10/05/2017, 18:37
Riko, que seguía a la pelirroja a corta distancia, intentó advertir a la chica de que no era buena idea tomar las cosas que se fuesen encontrando por el camino. Apenas había terminado de expresarse, las puertas golpearon súbitamente al cerrarse al unísono. El silencio reinó por un instante, hasta que la chica bromeó con la pregunta de si el rey muerto se habría enfadado. Riko, lejos de mantener la calma, explotó en una mofa típica de niño pequeño, cambiando el tono y vocales de la frase de la chica. No tardó en reiterar que había sido una mala idea, que a ningún fantasma —real o ficticio— le habría hecho gracia que le roben sus pertenencias.
—S-si... puede ser.
El peliblanco intentaba relajarse, haciéndolo público incluso. Casi le faltaba sentarse con las piernas cruzadas y tocarse las orejas al cántico ancestral de "Ohm". Pero, pareció que ésto le ayudo en suficiente medida, incluso se atrevió a preguntar qué debían hacer ahora. Su sugerencia fue rápida y simple, derribar una de las puertas.
Aiko se encogió de hombros, con una mueca de no saber muy bien qué decir ante esa intención. —Pues no sé. —confirmó. —[color]Miremos si están cerradas, que yo haya visto no tienen cerrojos. Quizás solo ha sido un portazo y ya está.[/color]
La chica se dirigió con parsimonia hacia la puerta que tenía justo a su derecha, la mas cercana al sillón donde anteriormente se encontraba la corona. Entre tanto, sacudió del polvo un par de veces el metal, y se atrevió a ponersela en la cabeza. Tan entusiasmada como una niña chica, la kunoichi terminó de recortar las distancias hasta la puerta.
—En realidad necesito un espejo para poder mirarme... —confesó la genin. —¿Me sienta bien?
En última instancia, preguntó al chico si la corona le sentaba bien, en lo que incluso puso morritos y sacó un poco pecho. A todo ésto, tenía la mano en el picaporte, el cuál giraría sin recelo. La puerta, efectivamente, no estaba cerrada por ningún pestillo. Sin mas, tiraría de ésta y la misma cedería.
La siguiente sala, a pesar de lo aparente, era un dormitorio individual. Una sala algo extensa, que sin embargo se expandía hacia el lado contiguo, en vez de juntarse tras la pared venidera a los sillones majestuosos. En ésta estancia, tan solo había una enorme cama, libre de sabanas y edredones, que se situaba a mitad de la sala curiosamente. Las paredes, conformadas por ladrillos —como la mayor parte del castillo— tenían manchas de zapato en vertical, que llegaban a marcar varios itinerarios por las paredes y techo. Al fondo, un ventanal roto.
—No creo que éste sea el dormitorio del rey... ¿no?
—S-si... puede ser.
El peliblanco intentaba relajarse, haciéndolo público incluso. Casi le faltaba sentarse con las piernas cruzadas y tocarse las orejas al cántico ancestral de "Ohm". Pero, pareció que ésto le ayudo en suficiente medida, incluso se atrevió a preguntar qué debían hacer ahora. Su sugerencia fue rápida y simple, derribar una de las puertas.
Aiko se encogió de hombros, con una mueca de no saber muy bien qué decir ante esa intención. —Pues no sé. —confirmó. —[color]Miremos si están cerradas, que yo haya visto no tienen cerrojos. Quizás solo ha sido un portazo y ya está.[/color]
La chica se dirigió con parsimonia hacia la puerta que tenía justo a su derecha, la mas cercana al sillón donde anteriormente se encontraba la corona. Entre tanto, sacudió del polvo un par de veces el metal, y se atrevió a ponersela en la cabeza. Tan entusiasmada como una niña chica, la kunoichi terminó de recortar las distancias hasta la puerta.
—En realidad necesito un espejo para poder mirarme... —confesó la genin. —¿Me sienta bien?
En última instancia, preguntó al chico si la corona le sentaba bien, en lo que incluso puso morritos y sacó un poco pecho. A todo ésto, tenía la mano en el picaporte, el cuál giraría sin recelo. La puerta, efectivamente, no estaba cerrada por ningún pestillo. Sin mas, tiraría de ésta y la misma cedería.
La siguiente sala, a pesar de lo aparente, era un dormitorio individual. Una sala algo extensa, que sin embargo se expandía hacia el lado contiguo, en vez de juntarse tras la pared venidera a los sillones majestuosos. En ésta estancia, tan solo había una enorme cama, libre de sabanas y edredones, que se situaba a mitad de la sala curiosamente. Las paredes, conformadas por ladrillos —como la mayor parte del castillo— tenían manchas de zapato en vertical, que llegaban a marcar varios itinerarios por las paredes y techo. Al fondo, un ventanal roto.
—No creo que éste sea el dormitorio del rey... ¿no?