25/04/2017, 21:59
El comedor era espacioso, pulcro y hogareño. Constaba de unas ocho mesas individuales con espacio hasta para cuatro personas cada una, de las cuales, para el momento en el que Ayame hizo acto de aparición; sólo un par se encontraba ocupada. Hasta entonces todo lucía normal, común y corriente. La sensación de familiaridad que daba el hostal de Jiru-sama era probablemente un alivio para cualquiera que no se sintiera muy a gusto por estar fuera de su propio hogar, y menos acompañado por la más ínfima soledad.
Un hombre cuarentón presenció la llegada de la joven, y se acercó para atenderla. Con sonrisa amable y entrenada discreción, la invitó a tomar asiento en una de las mesas más cercanas, disponiendo sobre ella la carta del día.
—Bienvenida. Mi nombre es Jozu, y seré su mesero ésta tarde. En un momento le traigo agua, y una canasta de pan.
Cuando el hombre terminó de decir aquello, una mano fría y desnuda le sorprendió agarrándole por el hombro, a su espalda. El viejo Jozu volteó en súbito, ligeramente alarmado, y observó de quién se trataba.
A su retaguardia, el azulado cuerpo de Umikiba Kaido reposaba pacientemente detrás de él. Con sonrisa en ristre y su tan característico lenguaje corporal de "alaben, llegó el hijo del océano".
—Oh, Jozu-san. ¿Por qué no traes una jarra extra de agua, por favor? Me parece que hará falta, la señorita y yo tomaremos el almuerzo juntos —. Kaido se abalanzó hasta el otro lado de la mesa, e independientemente de si Ayame hubiese tomado ya asiento o no, él lo haría por su cuenta. Y le señalaría la silla con su azulada mano, a la espera de que ella hiciera lo propio. No esperaba un no por respuesta, y en vista de la sorpresa de que un rostro levemente conocido había hecho acto de aparición, tan lejos de casa; le motivaba más a insistir en que aquel almuerzo lo compartieran, sí o sí—. Bueno, paisana; sé bienvenida al pueblo más insulso de todo el país de la Tormenta. O del Viento, la verdad es que no estoy del todo seguro.
Hizo una mueca, pensativo. Aún no le quedaba claro de qué lado se encontraba Kodoku, aunque tampoco le importaba mucho. Luego se quedó viendo fijamente a la muchacha, dispuesto a presentarse con su apellido, y nombre, pero de pronto una chispa le volvió a azotar los recónditos rincones de su mente.
Y un refuerzo afloró, de repente.
»Oye, ¿nos conocemos? —sus orbes cristalinos se pasearon de arriba a abajo, y se posó sobre la brillante bandana metálica que cubría la frente de la joven amegakuriense. Algo no le terminaba de cuajar, pero no sabía el qué. Aunque no podía negar que el rostro se le hacía extremadamente familiar.
Un hombre cuarentón presenció la llegada de la joven, y se acercó para atenderla. Con sonrisa amable y entrenada discreción, la invitó a tomar asiento en una de las mesas más cercanas, disponiendo sobre ella la carta del día.
—Bienvenida. Mi nombre es Jozu, y seré su mesero ésta tarde. En un momento le traigo agua, y una canasta de pan.
Cuando el hombre terminó de decir aquello, una mano fría y desnuda le sorprendió agarrándole por el hombro, a su espalda. El viejo Jozu volteó en súbito, ligeramente alarmado, y observó de quién se trataba.
A su retaguardia, el azulado cuerpo de Umikiba Kaido reposaba pacientemente detrás de él. Con sonrisa en ristre y su tan característico lenguaje corporal de "alaben, llegó el hijo del océano".
—Oh, Jozu-san. ¿Por qué no traes una jarra extra de agua, por favor? Me parece que hará falta, la señorita y yo tomaremos el almuerzo juntos —. Kaido se abalanzó hasta el otro lado de la mesa, e independientemente de si Ayame hubiese tomado ya asiento o no, él lo haría por su cuenta. Y le señalaría la silla con su azulada mano, a la espera de que ella hiciera lo propio. No esperaba un no por respuesta, y en vista de la sorpresa de que un rostro levemente conocido había hecho acto de aparición, tan lejos de casa; le motivaba más a insistir en que aquel almuerzo lo compartieran, sí o sí—. Bueno, paisana; sé bienvenida al pueblo más insulso de todo el país de la Tormenta. O del Viento, la verdad es que no estoy del todo seguro.
Hizo una mueca, pensativo. Aún no le quedaba claro de qué lado se encontraba Kodoku, aunque tampoco le importaba mucho. Luego se quedó viendo fijamente a la muchacha, dispuesto a presentarse con su apellido, y nombre, pero de pronto una chispa le volvió a azotar los recónditos rincones de su mente.
Y un refuerzo afloró, de repente.
»Oye, ¿nos conocemos? —sus orbes cristalinos se pasearon de arriba a abajo, y se posó sobre la brillante bandana metálica que cubría la frente de la joven amegakuriense. Algo no le terminaba de cuajar, pero no sabía el qué. Aunque no podía negar que el rostro se le hacía extremadamente familiar.