24/06/2015, 00:15
Comenzaba a sentirse extraña. No sabía cómo expresarlo, pero era como si tuviera un sentimiento cosquilloso en la nuca, como si alguien estuviese observándola sin que ella fuera siquiera consciente de ello. Se removió en su asiento, incómoda. Pero eso era completamente imposible, sólo eran dos muchachos en una cafetería que pasaban el rato con batidos y dulces de vainilla y canela, ¿quién iba a estar interesado en espiarles?
Con un último sorbo a su batido, el vaso se vació. Ni siquiera quedaban siquiera las migajas del bollito.
Intrigada por la respuesta de Daruu, la muchacha se echó hacia delante en la mesa. Con los ojos clavados en su acompañante, la muchacha ladeó ligeramente el rostro y un mechón de cabello resbaló de sus hombros.
—¿No llega a quemar? ¿Es eso posible? —le preguntó, pues su imaginación se había adelantado a la respuesta del rubio, y había supuesto por sí misma que, de alguna manera, era posible que la piel del shinobi fuera más resistente al calor de lo que era habitual.
Pero para demostrarle lo que estaba diciendo, Daruu puso una mano sobre la mesa y cuando brotó una llamarada de ella la muchacha volvió a echarse hacia atrás con un brinco. El muchacho la invitó a tocar la llama, y Ayame le miró sobresaltada.
—Q... ¿Qué? —exclamó, con un hilo de voz, y volvió la mirada al fuego.
Las llamas ondulaban sobre la superficie de la mesa, lamiéndola con delicadeza pero sin llegar a quemarla. Pero aquel mismo fuego la había quemado a ella anteriormente, y un ligero hormigueo vibró en su mejilla derecha, donde había recibido el golpe durante el entrenamiento.
«¿Puedo fiarme de él?» Se mordió el labio inferior, temerosa, pero cuando alzó la mirada vio que los ojos de avellana de Daruu estaban clavados en ella, atentos. La muchacha levantó la mano, dubitativa, y la acercó con lentitud a la llama.
Más cerca... Más cerca...
Sus dedos rozaron el fuego...
—¡Ah! —Ayame retiró la mano con un brinco. Pero enseguida parpadeó, confusa. Al cabo de algunos segundos volvió a acercarla, y esta vez lo hizo con algo más de decisión. El fuego envolvió por completo su mano cuando lo hizo, pero ante su completa estupefacción, las llamas la lamían sin llegar a dañarla. Sentía la calidez del fuego, pero no el dolor punzante de la quemadura que debería sufrir—. Es... es cierto... es increíble —balbuceó, fascinada. No muchas veces se tenía la oportunidad de acariciar el fuego sin sufrir las consecuencias.
Con un último sorbo a su batido, el vaso se vació. Ni siquiera quedaban siquiera las migajas del bollito.
Intrigada por la respuesta de Daruu, la muchacha se echó hacia delante en la mesa. Con los ojos clavados en su acompañante, la muchacha ladeó ligeramente el rostro y un mechón de cabello resbaló de sus hombros.
—¿No llega a quemar? ¿Es eso posible? —le preguntó, pues su imaginación se había adelantado a la respuesta del rubio, y había supuesto por sí misma que, de alguna manera, era posible que la piel del shinobi fuera más resistente al calor de lo que era habitual.
Pero para demostrarle lo que estaba diciendo, Daruu puso una mano sobre la mesa y cuando brotó una llamarada de ella la muchacha volvió a echarse hacia atrás con un brinco. El muchacho la invitó a tocar la llama, y Ayame le miró sobresaltada.
—Q... ¿Qué? —exclamó, con un hilo de voz, y volvió la mirada al fuego.
Las llamas ondulaban sobre la superficie de la mesa, lamiéndola con delicadeza pero sin llegar a quemarla. Pero aquel mismo fuego la había quemado a ella anteriormente, y un ligero hormigueo vibró en su mejilla derecha, donde había recibido el golpe durante el entrenamiento.
«¿Puedo fiarme de él?» Se mordió el labio inferior, temerosa, pero cuando alzó la mirada vio que los ojos de avellana de Daruu estaban clavados en ella, atentos. La muchacha levantó la mano, dubitativa, y la acercó con lentitud a la llama.
Más cerca... Más cerca...
Sus dedos rozaron el fuego...
—¡Ah! —Ayame retiró la mano con un brinco. Pero enseguida parpadeó, confusa. Al cabo de algunos segundos volvió a acercarla, y esta vez lo hizo con algo más de decisión. El fuego envolvió por completo su mano cuando lo hizo, pero ante su completa estupefacción, las llamas la lamían sin llegar a dañarla. Sentía la calidez del fuego, pero no el dolor punzante de la quemadura que debería sufrir—. Es... es cierto... es increíble —balbuceó, fascinada. No muchas veces se tenía la oportunidad de acariciar el fuego sin sufrir las consecuencias.