10/05/2017, 22:30
(Última modificación: 29/07/2017, 02:14 por Amedama Daruu.)
Tras las puertas que parecían dar a las cocinas de la posada, un hombre se afanaba con algo que tenía sobre la encimera. Algo que Ayame no llegó a ver. Sin embargo, al escuchar el repiqueo del timbre dejó lo que estaba haciendo, se lavó las manos en la pila más cercana que tenía y tras secarse con un trapo de cocina salió al recibidor. Pese a su afán por limpiarse, seguía manchado de harina hasta los codos. Era un hombre adulto, bastante mayor y entrado en carnes. Cubría su cabeza con un pañuelo blanco.
—¡Hooombre! Ya me temía que fuera a hacer pizza sólo para mí. Mira que últimamente estaba viniendo bastante gente, pero me han dejado colgado hoy, precisamente, de todos los días. —Chasqueó la lengua, con fastidio, y Ayame ladeó la cabeza ligeramente.
«¿Eso quiere decir que somos sus únicos clientes?» Se preguntó, ciertamente extrañada.
—Pues mira, me parece que os vais a hinchar, porque había hecho para al menos diez personas, y ya casi están todas en los hornos. Y mañana ya no está buena... Para tirarla...
Daruu, terroríficamente serio, se acercó al mostrador y apoyó ambas manos en él. Ayame casi se asustó al verle de aquella manera.
—No se preocupe. No le decepcionaré —pronunció.
—Esto... sí. Vale —respondió el encargado de la posada; seguramente, igual de sorprendido que la propia Ayame—. Bueno, supongo que querréis habitación también, ¿no? He pensado muchas veces hacerlo diferente, pero de momento la cena se sirve para los que se hospedan —explicó—. Son 40 ryou la noche, por persona. La cena va incluída en el precio. Y el desayuno. Importamos unos bollitos de vainilla de una pastelería de Amegakure que están...
Ni siquiera le dejó terminar de hablar. Kōri había dejado las monedas sobre la barra de la recepción en un movimiento casi imperceptible. Sus ojos, igual de gélidos que antes, despedían un brillo especial.
—Hecho.
«Y seguramente se esté quedando con las ganas de preguntar si no puede sustituir la cena por el desayuno.» Pensó Ayame, mirándolo con suspicacia.
El encargado les tendió la llave de la habitación, y con un gesto de su brazo les instó a que les siguiera. Los condujo hacia la escalinata del fondo del salón y ascendieron hasta el primer piso, donde les esperaba un largo pasillo iluminado por velas y con varias puertas a ambos lados. Se detuvo precisamente frente a la primera que quedaba a mano derecha.
—Esta es vuestra habitación. Sentíos libres de acomodaros todo lo que gustéis. La cena estará a partir de las diez en el comedor. Ya sabéis, abajo, la puerta de la derecha.
—Gracias, allí estaremos —respondió Kōri, con una ligera inclinación de cabeza.
—¡Muchas gracias, señor! —coreó Ayame.
El interior de la habitación era igual de acogedor que el resto del lugar. Una serie de mesitas con diversos floreros, algún que otro espejo y otro cuadro de un paisaje nevado que debía corresponder a alguna estampa de Yukio conformaban el mobiliario. Tres futones los aguardaban dispuestos en el fondo de la habitación, juntos pero lo suficientemente separados entre sí para dejarles cierto espacio personal. Kōri no tardó en dejar su mochila de viaje a los pies del futón que quedaban en medio de los otros dos. A mano derecha, una puerta se abría a un pequeño y discreto cuarto de baño con un retrete, un lavabo con un espejo encima y una ducha.
—Ah... Espero que haya agua caliente —suspiró Ayame.
—Cuando estéis listos podemos bajar a cenar —dijo Kōri.
—¡Hooombre! Ya me temía que fuera a hacer pizza sólo para mí. Mira que últimamente estaba viniendo bastante gente, pero me han dejado colgado hoy, precisamente, de todos los días. —Chasqueó la lengua, con fastidio, y Ayame ladeó la cabeza ligeramente.
«¿Eso quiere decir que somos sus únicos clientes?» Se preguntó, ciertamente extrañada.
—Pues mira, me parece que os vais a hinchar, porque había hecho para al menos diez personas, y ya casi están todas en los hornos. Y mañana ya no está buena... Para tirarla...
Daruu, terroríficamente serio, se acercó al mostrador y apoyó ambas manos en él. Ayame casi se asustó al verle de aquella manera.
—No se preocupe. No le decepcionaré —pronunció.
—Esto... sí. Vale —respondió el encargado de la posada; seguramente, igual de sorprendido que la propia Ayame—. Bueno, supongo que querréis habitación también, ¿no? He pensado muchas veces hacerlo diferente, pero de momento la cena se sirve para los que se hospedan —explicó—. Son 40 ryou la noche, por persona. La cena va incluída en el precio. Y el desayuno. Importamos unos bollitos de vainilla de una pastelería de Amegakure que están...
Ni siquiera le dejó terminar de hablar. Kōri había dejado las monedas sobre la barra de la recepción en un movimiento casi imperceptible. Sus ojos, igual de gélidos que antes, despedían un brillo especial.
—Hecho.
«Y seguramente se esté quedando con las ganas de preguntar si no puede sustituir la cena por el desayuno.» Pensó Ayame, mirándolo con suspicacia.
El encargado les tendió la llave de la habitación, y con un gesto de su brazo les instó a que les siguiera. Los condujo hacia la escalinata del fondo del salón y ascendieron hasta el primer piso, donde les esperaba un largo pasillo iluminado por velas y con varias puertas a ambos lados. Se detuvo precisamente frente a la primera que quedaba a mano derecha.
—Esta es vuestra habitación. Sentíos libres de acomodaros todo lo que gustéis. La cena estará a partir de las diez en el comedor. Ya sabéis, abajo, la puerta de la derecha.
—Gracias, allí estaremos —respondió Kōri, con una ligera inclinación de cabeza.
—¡Muchas gracias, señor! —coreó Ayame.
El interior de la habitación era igual de acogedor que el resto del lugar. Una serie de mesitas con diversos floreros, algún que otro espejo y otro cuadro de un paisaje nevado que debía corresponder a alguna estampa de Yukio conformaban el mobiliario. Tres futones los aguardaban dispuestos en el fondo de la habitación, juntos pero lo suficientemente separados entre sí para dejarles cierto espacio personal. Kōri no tardó en dejar su mochila de viaje a los pies del futón que quedaban en medio de los otros dos. A mano derecha, una puerta se abría a un pequeño y discreto cuarto de baño con un retrete, un lavabo con un espejo encima y una ducha.
—Ah... Espero que haya agua caliente —suspiró Ayame.
—Cuando estéis listos podemos bajar a cenar —dijo Kōri.