9/05/2017, 17:15
El chico de orbes espeluznantes calló por unos segundos, pese a haber sido altamente interrogado por la chica. El silencio reinó, y nadie parecía dispuesto a romperlo. Pero, de manera sobrecogedora, el chico manifestó ser un fantasma. Un fantasma de los chungos, de los que verdaderamente dan miedo, pues no sabes si reír o llorar. Con un movimiento tambaleante, como el de una gelatina, el chico comenzó a decir que era el fantasma del castillo. Efectivamente, ni él mismo pudo contener la risa. Partió en una carcajada, una carcajada que casi le impide hablar en pos de aclarar que los nervios le impidieron decir algo más lógico y racional. La chica no tardó en absoluto en reír como éste había hecho. No era para menos, la broma había sido realmente buena.
Ni corto ni perezoso, el peliblanco se acercó hacia la pelirroja. Extendió su mano, y la ofreció a la genin a modo de saludo mientras se presentaba con el nombre de Riko. La chica sonrió antes de devolver el saludo, apretando su mano con fuerza. Un buen saludo debe ser enérgico, al menos eso siempre decía su padre...
—Mi nombre es Aiko. —aclaró. —Encantada igualmente, Riko.
Tras el saludo, soltó la mano del chico. Después de todo, tampoco se la iba a guardar. Se giró de nuevo, y buenamente le volvió a echar un vistazo a ese tremendo salón que les daba la bienvenida. Los detalles escaseaban quizás, pero tampoco era cosa de asombro, habría sido desvalijado en un millar de ocasiones, si no mas. No parecía haber ni tan siquiera un mísero cuadro que diese carácter a la sala, una alfombra que cubriese el paso de las personas importantes, o alguna silla donde compartir con los invitados una agradable charla. Nada, no parecía haber nada.
De pronto, el sonido chirriante de las bisagras de la puerta principal resonó, anunciando un inminente portazo, un tremebundo golpe que no se hizo de rogar.
¡PLAF!
El ruido hizo hasta eco en la estancia, resonando en todo el edificio con una eficacia asombrosa. Ni en los mejores centros de grabación de voz, vamos. La chica se giró, calmada, buscando con la vista al chico. ¿Quién si no iba a cerrar la puerta de esa manera?
—Riko... no des esos porrazos, que vas a desmontar el castillo. —se atrevió a bromear.
Ni corto ni perezoso, el peliblanco se acercó hacia la pelirroja. Extendió su mano, y la ofreció a la genin a modo de saludo mientras se presentaba con el nombre de Riko. La chica sonrió antes de devolver el saludo, apretando su mano con fuerza. Un buen saludo debe ser enérgico, al menos eso siempre decía su padre...
—Mi nombre es Aiko. —aclaró. —Encantada igualmente, Riko.
Tras el saludo, soltó la mano del chico. Después de todo, tampoco se la iba a guardar. Se giró de nuevo, y buenamente le volvió a echar un vistazo a ese tremendo salón que les daba la bienvenida. Los detalles escaseaban quizás, pero tampoco era cosa de asombro, habría sido desvalijado en un millar de ocasiones, si no mas. No parecía haber ni tan siquiera un mísero cuadro que diese carácter a la sala, una alfombra que cubriese el paso de las personas importantes, o alguna silla donde compartir con los invitados una agradable charla. Nada, no parecía haber nada.
De pronto, el sonido chirriante de las bisagras de la puerta principal resonó, anunciando un inminente portazo, un tremebundo golpe que no se hizo de rogar.
¡PLAF!
El ruido hizo hasta eco en la estancia, resonando en todo el edificio con una eficacia asombrosa. Ni en los mejores centros de grabación de voz, vamos. La chica se giró, calmada, buscando con la vista al chico. ¿Quién si no iba a cerrar la puerta de esa manera?
—Riko... no des esos porrazos, que vas a desmontar el castillo. —se atrevió a bromear.