27/04/2017, 13:33
(Última modificación: 29/07/2017, 02:11 por Amedama Daruu.)
El carro empezó a moverse, acompañando al traqueteo el ruido de cascos de los caballos contra el camino. Daruu inclinó su cuerpo para mirar detrás del vehículo, donde Kori se alejaba hacia el horizonte, haciéndose más pequeño, una diminuta mota blanca que esperaba, quieta.
«¿Ha dicho que iba a estar cerca? Pues como no corra mucho...», pensó Daruu. Kori siempre le había parecido misterioso. Era un misterio casi atractivo, para ser sincero. Siempre había pensado que si tenía que ser un tipo de ninja, quería parecerse a él de mayor. Ahora esa admiración estaba mezclada con un poco de recelo, porque Daruu seguía sin confiar en recibir el mismo trato que la hermana del Hielo, claro.
Pero Ayame no tenía la culpa, y desde luego no iba a comportarse como un crío, así que intentaba librarse de esos pensamientos cada vez que le surgían. El problema es que le surgían a cada momento.
Suspiró, volvió a recostarse contra el respaldo del asiento de madera y apoyó la cabeza atrás, cerrando los ojos.
—Y... ¿dice que esos bandidos le atacan siempre que hace esta ruta? —preguntó Ayame al mercader—. ¿No ha considerado tomar otro camino, señor?
El hombre negó con la cabeza, cerró los ojos y levantó el dedo índice hacia arriba.
—No he dicho eso, zagala —replicó—. He dicho que es el único peligro que suele haber, si es que alguna vez hay algún incidente. Y la verdad, no suele haberlo.
»Eso si no tienes en cuenta el aburrimiento, claro, ¡ja, ja, ja! —Rio sin reparos.
Tenía razón. Cinco minutos. Veinte minutos. Una hora. Dos horas. El viaje seguía su curso sin ningún incidente, y a Daruu se le estaba pegando el culo al asiento. Ya no era el descanso cómodo que había sido antes, sino una plancha de madera clavándosele en el pliegue de detrás de las rodillas, en la espalda, en el cuello.
El carruaje cogió un bache. ¡Bam! Un pequeño salto, el relinche de los caballos, su cabeza subiendo, bajando y golpeándose en la nuca con la madera.
—¡Ay! Tsk... —se quejó.
—Arrrgh, maldita sea, lo siento —gruñó el hombre del carro—. Para llegar a Yukio debemos abandonar los caminos de Shinogi-to, que son los que mejor están cuidados, por supuesto... —Señaló a la izquierda del carro, donde una silueta de piedra se erigía, muy al horizonte—. ¡Mirad! Ahí está la ciudad. ¿Véis? Hemos tenido suerte, ni rastro de la banda. A partir de aquí, el camino está solitario casi siempre. Y si nos cruzamos con alguien, será otro mercader. Pocas veces veo a alguien en el camino de Shinogi-to a Yukio.
«Sí, qué suerte...». A Daruu estaba empezando a parecerle hasta entretenida la idea de enfrentarse a unos bandoleros armados. Tenía el culo cuadrado ya, diantres, ¡tan sólo quería levantarse a estirar las piernas un rato! Pero sólo un iluso no vería la ventaja de ir en carro a Shinogi-to, y había que ser muy iluso para no querer estar en ESE carro en concreto. Los caballos tenían resistencia impresionante, e iban a buen ritmo. Lo que a pie les habría costado casi 8 horas, lo habían recorrido en aproximadamente dos y media.
—Si seguimos así, seguramente alcancemos Yukio al caer la noche.
«Lo peor será volver, sin ninguna duda», pensó Daruu. «Cargados con las cajas, si no encontramos otro carro, lo vamos a pasar mal.»
—¿No os ponéis las capas, chicos? Está cayendo una increíble, y así, tan parados... Vais a coger una buena.
—Bah, yo estoy acostumbrado —dijo—. No suelo pillar los resfriados.
—Ya, ya, ¿Pero habéis pensado que nos dirigimos a Yukio? Cuando empecemos a ver nieve, desearéis que lo único que tengáis empapado sea la capa de viaje, no la ropa dentro de la capa.
Daruu sopesó las posibilidades un momento. Se agachó para sacar la capa detrás de los tirantes de la mochila, que había dejado a sus pies. Se la colocó rápidamente.
—¡Ahhh, veo que has recapacitado sobre ello! —rio el comerciante.
