19/06/2015, 04:32
Él no era quién para responder a la pregunta de su hermano. Si merecía o no la bandana, era trabajo del examinador decidirlo; no el suyo. Pero en un rincón bien profundo, se resguardaba aquel pensamiento de que confiaba lo suficiente en sus habilidades aún retoñas como para pensar que no podía equipararse a aquellos que en el pasado hubiesen fallado la prueba. De todas formas su caso, al igual que el de Yota, era un tanto más particular que el del resto, sólo por ser miembros del famoso clan Uchiha.
Pero no era tiempo de pensar en trivialidades. Ahora su objetivo era percibir el ataque de su hermano y hacer lo necesario para sobreponerse al mismo. Y tendría que poner pronto un plan en marcha, porque aquellos movimientos de manos equivalían al anuncio de que la batalla continuaba.
«¡Oh oh!»
Casi podía sentir el olor chamuscado de su camisa al imaginar que aquel chorro de fuego terminase dándole de lleno. Pero no, no lo podía permitir.
Sus propias manos imitaron, aunque a tiempo de reacción y no de forma idéntica a la de Yota; los movimientos que el Uchiha de cabellos negros había ejercido segundos antes. Una serie de formas conocidas que darían paso al fuego voraz en forma de bola que saldría despedida de la boca del peliblanco, quien poco antes había dispuesto de sus piernas para mantener una posición firme sobre el suelo y poder aguantar en caso de que el choque de ambas técnicas le obligara a despotricarse hacia atrás.
Aquella tormenta de llama desatada no era ni de cerca de las magnitudes de alguien con una fuente de chakra mayor, pero para ellos que recién comenzaban a desbloquear y sobrepasar sus propios límites, era bastante meritorio. Pero para Kota no bastaba tan sólo evitar llevarse un par de quemaduras de gravedad, sino que además agregó un elemento sorpresa de cual esperaba poder sacar provecho más adelante. Y es que sus manos, ahora libres de cualquier atadura; arrojaron de forma consecutiva un par de kunais tomados con anterioridad, los cuales atravesaron el bloqueo visual que el humo había generado y buscaron como un misil dirigido las zonas medias o inferiores de su contrincante. No esperaba atinar con tanta certeza, pero al menos sabía que el recuerdo de la última posición de su hermano antes de que todo ocurriera debería seguir siendo la misma. No porque pensase que Yota era predecible, sino que la forma en la que él había invocado su Gōkakyū le obligaba a mantener una posición estable y firme con tal de poder seguir manteniendo el flujo para el lanzallamas.
Kota, en cambio, había optado por una bola que le daba más amplitud y quizás una pizca mayor de libertad de movimiento.
Pero no era tiempo de pensar en trivialidades. Ahora su objetivo era percibir el ataque de su hermano y hacer lo necesario para sobreponerse al mismo. Y tendría que poner pronto un plan en marcha, porque aquellos movimientos de manos equivalían al anuncio de que la batalla continuaba.
«¡Oh oh!»
Casi podía sentir el olor chamuscado de su camisa al imaginar que aquel chorro de fuego terminase dándole de lleno. Pero no, no lo podía permitir.
Sus propias manos imitaron, aunque a tiempo de reacción y no de forma idéntica a la de Yota; los movimientos que el Uchiha de cabellos negros había ejercido segundos antes. Una serie de formas conocidas que darían paso al fuego voraz en forma de bola que saldría despedida de la boca del peliblanco, quien poco antes había dispuesto de sus piernas para mantener una posición firme sobre el suelo y poder aguantar en caso de que el choque de ambas técnicas le obligara a despotricarse hacia atrás.
Aquella tormenta de llama desatada no era ni de cerca de las magnitudes de alguien con una fuente de chakra mayor, pero para ellos que recién comenzaban a desbloquear y sobrepasar sus propios límites, era bastante meritorio. Pero para Kota no bastaba tan sólo evitar llevarse un par de quemaduras de gravedad, sino que además agregó un elemento sorpresa de cual esperaba poder sacar provecho más adelante. Y es que sus manos, ahora libres de cualquier atadura; arrojaron de forma consecutiva un par de kunais tomados con anterioridad, los cuales atravesaron el bloqueo visual que el humo había generado y buscaron como un misil dirigido las zonas medias o inferiores de su contrincante. No esperaba atinar con tanta certeza, pero al menos sabía que el recuerdo de la última posición de su hermano antes de que todo ocurriera debería seguir siendo la misma. No porque pensase que Yota era predecible, sino que la forma en la que él había invocado su Gōkakyū le obligaba a mantener una posición estable y firme con tal de poder seguir manteniendo el flujo para el lanzallamas.
Kota, en cambio, había optado por una bola que le daba más amplitud y quizás una pizca mayor de libertad de movimiento.
