10/05/2017, 23:38
Ninguno de los integrantes del equipo se mostró especialmente hablador o receptivo con la dueña —su actitud tampoco ayudaba, probablemente—, de modo que la mujer simplemente les invitó a pasar.
La tienda por dentro era más espaciosa de lo que aparentaba desde fuera. Nada más entrar había un pequeño recibidor, donde los clientes podían hacer cola, y al final un mostrador con una vieja caja registradora. A los lados del local había en total cuatro hileras de estanterías —dos a cada lado—, que junto con otra estantería más ubicada tras el mostrador, exhibían los productos del negocio. Fruta y verdura, productos envasados, lácteos y demás alimentos... O, al menos, eso supuso Akame.
La realidad era que el local estaba patas arriba. No quedaba estantería alguna de la que no se hubieran volcado algunos productos, incluso una de ellas había sido derribada y ahora reposaba sobre la de al lado en un peligroso y frágil equilibrio. El suelo estaba manchado de una mezcla de caldo de sopa, leche y jugo de frutas. Había envases rotos, destrozados, por el suelo y su contenido esparcido por doquier.
—¡Ya lo véis, mozos! ¡Un desastre, un maldito desastre! —se quejó la dueña—. Todo esto ha ocurrido esta noche, ¡y eso que dejé al inútil de mi marido vigilando!
Akame se adentró en la tienda, arrugando la nariz ante la peste que inundaba el ambiente. Trató en vano de identificar de qué provenía, pero era una mezcla entre olor a especias de sopa, fruta pasada y algo muy fuerte y amargo que no supo clasificar. Vio también que una bolsa de harina se había roto junto al mostrador y todo el suelo allí estaba lleno de polvos blancos.
—¡He pagado mucho dinero al Remolino, así que más os vale encontrarme a ese ratero de poca monta! —sentenció la señora Tofu antes de marcharse calle arriba, profiriendo maldiciones.
El Uchiha se giró, mirando a sus compañeros con unos ojos que querían decir "en menudo marrón nos han metido".
—¿Alguna idea?
La tienda por dentro era más espaciosa de lo que aparentaba desde fuera. Nada más entrar había un pequeño recibidor, donde los clientes podían hacer cola, y al final un mostrador con una vieja caja registradora. A los lados del local había en total cuatro hileras de estanterías —dos a cada lado—, que junto con otra estantería más ubicada tras el mostrador, exhibían los productos del negocio. Fruta y verdura, productos envasados, lácteos y demás alimentos... O, al menos, eso supuso Akame.
La realidad era que el local estaba patas arriba. No quedaba estantería alguna de la que no se hubieran volcado algunos productos, incluso una de ellas había sido derribada y ahora reposaba sobre la de al lado en un peligroso y frágil equilibrio. El suelo estaba manchado de una mezcla de caldo de sopa, leche y jugo de frutas. Había envases rotos, destrozados, por el suelo y su contenido esparcido por doquier.
—¡Ya lo véis, mozos! ¡Un desastre, un maldito desastre! —se quejó la dueña—. Todo esto ha ocurrido esta noche, ¡y eso que dejé al inútil de mi marido vigilando!
Akame se adentró en la tienda, arrugando la nariz ante la peste que inundaba el ambiente. Trató en vano de identificar de qué provenía, pero era una mezcla entre olor a especias de sopa, fruta pasada y algo muy fuerte y amargo que no supo clasificar. Vio también que una bolsa de harina se había roto junto al mostrador y todo el suelo allí estaba lleno de polvos blancos.
—¡He pagado mucho dinero al Remolino, así que más os vale encontrarme a ese ratero de poca monta! —sentenció la señora Tofu antes de marcharse calle arriba, profiriendo maldiciones.
El Uchiha se giró, mirando a sus compañeros con unos ojos que querían decir "en menudo marrón nos han metido".
—¿Alguna idea?