas maneras yo estaré pendiente por si pudiera surgir cualquier imprevisto.