9/05/2017, 02:17
La larga y helada espera culmino cuando, desde el otro lado del alba, aquella parte del cielo que aun yacía a oscuras, apareció el vehículo por el cual un grupo de unas veinte personas estaban esperándo mientras se congelaban.
—No es lo que esperaba —dijo el peliblanco, al verlo acercarse—, es mejor.
El trineo era una estructura enorme, de unos diez metros de largo y dos de ancho. Se deslizaba con insospechada velocidad a través de la escarcha, dejando surcos profundos en la no tan profunda nieve que había cerca del puerto. El mismo era movido por lo que parecía ser una disciplinada jauría de feroces lobos de las nieves, fuertes y salvajes, como debían de ser para sobrevivir en aquellas tierras. El vehículo lucia impresionante moviéndose sobre la blanca llanura mientras dejaba tras de sí una nube compuesta de partículas heladas.
—¡Alto! —grito el cochero, oscilando y chasqueando un grueso látigo.
Los animales de tiro se detuvieron en el acto, quedando cerca del impresionado grupo de pasajeros que yacían visiblemente emocionados. Después de todo, estaban allí para ver cosas exóticas como aquella.
—Una enorme carreta sin ruedas que se desliza por sobre la escarcha, y que en lugar de caballos utiliza lobos feroces para halar de ella… Cielos, es el primer día y ya me han impresionado.
—Ciertamente mi señor, parece algo como sacado de un cuento sobre hadas invernales —reconoció Naomi, quien también yacía deslumbrada.
El conductor bajo de un brinco y grito con voz áspera:
—¡Preparen sus cosas, en una hora partimos!
Y así, todo el mundo se puso en marcha: El cochero se dedico a alimentar a sus criaturas y a quitar, a punta de mazazos, los cúmulos de hielo que se había formado en la estructura del trineo. Por otro lado, una escuadra de silenciosos porteadores se dedico a llevar hasta el interior todas las posesiones de quienes estaban esperando, maleta tras maleta de cachivaches y harapos que consideraban innecesarios e inútiles en aquella región. De hecho, la gran mayoría de visitantes se mantenían vestidos con capaz finas y trajes de moda que poco o nada tenían de efectivos contra los vientos glaciares. En cambio, los atavíos de los nativos lucían desastrosos e incómodos a ojos turistas, pero lo cierto es que, pese a lo feo, funcionaban extraordinariamente bien.
—¡Todos a bordo! —exclamo el cochero, cuando vio que todos los preparativos estaban listos—. ¡Próxima parada, Hakushi!
La gente comenzó a abordar torpe y lentamente en el vehículo. El Hakagurē pudo apreciar que el techo era de cuero sin curtir, tosco, pero efectivo como cobertura. Cuando todos estuvieron a bordo, bajaron la cortina de piel de la parte trasera y comenzaron a andar, primero lento y luego cada vez mas rápido a medida que se adentraban en las frías llanuras. Dentro era considerablemente más cálido que en el exterior, pero aun así nadie se atrevería a quitarse sus bufandas por temor a que se les congelasen los cuellos.
El espadachín paseo su mirada por el interior y solo encontró rostros cubierto y cuerpo temblorosos, iluminados por una tremula llama proviniente de una pequeña lampara de aceite. Solo le quedaba esperar a que el viaje concluyera, pero mientras tanto se sabría afortunado al poder remover un poco las pieles que formaban las paredes, para echar un vistazo hacia afuera, cosa que cualquiera otro podría imitar si así le apetecía, para disfrutar de un inusual espectáculo helado.
—No es lo que esperaba —dijo el peliblanco, al verlo acercarse—, es mejor.
El trineo era una estructura enorme, de unos diez metros de largo y dos de ancho. Se deslizaba con insospechada velocidad a través de la escarcha, dejando surcos profundos en la no tan profunda nieve que había cerca del puerto. El mismo era movido por lo que parecía ser una disciplinada jauría de feroces lobos de las nieves, fuertes y salvajes, como debían de ser para sobrevivir en aquellas tierras. El vehículo lucia impresionante moviéndose sobre la blanca llanura mientras dejaba tras de sí una nube compuesta de partículas heladas.
—¡Alto! —grito el cochero, oscilando y chasqueando un grueso látigo.
Los animales de tiro se detuvieron en el acto, quedando cerca del impresionado grupo de pasajeros que yacían visiblemente emocionados. Después de todo, estaban allí para ver cosas exóticas como aquella.
—Una enorme carreta sin ruedas que se desliza por sobre la escarcha, y que en lugar de caballos utiliza lobos feroces para halar de ella… Cielos, es el primer día y ya me han impresionado.
—Ciertamente mi señor, parece algo como sacado de un cuento sobre hadas invernales —reconoció Naomi, quien también yacía deslumbrada.
El conductor bajo de un brinco y grito con voz áspera:
—¡Preparen sus cosas, en una hora partimos!
Y así, todo el mundo se puso en marcha: El cochero se dedico a alimentar a sus criaturas y a quitar, a punta de mazazos, los cúmulos de hielo que se había formado en la estructura del trineo. Por otro lado, una escuadra de silenciosos porteadores se dedico a llevar hasta el interior todas las posesiones de quienes estaban esperando, maleta tras maleta de cachivaches y harapos que consideraban innecesarios e inútiles en aquella región. De hecho, la gran mayoría de visitantes se mantenían vestidos con capaz finas y trajes de moda que poco o nada tenían de efectivos contra los vientos glaciares. En cambio, los atavíos de los nativos lucían desastrosos e incómodos a ojos turistas, pero lo cierto es que, pese a lo feo, funcionaban extraordinariamente bien.
—¡Todos a bordo! —exclamo el cochero, cuando vio que todos los preparativos estaban listos—. ¡Próxima parada, Hakushi!
La gente comenzó a abordar torpe y lentamente en el vehículo. El Hakagurē pudo apreciar que el techo era de cuero sin curtir, tosco, pero efectivo como cobertura. Cuando todos estuvieron a bordo, bajaron la cortina de piel de la parte trasera y comenzaron a andar, primero lento y luego cada vez mas rápido a medida que se adentraban en las frías llanuras. Dentro era considerablemente más cálido que en el exterior, pero aun así nadie se atrevería a quitarse sus bufandas por temor a que se les congelasen los cuellos.
El espadachín paseo su mirada por el interior y solo encontró rostros cubierto y cuerpo temblorosos, iluminados por una tremula llama proviniente de una pequeña lampara de aceite. Solo le quedaba esperar a que el viaje concluyera, pero mientras tanto se sabría afortunado al poder remover un poco las pieles que formaban las paredes, para echar un vistazo hacia afuera, cosa que cualquiera otro podría imitar si así le apetecía, para disfrutar de un inusual espectáculo helado.