9/05/2017, 18:40
La joven le acompañó hasta sus aposentos, y se metió al baño. Reika buscó con desespero la toalla, y no tardó en conseguirla para llevársela a la empapada criatura, que aún tiritaba fuertemente. Cuando Inaru la tuvo en sus manos, se envolvió en ella e intentó secarse la mayor cantidad de agua posible, para así luego cambiársela por ropa seca.
Por suerte, lo hizo ella misma. Tomó su pijama, se quitó las prendas fuera de la visión de su niñera, y volvió ya seca, aunque sus largas coletas —ahora sueltas, y frizadas— aún seguían mojadas. Pero así se acostó en la cama, arropándose de su gran edredón de flores. Allí bajo sus sábanas, recobró un poco la confianza, y se sentía más segura.
Ya no estaba tan triste.
—Deika-san, teno sueño. Puedo... ¿puedo tomar una siesta? y... perdón por haber corrido así, me sentí... muy triste con tus palabras.
Antes de cerrar los ojos, admitió:
—Extraño a mi mamá.
Fuera cual fuera el resultado de su ya conocida revelación, Inaru sólo quería conciliar el sueño, no charlar. Así que Reika, ahora mismo, tan sólo tenía pocas opciones, más que las de hacer el té que con tanto afan habían prometido, y vigilar que Inaru durmiera lo mejor que pudiera, teniendo en cuenta en súbito y estremecedor episodio que la convirtió de ser una pequeña carismática, inocente, con ganas de jugar con sus muñecas; a aquella cuya tristeza era visible y palpable.
Por suerte, lo hizo ella misma. Tomó su pijama, se quitó las prendas fuera de la visión de su niñera, y volvió ya seca, aunque sus largas coletas —ahora sueltas, y frizadas— aún seguían mojadas. Pero así se acostó en la cama, arropándose de su gran edredón de flores. Allí bajo sus sábanas, recobró un poco la confianza, y se sentía más segura.
Ya no estaba tan triste.
—Deika-san, teno sueño. Puedo... ¿puedo tomar una siesta? y... perdón por haber corrido así, me sentí... muy triste con tus palabras.
Antes de cerrar los ojos, admitió:
—Extraño a mi mamá.
Fuera cual fuera el resultado de su ya conocida revelación, Inaru sólo quería conciliar el sueño, no charlar. Así que Reika, ahora mismo, tan sólo tenía pocas opciones, más que las de hacer el té que con tanto afan habían prometido, y vigilar que Inaru durmiera lo mejor que pudiera, teniendo en cuenta en súbito y estremecedor episodio que la convirtió de ser una pequeña carismática, inocente, con ganas de jugar con sus muñecas; a aquella cuya tristeza era visible y palpable.