25/04/2017, 20:43
¡Espera! —espetó el peliblanco, ligeramente angustiado. Se le vio algo cansado y necesitó de un par de segundos para recuperar el aliento, y hablar—. ¡¿Qué cojones pasa?! ... ¿Quién te está siguiendo, por qué? ¿Quienes son tu gente? Si te voy a ayudar, quiero saber por qué, y además, creo que amenazar no es una buena manera de pedir ayuda, ¿no crees?
Kaido se volteó y le observó con mirada severa, se puso el dedo en la boca y le mandó a callar con su evidente gesto.
—No importa cómo lo haya hecho, lo importante es que has venido. Con o sin amenazas, igual estás dispuesto a ayudarme. Así que cállate, y escucha —el tiburón comenzó a caminar alrededor del pasillo del tétrico edificio abandonado. Atravesó el umbral de oscuridad que había entre la entrada y la calle, y sumergió su azulado cuerpo en una habitación aledaña, sin puerta; llena de escombros y con basura por doquier —. mira, vengo del país de la Tormenta. Mi mentor y yo queríamos venir a Inaka, por lo que le pidió a un buen amigo de él que nos trajera hasta aquí. La cosa está en que ese amigo era un jodido mercader del desierto, y parece que es objetivo de una banda de carroñeros muy infame y conocida por estos lares. Los Kabutomushi.
El escualo sudaba como puerco. Y de a poco, a pesar de no haber pasado más de diez minutos entre su despertar en el bar y la entrada al edificio abandonado, Riko podría observar que de a poco el gyojin se iba descompensando. Con cada palabra, con cada gesto. Con cada bocanada de aire que tomaba para poder explicar lo sucedido.
Finalmente, se vio obligado a sentarse en el suelo. Tragó saliva, seca, y continuó:
—A mitad de camino, nos atacaron. Fue una jodida locura, pero todos logramos escapar. Luego recuerdo que estábamos cerca de llegar a Inaka, pero de nuevo, algo impactó nuestro transporte y nos separamos. De ahí no recuerdo más, hasta que recuperé el conocimiento, allí, en el bar.
Kaido se sobó la sien, y miró de nuevo hacia la salida.
—Tenemos que encontrarlos, y salir de aquí. Porque no parecen dispuestos a parar hasta conseguir lo que quieren, y no tengo ni puta idea de qué es lo que buscan. Sólo Mirogu-san lo sabe, y puede estar en cualquier parte de la ciudad.
Kaido se volteó y le observó con mirada severa, se puso el dedo en la boca y le mandó a callar con su evidente gesto.
—No importa cómo lo haya hecho, lo importante es que has venido. Con o sin amenazas, igual estás dispuesto a ayudarme. Así que cállate, y escucha —el tiburón comenzó a caminar alrededor del pasillo del tétrico edificio abandonado. Atravesó el umbral de oscuridad que había entre la entrada y la calle, y sumergió su azulado cuerpo en una habitación aledaña, sin puerta; llena de escombros y con basura por doquier —. mira, vengo del país de la Tormenta. Mi mentor y yo queríamos venir a Inaka, por lo que le pidió a un buen amigo de él que nos trajera hasta aquí. La cosa está en que ese amigo era un jodido mercader del desierto, y parece que es objetivo de una banda de carroñeros muy infame y conocida por estos lares. Los Kabutomushi.
El escualo sudaba como puerco. Y de a poco, a pesar de no haber pasado más de diez minutos entre su despertar en el bar y la entrada al edificio abandonado, Riko podría observar que de a poco el gyojin se iba descompensando. Con cada palabra, con cada gesto. Con cada bocanada de aire que tomaba para poder explicar lo sucedido.
Finalmente, se vio obligado a sentarse en el suelo. Tragó saliva, seca, y continuó:
—A mitad de camino, nos atacaron. Fue una jodida locura, pero todos logramos escapar. Luego recuerdo que estábamos cerca de llegar a Inaka, pero de nuevo, algo impactó nuestro transporte y nos separamos. De ahí no recuerdo más, hasta que recuperé el conocimiento, allí, en el bar.
Kaido se sobó la sien, y miró de nuevo hacia la salida.
—Tenemos que encontrarlos, y salir de aquí. Porque no parecen dispuestos a parar hasta conseguir lo que quieren, y no tengo ni puta idea de qué es lo que buscan. Sólo Mirogu-san lo sabe, y puede estar en cualquier parte de la ciudad.