25/04/2017, 00:10
La posadera asintió con aquella tierna sonrisa siempre curvando sus labios.
—¡Excelente, excelente! —exclamó con un par de palmas, eufórica—. Tengo la habitación perfecta para ti. Vamos, ¡sígueme!
Con un diestro movimiento de muñeca, la mujer cerró la caja con una llave que no tardó en meter en uno de sus bolsillos y después salió de la recepción. Ayame la siguió. Primero con timidez, al encontrarse en un espacio desconocido para ella, pero enseguida aceleró el paso al darse cuenta de que una zancada equivalía a tres suyas. Subieron por la escalera que quedaba a su derecha y enseguida dieron con la primera planta del edificio. Estaba conformada por dos pasillos cruzados, con cuatro puertas en cada uno de ellos por lo que, aún en las épocas de mayor afluencia como la que estaban viviendo, se podía adivinar fácilmente que aquella posada no podía albergar a más de veinte personas (si es que cabía más de una persona por habitación).
«Parece que he tenido suerte de que aún le quedaran habitaciones libres.» Suspiró, aliviada.
La posadera se plantó frente a la habitación número cinco, rebuscó la llave que le correspondía y abrió la puerta. Un leve chirrido les dio la bienvenida, pero enseguida Ayame quedó maravillada ante lo que sus ojos veían. Para tratarse de una posada tan humilde, la habitación no estaban nada mal. Era más grande de lo que había esperado. Y en lugar de un simple colchón desvencijado tirado de cualquier manera en el suelo y cubierto de chinches, una cama cubierta por sábanas bordadas la esperaba en un rincón. En una de las paredes y sobre un televisor, había un pequeño estante con varios libros por los que Ayame paseó la vista, curiosa. Al lado había una bandeja con agua y hielo, para la cual Ayame no sabía para qué servía. Y a la derecha estaba el baño, lleno de cremas, toallas e incluso unas cómodas zapatillas.
—Aquí tienes tu llave, damita-chan.
«¿"Damita-chan"? Ayame tuvo que hacer un gran esfuerzo para no torcer el gesto.
—Muchas gracias, señora. Está todo perfecto —sonrió.
—El almuerzo se sirve a las doce del mediodía, ¿está bien?
—¡Vale!
—Encontrarás el comedor a la derecha inmediata de la recepción. También debo decirte que ahora mismo no contamos con agua caliente, intento arreglar el problema lo antes posible.
«Oh, oh...»
—No pasa nada, me las apañaré —respondió, ante la sonrisa agobiada de la mujer.
—Bueno. Creo que eso es todo. Si te gusta la habitación y ya has decidido quedarte con nosotros, puedes dejar el pago en la recepción luego de que te acomodes, ¿vale?
Ayame volvió a asentir en respuesta, pero la mujer le dio un último mensaje antes de terminar de marcharse:
—Hoy servimos cordero en salsa de naranja. ¡No llegues tarde!
—No lo haré, ¡gracias!
La puerta se cerró con un chasquido, y Ayame se dejó caer en la cama, cansada. El aroma del suavizante la envolvió por completo, y Ayame suspiró con agrado. Todo era perfecto, pero había una parte de ella que se sentía triste.
—Odio viajar sola... —le murmuró al aire. Si al menos su hermano hubiera venido con ella, o Daruu-san...
Con un renovado suspiro, se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de baño. La verdad es que no le hacía ninguna gracia tener que ducharse con agua fría, pero tras varios días de viaje su cuerpo casi lo pedía a gritos. Menos mal que estaban en verano y se haría más llevadero...
Para las doce y media se había arreglado y había finalizado el pago en la recepción. Ahora se había dirigido al comedor para degustar el prometido cordero en salsa de naranja. Ella no solía comer tan temprano, pero la verdad es que llegaba hambrienta.
Y, por qué no, podía curiosear el ambiente.
—¡Excelente, excelente! —exclamó con un par de palmas, eufórica—. Tengo la habitación perfecta para ti. Vamos, ¡sígueme!
Con un diestro movimiento de muñeca, la mujer cerró la caja con una llave que no tardó en meter en uno de sus bolsillos y después salió de la recepción. Ayame la siguió. Primero con timidez, al encontrarse en un espacio desconocido para ella, pero enseguida aceleró el paso al darse cuenta de que una zancada equivalía a tres suyas. Subieron por la escalera que quedaba a su derecha y enseguida dieron con la primera planta del edificio. Estaba conformada por dos pasillos cruzados, con cuatro puertas en cada uno de ellos por lo que, aún en las épocas de mayor afluencia como la que estaban viviendo, se podía adivinar fácilmente que aquella posada no podía albergar a más de veinte personas (si es que cabía más de una persona por habitación).
«Parece que he tenido suerte de que aún le quedaran habitaciones libres.» Suspiró, aliviada.
La posadera se plantó frente a la habitación número cinco, rebuscó la llave que le correspondía y abrió la puerta. Un leve chirrido les dio la bienvenida, pero enseguida Ayame quedó maravillada ante lo que sus ojos veían. Para tratarse de una posada tan humilde, la habitación no estaban nada mal. Era más grande de lo que había esperado. Y en lugar de un simple colchón desvencijado tirado de cualquier manera en el suelo y cubierto de chinches, una cama cubierta por sábanas bordadas la esperaba en un rincón. En una de las paredes y sobre un televisor, había un pequeño estante con varios libros por los que Ayame paseó la vista, curiosa. Al lado había una bandeja con agua y hielo, para la cual Ayame no sabía para qué servía. Y a la derecha estaba el baño, lleno de cremas, toallas e incluso unas cómodas zapatillas.
—Aquí tienes tu llave, damita-chan.
«¿"Damita-chan"? Ayame tuvo que hacer un gran esfuerzo para no torcer el gesto.
—Muchas gracias, señora. Está todo perfecto —sonrió.
—El almuerzo se sirve a las doce del mediodía, ¿está bien?
—¡Vale!
—Encontrarás el comedor a la derecha inmediata de la recepción. También debo decirte que ahora mismo no contamos con agua caliente, intento arreglar el problema lo antes posible.
«Oh, oh...»
—No pasa nada, me las apañaré —respondió, ante la sonrisa agobiada de la mujer.
—Bueno. Creo que eso es todo. Si te gusta la habitación y ya has decidido quedarte con nosotros, puedes dejar el pago en la recepción luego de que te acomodes, ¿vale?
Ayame volvió a asentir en respuesta, pero la mujer le dio un último mensaje antes de terminar de marcharse:
—Hoy servimos cordero en salsa de naranja. ¡No llegues tarde!
—No lo haré, ¡gracias!
La puerta se cerró con un chasquido, y Ayame se dejó caer en la cama, cansada. El aroma del suavizante la envolvió por completo, y Ayame suspiró con agrado. Todo era perfecto, pero había una parte de ella que se sentía triste.
—Odio viajar sola... —le murmuró al aire. Si al menos su hermano hubiera venido con ella, o Daruu-san...
Con un renovado suspiro, se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de baño. La verdad es que no le hacía ninguna gracia tener que ducharse con agua fría, pero tras varios días de viaje su cuerpo casi lo pedía a gritos. Menos mal que estaban en verano y se haría más llevadero...
...
Para las doce y media se había arreglado y había finalizado el pago en la recepción. Ahora se había dirigido al comedor para degustar el prometido cordero en salsa de naranja. Ella no solía comer tan temprano, pero la verdad es que llegaba hambrienta.
Y, por qué no, podía curiosear el ambiente.