4/05/2017, 21:08
El peliblanco explicó que el motivo que le llevó a visitar Inaka era el de acompañar a su tía, de la que probablemente se habría separado en cuanto el tiburón hizo acto de aparición en aquel bar de mala muerte. El escualo arrugó la nariz y pensó que el pobre Riko se encontraba en una situación tan precaria sólo por su culpa, lo que le obligó a pensar, evidentemente, en cómo harían para volver hasta allá sin que los carroñeros le reconociesen.
Porque más allá de todo, al que mejor habían observado era a Riko. O a su clon, que vendría siendo exactamente lo mismo.
—Pues, esperemos que tu tía no te extrañe mientras estés de éste lado de la ciudad.
El camarero volvió con tres inmensos jarrones de agua, para cada uno. Kaido comenzó a beber de la suya, mientras el mismo camarero le daba dos palmadas a Hoshu para que el tipo espabilara. Con la santa seña, el lugareño se levantó de la mesa y aguardó a que los muchachos se vieran satisfechos de su bebida, para instarles a que se levantaran y le siguieran hasta la parte posterior de la barra.
Dejando atrás la zona social, Hoshu les guió por una serie de pasillos donde estaba la cocina, luego el depósito de bebidas, y más adelante, una puerta.
Hoshu tocó tres veces, de forma pausada. Tras dos segundos, la misma se abrió.
—Pero qué sorpresa. Pensé que el desierto os había tragado para siempre, ¡Hahahahararara!
Quien reía a carcajadas era un hombre cuarentón, cubierto con gruesos ropajes y una funda envolviéndole la cabeza. Era moreno también, tenía los ojos de color verde y era muy alto, casi sobrepasando a los dos shinobi por dos tercios. El hombre le dio paso para que los tres entrasen y una vez lo hicieran, cerrarían la puerta detrás.
El interior de aquella cueva era mucho más grande que el mismísimo bar. Repleto de sacos, objetos y cualquier artilugio que pudieran imaginar.
—Siempre tan optimista, Mirogu-san.
—Haharara, bastardos. Confiaba en ustedes. Pero, desconocía que estuvierais con otro muchacho. ¿Y éste quién es?
Porque más allá de todo, al que mejor habían observado era a Riko. O a su clon, que vendría siendo exactamente lo mismo.
—Pues, esperemos que tu tía no te extrañe mientras estés de éste lado de la ciudad.
El camarero volvió con tres inmensos jarrones de agua, para cada uno. Kaido comenzó a beber de la suya, mientras el mismo camarero le daba dos palmadas a Hoshu para que el tipo espabilara. Con la santa seña, el lugareño se levantó de la mesa y aguardó a que los muchachos se vieran satisfechos de su bebida, para instarles a que se levantaran y le siguieran hasta la parte posterior de la barra.
Dejando atrás la zona social, Hoshu les guió por una serie de pasillos donde estaba la cocina, luego el depósito de bebidas, y más adelante, una puerta.
Hoshu tocó tres veces, de forma pausada. Tras dos segundos, la misma se abrió.
—Pero qué sorpresa. Pensé que el desierto os había tragado para siempre, ¡Hahahahararara!
Quien reía a carcajadas era un hombre cuarentón, cubierto con gruesos ropajes y una funda envolviéndole la cabeza. Era moreno también, tenía los ojos de color verde y era muy alto, casi sobrepasando a los dos shinobi por dos tercios. El hombre le dio paso para que los tres entrasen y una vez lo hicieran, cerrarían la puerta detrás.
El interior de aquella cueva era mucho más grande que el mismísimo bar. Repleto de sacos, objetos y cualquier artilugio que pudieran imaginar.
—Siempre tan optimista, Mirogu-san.
—Haharara, bastardos. Confiaba en ustedes. Pero, desconocía que estuvierais con otro muchacho. ¿Y éste quién es?