11/05/2017, 07:51
—¡Ah, el clan Hōzuki! —la muchacha se llevó la mano a la nunca con curioso desinterés, intentando restarle importancia a una pregunta que en un principio fue formulada con latente curiosidad—. Sí, claro que lo conozco. Lo que no conocía era su símbolo...
Kaido torció el gesto, sabiéndose confuso ante las reacciones de su compañera. Pero es que aún no era lo suficientemente sagaz como para verse capaz de discernir que, desde luego, había algo raro en sus palabras. Tan sólo creyó que, era lo mismo de siempre; que probablemente bajaba la mirada por su apariencia.
—Quizás deberíamos volver a la posada. Acabo de acordarme que tengo un cordero a la naranja esperándome.
—Bien, vamos. Y si empiezo a decir algo que no deba, ya sabes... dímelo antes de salir corriendo —dijo, ahora con cierta gracia, y menos sarcasmo. Aunque no mentía, si empezaba a poner la torta de nuevo, alguien tendría que decírselo.
Ya saben, filtro averiado.
El aroma que desprendía aquel platillo era cuanto menos exquisito, al igual que su presentación. Un inmenso plato blanco de cerámica con dos piezas de cordero, bañadas en una ligera capa de salsa de naranja. Acompañado con una porción de arroz, y vegetales al vapor. Era comida hogareña. De las que suele preparar una madre. Pero, claro, aquello era imposible de constatar. Ninguno de ellos dos había tenido una madre en casa, que le hiciera el típico platillo favorito para cuando uno llegase a casa.
Kaido fue el primero que lo probó. Y por más extraño que pareciese, el escualo usó los cubiertos, para variar. Cortó un buen pedazo, y dejó que sus dientes hicieran el trabajo. Un trabajo sólido, gracias a su filosa mandíbula.
—Joder, pero que bueno que está. Pruébalo, pruébalo —le señaló a Ayame con el cuchillo, y continuó con su discurso apreciativo—. nunca había comido cordero. Cerdo sí, pero cordero no.
Pero aquella trivia curiosa que arrojó no era ni de cerca un buen tema de conversación. Por el contrario, decidió embarcarse en la interrogante que se hacían siempre entre recién graduados después de no verse un buen tiempo las caras.
—Y bueno, dime algo. ¿Cómo te trata la vida de genin? ¿ya has hecho alguna misión? —indagó—. porque yo sí, y ha sido una puta mierda. Esas mierdecillas de misiones rango D son la cosa más inútil que puede haber en la vida. Lo único bueno que rescato es que me ha tocado un sensei cojonudo. El tipo está lleno de tatuajes y parece que usa alguna clase de ninjutsu que le permite darles vida a esas figuras desde su cuerpo. Mola un huevo y medio.
Finalmente, dio otro bocado.
Kaido torció el gesto, sabiéndose confuso ante las reacciones de su compañera. Pero es que aún no era lo suficientemente sagaz como para verse capaz de discernir que, desde luego, había algo raro en sus palabras. Tan sólo creyó que, era lo mismo de siempre; que probablemente bajaba la mirada por su apariencia.
—Quizás deberíamos volver a la posada. Acabo de acordarme que tengo un cordero a la naranja esperándome.
—Bien, vamos. Y si empiezo a decir algo que no deba, ya sabes... dímelo antes de salir corriendo —dijo, ahora con cierta gracia, y menos sarcasmo. Aunque no mentía, si empezaba a poner la torta de nuevo, alguien tendría que decírselo.
Ya saben, filtro averiado.
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El aroma que desprendía aquel platillo era cuanto menos exquisito, al igual que su presentación. Un inmenso plato blanco de cerámica con dos piezas de cordero, bañadas en una ligera capa de salsa de naranja. Acompañado con una porción de arroz, y vegetales al vapor. Era comida hogareña. De las que suele preparar una madre. Pero, claro, aquello era imposible de constatar. Ninguno de ellos dos había tenido una madre en casa, que le hiciera el típico platillo favorito para cuando uno llegase a casa.
Kaido fue el primero que lo probó. Y por más extraño que pareciese, el escualo usó los cubiertos, para variar. Cortó un buen pedazo, y dejó que sus dientes hicieran el trabajo. Un trabajo sólido, gracias a su filosa mandíbula.
—Joder, pero que bueno que está. Pruébalo, pruébalo —le señaló a Ayame con el cuchillo, y continuó con su discurso apreciativo—. nunca había comido cordero. Cerdo sí, pero cordero no.
Pero aquella trivia curiosa que arrojó no era ni de cerca un buen tema de conversación. Por el contrario, decidió embarcarse en la interrogante que se hacían siempre entre recién graduados después de no verse un buen tiempo las caras.
—Y bueno, dime algo. ¿Cómo te trata la vida de genin? ¿ya has hecho alguna misión? —indagó—. porque yo sí, y ha sido una puta mierda. Esas mierdecillas de misiones rango D son la cosa más inútil que puede haber en la vida. Lo único bueno que rescato es que me ha tocado un sensei cojonudo. El tipo está lleno de tatuajes y parece que usa alguna clase de ninjutsu que le permite darles vida a esas figuras desde su cuerpo. Mola un huevo y medio.
Finalmente, dio otro bocado.