8/05/2017, 20:51
(Última modificación: 29/07/2017, 02:10 por Amedama Daruu.)
—Mmh... Tienes razón —respondió Daruu, acariciándose la barbilla—. Será mejor que vayamos todos. Pero sólo yo entraré a la tienda. Así cumpliremos la parte de la misión que exige que no sepáis de qué se trata el ingrediente. Además, creo que Kōri-sensei debería llevar la caja de f... del ingrediente. No me he traído los... —el chico negó con la cabeza—. ¡Bueno, basta ya, que al final os lo cuento! Mañana iremos allí, entraré, compraré lo que tenga que comprar y volveremos a Amegakure.
Ayame accedió, conforme. Aunque por dentro estaba bullendo de frustración. Odiaba aquel secretismo. ¿Qué demonios era aquel ingrediente secreto que era tan importante para que no se conociera su identidad? De repente, Ayame palideció. ¿Y si era algún tipo de sustancia ilegal? ¿Y si era... droga? Eso explicaría la adicción de su hermano con los bollitos de vainilla, desde luego. ¿Pero qué clase de droga empezaba por la letra "f"?
No tuvo mucho tiempo mucho tiempo para pensarlo.
—Nos alojaremos aquí —intervino Kōri.
Señalaba directamente hacia el final de una calle sin salida, donde se alzaba una acogedora posada. Daruu se acercó al letrero para apartar la fina capa de nieve que lo cubría. "El Patito Frío", rezaba, y el logo, un pato junto a un copo de nieve, parecía haber sido dibujado por un niño, a juzgar por sus trazos irregulares y temblorosos.
—Espero que la cena y las camas sean mejores que el cartel, porque si no...
—En Yukio siempre hace mucho frío... quizás el que lo dibujó no podía controlar los temblores de sus manos —comentó Ayame, con una risilla.
Desde luego, los temores de Daruu se vieron inmediatamente evaporados en cuanto entraron al local. Un delicioso olor y el calor de la hoguera que ardía en la pared de enfrente les recibió con un abrazo, y Ayame se estremeció con deleite bajo su capa. Kōri no parecía tan contento. Pese a su permanente inexpresividad, había torcido ligeramente el gesto. El resto del mobiliario era igual de acogedor. Al fondo unas escaleras ascendían, probablemente a las habitaciones; a la derecha se abría un extenso salón con mesas y sillas que se adivinaban desde la puerta, y a la izquierda el mostrador que estaba vacío.
—Ay, ay, ay... —gimió Daruu—. Sé que llevamos provisiones, pero no me importaría llevarme algo calentito a la boc... AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.
Ayame se sobresaltó ante aquel súbito chillido. Su compañero señalaba con los ojos abiertos y la boca aún más abierta a una pizarra que colgaba del techo junto a la puerta de las cocinas. Con una caligrafía igual de temblorosa que el letrero de la posada, en ella se podía leer: "Noches de Kazeyōbi: Pizza carbonara".
«Es verdad, a Daruu-san le encantaban las pizzas. ¿Esta vez podré probar una?» Ayame miró de reojo a su hermano mayor.
—Por qué no. Será mejor reservar las provisiones para la vuelta —accedió, y Ayame casi dio un bote de la emoción—. Pero primero debemos reservar la habitación.
—¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! —exclamó Ayame con una sonrisa de niña, y corrió hacia el mostrador.
Ayame accedió, conforme. Aunque por dentro estaba bullendo de frustración. Odiaba aquel secretismo. ¿Qué demonios era aquel ingrediente secreto que era tan importante para que no se conociera su identidad? De repente, Ayame palideció. ¿Y si era algún tipo de sustancia ilegal? ¿Y si era... droga? Eso explicaría la adicción de su hermano con los bollitos de vainilla, desde luego. ¿Pero qué clase de droga empezaba por la letra "f"?
No tuvo mucho tiempo mucho tiempo para pensarlo.
—Nos alojaremos aquí —intervino Kōri.
Señalaba directamente hacia el final de una calle sin salida, donde se alzaba una acogedora posada. Daruu se acercó al letrero para apartar la fina capa de nieve que lo cubría. "El Patito Frío", rezaba, y el logo, un pato junto a un copo de nieve, parecía haber sido dibujado por un niño, a juzgar por sus trazos irregulares y temblorosos.
—Espero que la cena y las camas sean mejores que el cartel, porque si no...
—En Yukio siempre hace mucho frío... quizás el que lo dibujó no podía controlar los temblores de sus manos —comentó Ayame, con una risilla.
Desde luego, los temores de Daruu se vieron inmediatamente evaporados en cuanto entraron al local. Un delicioso olor y el calor de la hoguera que ardía en la pared de enfrente les recibió con un abrazo, y Ayame se estremeció con deleite bajo su capa. Kōri no parecía tan contento. Pese a su permanente inexpresividad, había torcido ligeramente el gesto. El resto del mobiliario era igual de acogedor. Al fondo unas escaleras ascendían, probablemente a las habitaciones; a la derecha se abría un extenso salón con mesas y sillas que se adivinaban desde la puerta, y a la izquierda el mostrador que estaba vacío.
—Ay, ay, ay... —gimió Daruu—. Sé que llevamos provisiones, pero no me importaría llevarme algo calentito a la boc... AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA.
Ayame se sobresaltó ante aquel súbito chillido. Su compañero señalaba con los ojos abiertos y la boca aún más abierta a una pizarra que colgaba del techo junto a la puerta de las cocinas. Con una caligrafía igual de temblorosa que el letrero de la posada, en ella se podía leer: "Noches de Kazeyōbi: Pizza carbonara".
«Es verdad, a Daruu-san le encantaban las pizzas. ¿Esta vez podré probar una?» Ayame miró de reojo a su hermano mayor.
—Por qué no. Será mejor reservar las provisiones para la vuelta —accedió, y Ayame casi dio un bote de la emoción—. Pero primero debemos reservar la habitación.
—¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! —exclamó Ayame con una sonrisa de niña, y corrió hacia el mostrador.
¡Ding!