22/06/2015, 18:29
Cuando Juro llegó a la plaza, fue testigo de un auténtico espectáculo. Decenas de personas se congregaban formando un círculo, y cada vez más llegaban de las calles aledañas. Ocupando el centro del lugar había un gran carromato, enorme, mucho más grande que el más grande de todos los que hubieran visto los presentes en todas sus vidas. Tenía tres pisos, ruedas de un diámetro desproporcionado y unos arneses que daban a entender el tamaño de las bestias que tiraban de semejante casa ambulante. Estaba construido casi enteramente de madera, con enormes refuerzos de hierro y acero, pintado de rojo. En los laterales se podían ver varios ventanales, muy pequeños y en aquel momento cerrados a cal y canto. La parte delantera tenía un asiento para el conductor, que a juzgar por donde estaba colocado, no debía tener miedo a las alturas. Pero lo fascinante, lo importante, estaba en el trasero de aquella excéntrica construcción: la parte de atrás se abría de par en par, dejando escapar mil y una maravillas con las que los habitantes de la casa con ruedas asombraban a la gente allí donde fueran.
Se trataba de una de las compañías ambulantes más famosas del País del Fuego, conocidos popularmente como "los de la Casita". Malabaristas, trapecistas, escupefuegos... Por muy escéptico que fuera uno, en aquella suerte de empresa familiar y de amigos había al menos un artista que podía sacarle un grito de asombro.
Daba la casualidad de que, a aquellas horas de la tarde, la compañía estaba empezando ya su función callejera. La voz había corrido como pólvora por toda la ciudad, de ahí que la plaza estuviese abarrotada incluso desde el principio. Risas, gritos de asombro, e incluso algún insulto inundaban el ambiente tan festivo.
Desde una de las filas menos privilegiadas a la hora de ver el espectáculo, Kunie trataba de sobreponerse a la altura de la gente que se había colocado delante de ella. Sin éxito, cabe destacar. Fue en uno de esos saltitos cuando perdió el equilibrio, cayó hacia atrás y notó como chocaba contra un cuerpo antes de llegar al suelo.
- Ouch... - masculló, tratando de ponerse en pie.- Lo... Lo siento, ¿estás bien?
Todavía aturdida, tendió la mano al niño sobre el que había caído al perder pie. Era un chiquillo muy pequeño, que no llegaría a los catorce años, vestido con ropas oscuras y sandalias ninja. Kunie, por el contrario, llevaba un conjunto de camiseta de mangas largas, medias y falda ajustada de colores violetas y azules. Su larga melena azabache estaba sujeta por una cinta blanca, y caía por la espalda en una cola de caballo. Llevaba la bandana de Amegakure atada en torno a la cintura, junto a su portaobjetos ninja.
Se trataba de una de las compañías ambulantes más famosas del País del Fuego, conocidos popularmente como "los de la Casita". Malabaristas, trapecistas, escupefuegos... Por muy escéptico que fuera uno, en aquella suerte de empresa familiar y de amigos había al menos un artista que podía sacarle un grito de asombro.
Daba la casualidad de que, a aquellas horas de la tarde, la compañía estaba empezando ya su función callejera. La voz había corrido como pólvora por toda la ciudad, de ahí que la plaza estuviese abarrotada incluso desde el principio. Risas, gritos de asombro, e incluso algún insulto inundaban el ambiente tan festivo.
Desde una de las filas menos privilegiadas a la hora de ver el espectáculo, Kunie trataba de sobreponerse a la altura de la gente que se había colocado delante de ella. Sin éxito, cabe destacar. Fue en uno de esos saltitos cuando perdió el equilibrio, cayó hacia atrás y notó como chocaba contra un cuerpo antes de llegar al suelo.
- Ouch... - masculló, tratando de ponerse en pie.- Lo... Lo siento, ¿estás bien?
Todavía aturdida, tendió la mano al niño sobre el que había caído al perder pie. Era un chiquillo muy pequeño, que no llegaría a los catorce años, vestido con ropas oscuras y sandalias ninja. Kunie, por el contrario, llevaba un conjunto de camiseta de mangas largas, medias y falda ajustada de colores violetas y azules. Su larga melena azabache estaba sujeta por una cinta blanca, y caía por la espalda en una cola de caballo. Llevaba la bandana de Amegakure atada en torno a la cintura, junto a su portaobjetos ninja.