20/06/2015, 23:28
Ajena a las miradas indiscretas, Ayame escuchaba con fascinada atención las palabras de Daruu mientras se deleitaba con el dulce que le había dejado su madre.
—Vaya, así que la pasión por la cocina te viene de familia —comentó, francamente sorprendida. Se llevó el bollo a los labios, y el sabor de la vainilla y la canela estallaron en su boca cuando lo mordió. Gimió para sus adentros, pero enseguida volvió a centrarse en el tema de conversación. Aparte de la cocina, a Daruu le encantaba leer, una afición que compartía con ella. Pero lo que le arrancó una sonrisa incómoda fue el tema de los "videojuegos"—. Creo que he oído hablar de ellos, sobre todo a los niños ricos de la academia, pero no he tenido la ocasión de probarlo. Mi padre... no tiene una muy buena opinión sobre ellos.
Volvió a llevarse el vaso del batido de chocolate a los labios.
Aunque una parte de ella se moría de curiosidad por ver cómo eran, qué era lo que tanto seducía de esos juegos a los muchachos de su edad. ¿Sería tan divertido como ellos afirmaban que eran?
—Él dice que para jugar a eso, por qué no coger una pelota y dos palos de verdad —añadió, con la pajita sujeta entre los dientes, y dejó escapar una risotada—. Que para el caso sería lo mismo y no haría falta gastar la tecnología en tontadas como esa.
—Vaya, así que la pasión por la cocina te viene de familia —comentó, francamente sorprendida. Se llevó el bollo a los labios, y el sabor de la vainilla y la canela estallaron en su boca cuando lo mordió. Gimió para sus adentros, pero enseguida volvió a centrarse en el tema de conversación. Aparte de la cocina, a Daruu le encantaba leer, una afición que compartía con ella. Pero lo que le arrancó una sonrisa incómoda fue el tema de los "videojuegos"—. Creo que he oído hablar de ellos, sobre todo a los niños ricos de la academia, pero no he tenido la ocasión de probarlo. Mi padre... no tiene una muy buena opinión sobre ellos.
Volvió a llevarse el vaso del batido de chocolate a los labios.
Aunque una parte de ella se moría de curiosidad por ver cómo eran, qué era lo que tanto seducía de esos juegos a los muchachos de su edad. ¿Sería tan divertido como ellos afirmaban que eran?
—Él dice que para jugar a eso, por qué no coger una pelota y dos palos de verdad —añadió, con la pajita sujeta entre los dientes, y dejó escapar una risotada—. Que para el caso sería lo mismo y no haría falta gastar la tecnología en tontadas como esa.