Daruu se ruborizó, apartó la mirada, se rio también y se rascó la cocorota. Luego se puso la capucha de la capa de viaje.
—Tiene usted razón, mejor prevenir que curar.
«¿Ha dicho que iba a estar cerca? Pues como no corra mucho...», pensó Daruu. Kori siempre le había parecido misterioso. Era un misterio casi atractivo, para ser sincero. Siempre había pensado que si tenía que ser un tipo de ninja, quería parecerse a él de mayor. Ahora esa admiración estaba mezclada con un poco de recelo, porque Daruu seguía sin confiar en recibir el mismo trato que la hermana del Hielo, claro.
Pero Ayame no tenía la culpa, y desde luego no iba a comportarse como un crío, así que intentaba librarse de esos pensamientos cada vez que le surgían. El problema es que le surgían a cada momento.
Suspiró, volvió a recostarse contra el respaldo del asiento de madera y apoyó la cabeza atrás, cerrando los ojos.
—Y... ¿dice que esos bandidos le atacan siempre que hace esta ruta? —preguntó Ayame al mercader—. ¿No ha considerado tomar otro camino, señor?
El hombre negó con la cabeza, cerró los ojos y levantó el dedo índice hacia arriba.
—No he dicho eso, zagala —replicó—. He dicho que es el único peligro que suele haber, si es que alguna vez hay algún incidente. Y la verdad, no suele haberlo.
»Eso si no tienes en cuenta el aburrimiento, claro, ¡ja, ja, ja! —Rio sin reparos.
Tenía razón. Cinco minutos. Veinte minutos. Una hora. Dos horas. El viaje seguía su curso sin ningún incidente, y a Daruu se le estaba pegando el culo al asiento. Ya no era el descanso cómodo que había sido antes, sino una plancha de madera clavándosele en el pliegue de detrás de las rodillas, en la espalda, en el cuello.
El carruaje cogió un bache. ¡Bam! Un pequeño salto, el relinche de los caballos, su cabeza subiendo, bajando y golpeándose en la nuca con la madera.
—¡Ay! Tsk... —se quejó.
—Arrrgh, maldita sea, lo siento —gruñó el hombre del carro—. Para llegar a Yukio debemos abandonar los caminos de Shinogi-to, que son los que mejor están cuidados, por supuesto... —Señaló a la izquierda del carro, donde una silueta de piedra se erigía, muy al horizonte—. ¡Mirad! Ahí está la ciudad. ¿Véis? Hemos tenido suerte, ni rastro de la banda. A partir de aquí, el camino está solitario casi siempre. Y si nos cruzamos con alguien, será otro mercader. Pocas veces veo a alguien en el camino de Shinogi-to a Yukio.
«Sí, qué suerte...». A Daruu estaba empezando a parecerle hasta entretenida la idea de enfrentarse a unos bandoleros armados. Tenía el culo cuadrado ya, diantres, ¡tan sólo quería levantarse a estirar las piernas un rato! Pero sólo un iluso no vería la ventaja de ir en carro a Shinogi-to, y había que ser muy iluso para no querer estar en ESE carro en concreto. Los caballos tenían resistencia impresionante, e iban a buen ritmo. Lo que a pie les habría costado casi 8 horas, lo habían recorrido en aproximadamente dos y media.
—Si seguimos así, seguramente alcancemos Yukio al caer la noche.
«Lo peor será volver, sin ninguna duda», pensó Daruu. «Cargados con las cajas, si no encontramos otro carro, lo vamos a pasar mal.»
—¿No os ponéis las capas, chicos? Está cayendo una increíble, y así, tan parados... Vais a coger una buena.
—Bah, yo estoy acostumbrado —dijo—. No suelo pillar los resfriados.
—Ya, ya, ¿Pero habéis pensado que nos dirigimos a Yukio? Cuando empecemos a ver nieve, desearéis que lo único que tengáis empapado sea la capa de viaje, no la ropa dentro de la capa.
Daruu sopesó las posibilidades un momento. Se agachó para sacar la capa detrás de los tirantes de la mochila, que había dejado a sus pies. Se la colocó rápidamente.
—¡Ahhh, veo que has recapacitado sobre ello! —rio el comerciante.
Daruu se ruborizó, apartó la mirada, se rio también y se rascó la cocorota. Luego se puso la capucha de la capa de viaje.
—Tiene usted razón, mejor prevenir que curar.