24/04/2017, 18:29
(Última modificación: 29/07/2017, 02:09 por Amedama Daruu.)
El mercader parecía genuinamente confundido, pero enseguida reaccionó para responder a la pregunta de Kōri:
—Sí, claro... Yo encantado. Además, el único peligro que suele haber por estos caminos es una pequeña banda de maleantes cobardes que no supondrían una amenaza para estos zagales. Una vez hasta me ocupé yo mismo de dos de ellos. —Hinchó el pecho con orgullo, dándose un par de golpecitos con el dedo pulgar en él, confiado. Pero Ayame se encogió sobre sí misma al oírlo mientras se preguntaba, aterrorizada, cuáles eran las probabilidades de que toparan con esa banda de bandidos y si los atacarían aunque vieran que llevaba a dos shinobi a bordo del carro—. No solemos contratar escolta precisamente por eso. Pero quién sabe. Además, ya os he dicho que no me cuesta nada, sólo era el tema del espacio.
Kōri asintió, y el mercader terminó por señalar a Ayame.
—¡Vamos, zagala, a mi izquierda!
—S... ¡Sí, señor! —replicó al instante, antes de subir a su izquierda.
Kōri, en tierra, les despidió con un gesto de su mano mientras el mercader azuzaba a los caballos para remontar la marcha y carro comenzaba a andar con un brusco traqueteo. Sólo una vez que se alejaron lo suficiente, alzó una mano hacia sus labios...
—Y... ¿dice que esos bandidos le atacan siempre que hace esta ruta? —le preguntó Ayame al mercader, intentando malamente disimular el miedo que sentía ante un enfrentamiento así—. ¿No ha considerado tomar otro camino, señor?
—Sí, claro... Yo encantado. Además, el único peligro que suele haber por estos caminos es una pequeña banda de maleantes cobardes que no supondrían una amenaza para estos zagales. Una vez hasta me ocupé yo mismo de dos de ellos. —Hinchó el pecho con orgullo, dándose un par de golpecitos con el dedo pulgar en él, confiado. Pero Ayame se encogió sobre sí misma al oírlo mientras se preguntaba, aterrorizada, cuáles eran las probabilidades de que toparan con esa banda de bandidos y si los atacarían aunque vieran que llevaba a dos shinobi a bordo del carro—. No solemos contratar escolta precisamente por eso. Pero quién sabe. Además, ya os he dicho que no me cuesta nada, sólo era el tema del espacio.
Kōri asintió, y el mercader terminó por señalar a Ayame.
—¡Vamos, zagala, a mi izquierda!
—S... ¡Sí, señor! —replicó al instante, antes de subir a su izquierda.
Kōri, en tierra, les despidió con un gesto de su mano mientras el mercader azuzaba a los caballos para remontar la marcha y carro comenzaba a andar con un brusco traqueteo. Sólo una vez que se alejaron lo suficiente, alzó una mano hacia sus labios...
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—Y... ¿dice que esos bandidos le atacan siempre que hace esta ruta? —le preguntó Ayame al mercader, intentando malamente disimular el miedo que sentía ante un enfrentamiento así—. ¿No ha considerado tomar otro camino, señor?