2/05/2017, 21:07
(Última modificación: 29/07/2017, 02:12 por Amedama Daruu.)
Pese a las numerosas excusas que Ayame intentó poner entre la manta y su frágil cuerpecillo, pronto convertido en cubito de hielo, finalmente aceptó y ambos jóvenes se taparon por la túnica.
«Me siento como un infantil y un inmaduro, sólo es una manta, y si no la compartimos se va a congelar», pensó Daruu, pero no por ello se serenó y mantuvo la mirada clavada en algún punto de la derecha, muy lejos, en las montañas. Allá a lo lejos, en la base de la cordillera, distinguió una silueta oscura formada por cientos de rectángulos, que se erigían torcidos, irregulares, con sus cuerpos de piedra, vidrio y metal rotos por el paso del tiempo, y por el paso de otra cosa. «La Ciudad Fantasma... Será mejor que no le diga a Ayame nada. Igual no se da cuenta.
Con lo miedosa que es, seguro que se pone a tiritar aún más.»
El cuerpo de Ayame temblaba. Aunque había intentado poner mil y una excusas para no compartir manta, se la notaba fría, y pronto se hizo evidente que el consejo de Kunpo sobre ponerse la capa de viaje iba a ser muy acertado.
—K... Kunpo-san, ¿seguro que puede manejar a los caballos bien desde esa posición?
—Cuesta un poco más de esfuerzo por mi parte, pero lo he hecho otras veces —dijo—. No os preocupéis, una vez llevé a tres chiquillos pequeños de tres años. Esos sí que dieron guerra. Claro que no fue por estos caminos.
Daruu echó la cabeza hacia atrás, resignándose a que iban a tener que soportar aquél incómodo carruaje durante muchos kilómetros. Nueve horas... La sóla idea de imaginárselo le daba mareos y dolor de cabeza, de modo que decidió dejar de imaginar eso y ponerse a pensar en otras cosas.
Primero pensó en otras cosas. Al rato, pensaba en tonterías. Y al rato de nuevo, se había quedado profundamente dormido, junto a Ayame. Los dos con la cocorota pegada.
—Chicos, chicos. ¡Hemos llegado!
La voz de Kunpo les despertó. En cuanto Daruu se dio cuenta de que estaba pegado a la cara de Ayame, dio un respingo, tosió, incómodo y saltó del carro corriendo. Inmediatamente se dio cuenta de que se había dejado la capa detrás. Inmediatamente, porque estaba nevando. Y se notaba.
Se dio la vuelta, se restregó los ojos con los dedos, y no pudo evitar decir "ooooh".
Era de noche, y las nieve y las luces de las casitas bajas y farolas de Yukio pintaban el resto de un precioso cuadro. Estaban en el centro de la ciudad, tras cruzar un puente de piedra arqueado, donde al parecer Kunpo tenía el almacén de entrega. El río, que cruzaba la ciudad, les permitía ver desde cierta distancia una fotografía más o menos completa de lo que era la ciudad.
Por supuesto, Daruu ya había estado allí, pero el par de veces que la había visitado no había estado fuera, de noche, mientras nevaba, y para ser sinceros aunque lo hubiera estado le habría parecido igual de bonito.
—¡Muchas gracias por traernos, Kunpo-san! —dijo—. Habría sido una odisea a pie.
«La odisea que será cuando tengamos que volver, sin ninguna duda...»
—Ha sido un placer —contestó Kunpo, inclinando la espalda en una ligera reverencia. Bajó del carro y acarició a uno de los caballos—. ¡Buen chico! Os habéis portado divinamente, caballetes...
»Lo que me pregunto es... ¿Qué habrá sido de vuestro sensei?
—Pff, como no haya venido volando...
«Me siento como un infantil y un inmaduro, sólo es una manta, y si no la compartimos se va a congelar», pensó Daruu, pero no por ello se serenó y mantuvo la mirada clavada en algún punto de la derecha, muy lejos, en las montañas. Allá a lo lejos, en la base de la cordillera, distinguió una silueta oscura formada por cientos de rectángulos, que se erigían torcidos, irregulares, con sus cuerpos de piedra, vidrio y metal rotos por el paso del tiempo, y por el paso de otra cosa. «La Ciudad Fantasma... Será mejor que no le diga a Ayame nada. Igual no se da cuenta.
Con lo miedosa que es, seguro que se pone a tiritar aún más.»
El cuerpo de Ayame temblaba. Aunque había intentado poner mil y una excusas para no compartir manta, se la notaba fría, y pronto se hizo evidente que el consejo de Kunpo sobre ponerse la capa de viaje iba a ser muy acertado.
—K... Kunpo-san, ¿seguro que puede manejar a los caballos bien desde esa posición?
—Cuesta un poco más de esfuerzo por mi parte, pero lo he hecho otras veces —dijo—. No os preocupéis, una vez llevé a tres chiquillos pequeños de tres años. Esos sí que dieron guerra. Claro que no fue por estos caminos.
Daruu echó la cabeza hacia atrás, resignándose a que iban a tener que soportar aquél incómodo carruaje durante muchos kilómetros. Nueve horas... La sóla idea de imaginárselo le daba mareos y dolor de cabeza, de modo que decidió dejar de imaginar eso y ponerse a pensar en otras cosas.
Primero pensó en otras cosas. Al rato, pensaba en tonterías. Y al rato de nuevo, se había quedado profundamente dormido, junto a Ayame. Los dos con la cocorota pegada.
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—Chicos, chicos. ¡Hemos llegado!
La voz de Kunpo les despertó. En cuanto Daruu se dio cuenta de que estaba pegado a la cara de Ayame, dio un respingo, tosió, incómodo y saltó del carro corriendo. Inmediatamente se dio cuenta de que se había dejado la capa detrás. Inmediatamente, porque estaba nevando. Y se notaba.
Se dio la vuelta, se restregó los ojos con los dedos, y no pudo evitar decir "ooooh".
Era de noche, y las nieve y las luces de las casitas bajas y farolas de Yukio pintaban el resto de un precioso cuadro. Estaban en el centro de la ciudad, tras cruzar un puente de piedra arqueado, donde al parecer Kunpo tenía el almacén de entrega. El río, que cruzaba la ciudad, les permitía ver desde cierta distancia una fotografía más o menos completa de lo que era la ciudad.
Por supuesto, Daruu ya había estado allí, pero el par de veces que la había visitado no había estado fuera, de noche, mientras nevaba, y para ser sinceros aunque lo hubiera estado le habría parecido igual de bonito.
—¡Muchas gracias por traernos, Kunpo-san! —dijo—. Habría sido una odisea a pie.
«La odisea que será cuando tengamos que volver, sin ninguna duda...»
—Ha sido un placer —contestó Kunpo, inclinando la espalda en una ligera reverencia. Bajó del carro y acarició a uno de los caballos—. ¡Buen chico! Os habéis portado divinamente, caballetes...
»Lo que me pregunto es... ¿Qué habrá sido de vuestro sensei?
—Pff, como no haya venido volando...
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)