9/05/2017, 21:11
Riko miró a la pelirroja como si ésta fuese una loca que arroja gatos al azar gritando cosas que ni son inteligibles, pero lejos de ser así, la chica estaba realmente en sus cabales. Al menos eso le dijo el médico una vez. El chico sin embargo no respondió ante la valentía de la chica, no al menos hasta que ésta irónicamente preguntó al fantasma por dónde podía llegar al dormitorio principal. Riko se sobresaltó, aún mas, inquiriendo a la chica que estaba claro que ella no tenía miedo, pero que no debía provocar mas al posible ente que había en ese castillo.
La chica mostró la mas sincera de sus sonrisas, queriendo darle la razón en parte al chico. Pero, no todo es tan fácil a veces. Ante la provocación de la pelirroja, el fantasma abrió de golpe un camino que antes estaba cerrado. Riko, sobresaltado de nuevo, pareció enfurecerse. Bramó a los vientos que se iba a reír de su padre, y con las mismas, se adelantó a la chica y entró por la única puerta abierta.
—Riko... espera... —solicitó la chica, pero éste ya estaba mas que decidido.
Éste entró por la puerta, seguido a escaso metro de distancia por la chica. Se encontraron ante ellos un enorme pasillo, un pasillo de techo realmente alto y ausencia de luces artificiales como lámparas o antorchas, y que únicamente estaba iluminado por un gran ventanal central. Éste hecho implicaba que había bastante penumbra tanto al inicio como al final del mismo pasillo. Frente a la gran ventana abierta, también había una puerta abierta. Al final del pasillo, una puerta, en ésta ocasión cerrada —a cal y canto— que posiblemente no podrían abrir ni queriendo. El camino parecía marcado. A lo largo del pasillo, al lado izquierdo, se sucedían a cada dos metros apenas una armadura de samurai, que mantenían a una altura media —frente al pecho— una espada blandida a dos manos. Todas las armaduras eran diferentes, algo oxidadas, y con rasgos característicos y exclusivos que las diferenciaban la una de la otra. Para llegar hasta la puerta, tendrían que pasar de largo por cuatro de éstas armaduras. Hasta el final del pasillo habían un total de ocho. Si por alguna casualidad del mundo las armaduras blandiesen el arma en vertical, la espada sin duda llegaría hasta casi el otro extremo del pasillo.
—Ps... sí que se están currando la broma ésta, ¿no? —confesó la chica tan tranquila.
Ésta se acercó hasta la primera de las armaduras, y asomó parcialmente en busca de su rostro. El rostro estaba ausente, no parecía estar ocupada por nadie. Con curiosidad, la chica observaría la armadura desde distintos puntos de vista, mas interesada que otra cosa en lo hermosa que era.
—Que bonita armadura...
La chica mostró la mas sincera de sus sonrisas, queriendo darle la razón en parte al chico. Pero, no todo es tan fácil a veces. Ante la provocación de la pelirroja, el fantasma abrió de golpe un camino que antes estaba cerrado. Riko, sobresaltado de nuevo, pareció enfurecerse. Bramó a los vientos que se iba a reír de su padre, y con las mismas, se adelantó a la chica y entró por la única puerta abierta.
—Riko... espera... —solicitó la chica, pero éste ya estaba mas que decidido.
Éste entró por la puerta, seguido a escaso metro de distancia por la chica. Se encontraron ante ellos un enorme pasillo, un pasillo de techo realmente alto y ausencia de luces artificiales como lámparas o antorchas, y que únicamente estaba iluminado por un gran ventanal central. Éste hecho implicaba que había bastante penumbra tanto al inicio como al final del mismo pasillo. Frente a la gran ventana abierta, también había una puerta abierta. Al final del pasillo, una puerta, en ésta ocasión cerrada —a cal y canto— que posiblemente no podrían abrir ni queriendo. El camino parecía marcado. A lo largo del pasillo, al lado izquierdo, se sucedían a cada dos metros apenas una armadura de samurai, que mantenían a una altura media —frente al pecho— una espada blandida a dos manos. Todas las armaduras eran diferentes, algo oxidadas, y con rasgos característicos y exclusivos que las diferenciaban la una de la otra. Para llegar hasta la puerta, tendrían que pasar de largo por cuatro de éstas armaduras. Hasta el final del pasillo habían un total de ocho. Si por alguna casualidad del mundo las armaduras blandiesen el arma en vertical, la espada sin duda llegaría hasta casi el otro extremo del pasillo.
—Ps... sí que se están currando la broma ésta, ¿no? —confesó la chica tan tranquila.
Ésta se acercó hasta la primera de las armaduras, y asomó parcialmente en busca de su rostro. El rostro estaba ausente, no parecía estar ocupada por nadie. Con curiosidad, la chica observaría la armadura desde distintos puntos de vista, mas interesada que otra cosa en lo hermosa que era.
—Que bonita armadura...