1/05/2017, 20:42
(Última modificación: 29/07/2017, 02:09 por Amedama Daruu.)
—Pos' no sé essatamente, chiquilla —respondió Kunpo, y Ayame se estremeció de solo pensar en las
horas que tendría que soportar el frío que estaba por venir. Aguardando como unas fauces de hielo abiertas de par en par al final del camino—. Acabamos de pasar por Shinogi-to, así que, depende del ánimo que lleven los caballos... Mmh, ¿unas ocho, nueve horas? Ya te digo, suelo hacer esta ruta a menudo. Es un poco dura, la verdad. ¿Tú no has traído capa, zagala?
«¿¡OCHO O NUEVE HORAS?!» El terror la invadió inmediatamente. Ayame se mordió el labio, preguntándose qué iba a hacer para soportar aquello. Pero era imposible... Voy a morir.
—¿Puede detener el carro un momento, Kunpo-san? Por favor —intervino Daruu de golpe, y Ayame le miró, interrogante.
No fue la única.
—¿Detener el carro? —preguntó Kunpo—. Pero, ¿para qué?
—¿Podría usted ir en uno de los laterales perfectamente, o supondría algún problema?
—Aaah, ya veo lo que vas a hacer. Jeje.
«Pues yo no.» Pensó Ayame, torciendo el gesto ligeramente.
—Ay, la juventud, qué zaballesca.
Con un tirón de las riendas, los caballos se detuvieron entre resoplidos y un ligero relincho. Ante una señal de Kunpo, los dos muchachos se bajaron del carro, y después se movió hacia el lado izquierdo.
—V-vamos, Ayame-san. Ponte en el centro. ¡Vamos! —balbuceó Daruu.
Ayame dudó un instante, pero después obedeció. Se sentó entre Daruu y Kunpo y entonces, bajo su inquisitiva mirada, su compañero de misión se quitó su propia capa, le dio la vuelta y colocó uno de sus extremos en sus hombros y el otro se lo tendió a ella. Ayame volvía a mirarle con la confusión reflejada en sus ojos castaños, pero él se afanaba por apartar el contacto visual. Se había sonrojado hasta las orejas.
—Vamos, t-tonta. Arrópate, que si no vas a llegar más congelada que... que tu hermano.
Le había costado entenderlo. O quizás lo había hecho pero se negaba a aceptar que Daruu estuviese haciendo algo así por ella. Pero entonces fue su turno de ruborizarse. Y aunque al principio protestó y trató de negarse en un concurso de excusas ridículas, al final terminó accediendo, con el cuerpo rígido como una tabla al amparo de la calidez de la misma capa que Daruu llevaba sobre sus hombros.
—G... Gracias... —susurró en voz baja, con la mirada clavada en sus pies.
El carro había reanudado la marcha, pero entonces Ayame se dio cuenta de algo muy importante.
—K... Kunpo-san, ¿seguro que puede manejar a los caballos bien desde esa posición? —preguntó. Lo último que deseaba era que su estúpido despiste perjudicara al hombre que había accedido a confiar en dos genin que no conocía de nada y llevarlos tan lejos.
horas que tendría que soportar el frío que estaba por venir. Aguardando como unas fauces de hielo abiertas de par en par al final del camino—. Acabamos de pasar por Shinogi-to, así que, depende del ánimo que lleven los caballos... Mmh, ¿unas ocho, nueve horas? Ya te digo, suelo hacer esta ruta a menudo. Es un poco dura, la verdad. ¿Tú no has traído capa, zagala?
«¿¡OCHO O NUEVE HORAS?!» El terror la invadió inmediatamente. Ayame se mordió el labio, preguntándose qué iba a hacer para soportar aquello. Pero era imposible... Voy a morir.
—¿Puede detener el carro un momento, Kunpo-san? Por favor —intervino Daruu de golpe, y Ayame le miró, interrogante.
No fue la única.
—¿Detener el carro? —preguntó Kunpo—. Pero, ¿para qué?
—¿Podría usted ir en uno de los laterales perfectamente, o supondría algún problema?
—Aaah, ya veo lo que vas a hacer. Jeje.
«Pues yo no.» Pensó Ayame, torciendo el gesto ligeramente.
—Ay, la juventud, qué zaballesca.
Con un tirón de las riendas, los caballos se detuvieron entre resoplidos y un ligero relincho. Ante una señal de Kunpo, los dos muchachos se bajaron del carro, y después se movió hacia el lado izquierdo.
—V-vamos, Ayame-san. Ponte en el centro. ¡Vamos! —balbuceó Daruu.
Ayame dudó un instante, pero después obedeció. Se sentó entre Daruu y Kunpo y entonces, bajo su inquisitiva mirada, su compañero de misión se quitó su propia capa, le dio la vuelta y colocó uno de sus extremos en sus hombros y el otro se lo tendió a ella. Ayame volvía a mirarle con la confusión reflejada en sus ojos castaños, pero él se afanaba por apartar el contacto visual. Se había sonrojado hasta las orejas.
—Vamos, t-tonta. Arrópate, que si no vas a llegar más congelada que... que tu hermano.
Le había costado entenderlo. O quizás lo había hecho pero se negaba a aceptar que Daruu estuviese haciendo algo así por ella. Pero entonces fue su turno de ruborizarse. Y aunque al principio protestó y trató de negarse en un concurso de excusas ridículas, al final terminó accediendo, con el cuerpo rígido como una tabla al amparo de la calidez de la misma capa que Daruu llevaba sobre sus hombros.
—G... Gracias... —susurró en voz baja, con la mirada clavada en sus pies.
El carro había reanudado la marcha, pero entonces Ayame se dio cuenta de algo muy importante.
—K... Kunpo-san, ¿seguro que puede manejar a los caballos bien desde esa posición? —preguntó. Lo último que deseaba era que su estúpido despiste perjudicara al hombre que había accedido a confiar en dos genin que no conocía de nada y llevarlos tan lejos.