10/05/2017, 17:20
Riko parecía que no iba a aguantar mucho mas, al menos su corazón no lo haría si no paraban de darle sustos. La chica, que era un claro reflejo de todo lo contrario, tampoco ayudaba en éstos momentos soltando su secreto. Pero, las situaciones no se eligen, si no que se viven cuando te tocan. ¿Qué hacer si todo estaba resultando así? Tampoco era culpa suya todo, aunque buenamente sí que estaba influenciando, de mala manera además si cabe destacar.
Para cuando la espada cayó al suelo empuñada, la chica recalcó la acción y la importancia de investigar las armaduras. Riko no tardó en afirmarlo con un tosco movimiento vertical de cabeza, que rápidamente fue acompañado de una afirmación oral. Pero, en ésta ocasión el chico tuvo una gran idea —quitar las espadas de las armaduras— con lo cual salvarían la situación y no perderían tanto tiempo.
—Pues si, tienes toda la razón. —confirmó la pelirroja.
Sin demora, tomó la espada de la armadura que tenía a su vera, y la lanzó hacia la pared del lado contrario a la armadura. Total, el peligro radicaba en que ésta se soltase y cruzara en vertical la estancia, pillando a alguno de los dos en el camino.
—Yo no pienso cargarlas, total... pesan demasiado como para empuñarlas...
Obviamente, eran unas espadas pesadas y oxidadas... ¿de qué servirían?
Con tranquilidad, se dirigiría hacia la siguiente armadura, pasando la que ya habría quitado Riko. La tercera armadura era la penúltima antes de la puerta, con lo cuál Riko solo tendría que quitar otra mas —2 cada uno— y al fin podrían entrar en la sala donde el fantasma quería que entrasen.
La susodicha sala era un gran salón, con una alfombra roja que cubría todo el suelo. Éste carecía de ventanas, quedando iluminado por una enorme especie de agujero en el techo de la sala, que realmente antaño habría sido una especie de tragaluz. En el presente, carecía de cristal, y casi parecía un mero impacto de cañón en vertical. Un circulo de sillas bien ornamentadas se reunían en el centro de la sala, enfocadas las unas a las otras en un perfecto círculo. Al fondo, proviniendo de donde los chicos, había una puerta de madera como ésta que atravesaban. Hacia la derecha, la sala ascendía unos cuantos centímetros en altura a causa de unos escalones, que terminaban desembocando en un par de sillones de piedra caliza enormes. Éstos mencionados sillones, sin duda alguna eran legado de los dueños de esa fortaleza, incluso había una corona oxidada en el izquierdo. A ambos lados de éstos majestuosos sillones enormes, habían también un par de puertas, que conducían quizás a una sala común tras ésta. Las paredes estaban llenas de cuadros; cuadros en los que no había nada reflejado, tan solo retazos de pintura negra y roja a mansalva.
Para cuando la espada cayó al suelo empuñada, la chica recalcó la acción y la importancia de investigar las armaduras. Riko no tardó en afirmarlo con un tosco movimiento vertical de cabeza, que rápidamente fue acompañado de una afirmación oral. Pero, en ésta ocasión el chico tuvo una gran idea —quitar las espadas de las armaduras— con lo cual salvarían la situación y no perderían tanto tiempo.
—Pues si, tienes toda la razón. —confirmó la pelirroja.
Sin demora, tomó la espada de la armadura que tenía a su vera, y la lanzó hacia la pared del lado contrario a la armadura. Total, el peligro radicaba en que ésta se soltase y cruzara en vertical la estancia, pillando a alguno de los dos en el camino.
—Yo no pienso cargarlas, total... pesan demasiado como para empuñarlas...
Obviamente, eran unas espadas pesadas y oxidadas... ¿de qué servirían?
Con tranquilidad, se dirigiría hacia la siguiente armadura, pasando la que ya habría quitado Riko. La tercera armadura era la penúltima antes de la puerta, con lo cuál Riko solo tendría que quitar otra mas —2 cada uno— y al fin podrían entrar en la sala donde el fantasma quería que entrasen.
La susodicha sala era un gran salón, con una alfombra roja que cubría todo el suelo. Éste carecía de ventanas, quedando iluminado por una enorme especie de agujero en el techo de la sala, que realmente antaño habría sido una especie de tragaluz. En el presente, carecía de cristal, y casi parecía un mero impacto de cañón en vertical. Un circulo de sillas bien ornamentadas se reunían en el centro de la sala, enfocadas las unas a las otras en un perfecto círculo. Al fondo, proviniendo de donde los chicos, había una puerta de madera como ésta que atravesaban. Hacia la derecha, la sala ascendía unos cuantos centímetros en altura a causa de unos escalones, que terminaban desembocando en un par de sillones de piedra caliza enormes. Éstos mencionados sillones, sin duda alguna eran legado de los dueños de esa fortaleza, incluso había una corona oxidada en el izquierdo. A ambos lados de éstos majestuosos sillones enormes, habían también un par de puertas, que conducían quizás a una sala común tras ésta. Las paredes estaban llenas de cuadros; cuadros en los que no había nada reflejado, tan solo retazos de pintura negra y roja a mansalva.