22/04/2017, 20:01
Ayame balbuceó entre dientes y se debatió con su confianza para poder compartir el por qué de su presencia en aquella honrosa y humilde posada. La recepcionista aguardó pacientemente hasta que ésta encontrara la fortaleza para expresar sus más urgentes necesidades, las cuales se antojaban más que obvias teniendo en cuenta el lugar en el que se encontraba...
Pues: ¿para qué serviría un hostal sino es para hospedarse?
Jiru-sama respondió a aquello con la naturalidad de una asidua administradora, incapaz de atentar contra la importancia de un cliente. Le regaló una tierna sonrisa a la pequeña, aplaudió un par de veces y mostró su euforia por tener, a tan tempranas horas de la mañana, un nuevo invitado.
—¡Excelente, excelente! —admitió, contenta—. tengo la habitación perfecta para ti. Vamos, ¡sígueme!
La mujer cerró la caja registradora con llave, y se la guardó en un pequeño bolsillo de su enorme camiseta. Luego salió de la recepción y comenzó a caminar a paso agigantado —o al menos así lo podía percibir Ayame, pues el tamaño de la mujer le sacaba a ella como tres cuerpos, mínimo— hacia la escalera más cercana, a su derecha. Subió alrededor de unos veinte escalones y una vez terminado el trayecto, ambas habían alcanzado el primer piso.
Ayame pudo comprobar que se trataba de dos pasillos cruzados. En cada uno podía haber unas cuatro puertas, lo que advertía probablemente que no podría tener más de una decena de huéspedes a la vez. Sin embargo, aquello aún se encontraba desolado y no había señales de nadie más salvo, ella y la propia Jiru-sama. La que, por cierto, rebuscó entre un grotesco y enredado manojo de llaves hasta encontrar la indicada para abrir la habitación número 5.
La puerta chirrió, y la luz directa emitida desde un amplio ventanal iluminó más el pasillo. Jiru-sama se adentró primero, y esperó a que Ayame hiciera lo pertinente para darle un pequeño recorrido. Lo hacía siempre.
A pesar de todo, no era tan pequeña como habría de esperarse. El cuarto contaba con una cama personal, ataviada de pintorescas sábanas bordadas y aromatizadas. Un pequeño estante con algunos libros, encima un televisor, y al lado una bandeja con hielo y agua. A su más inmediata derecha estaba el baño, ataviado de cremas y toallas. Incuso unas pantuflas.
Todo perfectamente limpio y acomodado.
—Aquí tienes tu llave, damita-chan. El almuerzo se sirve a las doce del mediodía, ¿está bien? —dijo, mientras le entregaba la llave—. encontrarás el comedor a la derecha inmediata de la recepción. También debo decirte que ahora mismo no contamos con agua caliente, intento arreglar el problema lo antes posible.
Sonrió agobiada. Luego juntó sus manos y se agachó para alcanzar la estatura de su interlocutora.
—Bueno. Creo que eso es todo. Si te gusta la habitación y ya has decidido quedarte con nosotros, puedes dejar el pago en la recepción luego de que te acomodes, ¿vale? —Jiru se levantó, luchando con sus rodillas, y puso medio cuerpo fuera del cuarto—. hoy servimos cordero en salsa de naranja. ¡No llegues tarde!
Pues: ¿para qué serviría un hostal sino es para hospedarse?
Jiru-sama respondió a aquello con la naturalidad de una asidua administradora, incapaz de atentar contra la importancia de un cliente. Le regaló una tierna sonrisa a la pequeña, aplaudió un par de veces y mostró su euforia por tener, a tan tempranas horas de la mañana, un nuevo invitado.
—¡Excelente, excelente! —admitió, contenta—. tengo la habitación perfecta para ti. Vamos, ¡sígueme!
La mujer cerró la caja registradora con llave, y se la guardó en un pequeño bolsillo de su enorme camiseta. Luego salió de la recepción y comenzó a caminar a paso agigantado —o al menos así lo podía percibir Ayame, pues el tamaño de la mujer le sacaba a ella como tres cuerpos, mínimo— hacia la escalera más cercana, a su derecha. Subió alrededor de unos veinte escalones y una vez terminado el trayecto, ambas habían alcanzado el primer piso.
Ayame pudo comprobar que se trataba de dos pasillos cruzados. En cada uno podía haber unas cuatro puertas, lo que advertía probablemente que no podría tener más de una decena de huéspedes a la vez. Sin embargo, aquello aún se encontraba desolado y no había señales de nadie más salvo, ella y la propia Jiru-sama. La que, por cierto, rebuscó entre un grotesco y enredado manojo de llaves hasta encontrar la indicada para abrir la habitación número 5.
La puerta chirrió, y la luz directa emitida desde un amplio ventanal iluminó más el pasillo. Jiru-sama se adentró primero, y esperó a que Ayame hiciera lo pertinente para darle un pequeño recorrido. Lo hacía siempre.
A pesar de todo, no era tan pequeña como habría de esperarse. El cuarto contaba con una cama personal, ataviada de pintorescas sábanas bordadas y aromatizadas. Un pequeño estante con algunos libros, encima un televisor, y al lado una bandeja con hielo y agua. A su más inmediata derecha estaba el baño, ataviado de cremas y toallas. Incuso unas pantuflas.
Todo perfectamente limpio y acomodado.
—Aquí tienes tu llave, damita-chan. El almuerzo se sirve a las doce del mediodía, ¿está bien? —dijo, mientras le entregaba la llave—. encontrarás el comedor a la derecha inmediata de la recepción. También debo decirte que ahora mismo no contamos con agua caliente, intento arreglar el problema lo antes posible.
Sonrió agobiada. Luego juntó sus manos y se agachó para alcanzar la estatura de su interlocutora.
—Bueno. Creo que eso es todo. Si te gusta la habitación y ya has decidido quedarte con nosotros, puedes dejar el pago en la recepción luego de que te acomodes, ¿vale? —Jiru se levantó, luchando con sus rodillas, y puso medio cuerpo fuera del cuarto—. hoy servimos cordero en salsa de naranja. ¡No llegues tarde!