11/05/2017, 17:02
Datsue se aproximó al mostrador, examinando con cuidado los restos de harina que había esparcidos por el suelo. En efecto, halló lo que parecían ser huellas impresas en el polvo blanco, pero o bien eran muy pequeñas —como las del pie de un recién nacido— o bien sólo representaban parcialmente el pie de un hombre adulto.
Akame, asintiendo con conformidad ante la proactividad que estaban mostrando sus compañeros de misión —cosa que le agradaba de sobremanera—, se dedicó a revisar las estanterías. Empezó por la que estaba derribada sobre otra, y sin querer tocarla —por si se caía—, echó un vistazo a los productos. Luego examinó otra, y luego otra, así hasta que hubo cubierto las cuatro. Mientras se movía por la tienda, trataba de esquivar las manchas de caldo de sopa o leche que había por el suelo, los paquetes de carne enlatada esparcidos en una esquina, el tarro de sal hecho mil pedazos y su contenido derramado por doquier...
—Menudo desastre. ¿Qué clase de ladrón sería tan torpe como para montar este estropicio? —pensó en voz alta—. Si es que su intención era realmente robar. Dudo que nadie haya podido hacer un inventario rigurosos sobre qué falta, teniendo en cuenta que todo está esparcido por el suelo...
Y es que aquella cuestión llevaba picándole desde que entrasen en la tienda y vieran su deplorable estado. ¿Y si la señora Tofu sólo estaba inventándose todo aquel lío del ladrón para encubrir algo más? O, quizás, las intenciones de quien quiera que hubiese entrado allí no eran llevarse algo, sino destrozar la tienda... «No, en ese caso se hubiera empleado más a fondo».
Noemi, por su parte, decidió salir en busca del marido de la dueña. Salió a la transitada calle, y pese a que no encontró rastro de Tofu Rin, la tienda estaba rodeada de otros comercios y viviendas. Probablemente alguien conocería al matrimonio, o incluso sería capaz de indicarle dónde encontrarles.
Los sitios más propicios parecían; primero, una tienda de ropa que estaba justo en frente, al otro lado de la calle. Parecía un edificio modesto —como casi todos en aquel barrio de Yamiria—, con un letrero simple que anunciaba en letras bordadas con hilo rosa el nombre del establecimiento.
A izquierda y derecha de la tienda de la señora Tofu había dos casas que parecían viviendas particulares. Y, subiendo un poco la calle, otro comercio que parecía vender también frutas, envasados y demás productos alimenticios. Por las dimensiones y el aspecto que ofrecía desde fuera, podría decirse que era un negocio parecido al de la señora Tofu.
Akame, asintiendo con conformidad ante la proactividad que estaban mostrando sus compañeros de misión —cosa que le agradaba de sobremanera—, se dedicó a revisar las estanterías. Empezó por la que estaba derribada sobre otra, y sin querer tocarla —por si se caía—, echó un vistazo a los productos. Luego examinó otra, y luego otra, así hasta que hubo cubierto las cuatro. Mientras se movía por la tienda, trataba de esquivar las manchas de caldo de sopa o leche que había por el suelo, los paquetes de carne enlatada esparcidos en una esquina, el tarro de sal hecho mil pedazos y su contenido derramado por doquier...
—Menudo desastre. ¿Qué clase de ladrón sería tan torpe como para montar este estropicio? —pensó en voz alta—. Si es que su intención era realmente robar. Dudo que nadie haya podido hacer un inventario rigurosos sobre qué falta, teniendo en cuenta que todo está esparcido por el suelo...
Y es que aquella cuestión llevaba picándole desde que entrasen en la tienda y vieran su deplorable estado. ¿Y si la señora Tofu sólo estaba inventándose todo aquel lío del ladrón para encubrir algo más? O, quizás, las intenciones de quien quiera que hubiese entrado allí no eran llevarse algo, sino destrozar la tienda... «No, en ese caso se hubiera empleado más a fondo».
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Noemi, por su parte, decidió salir en busca del marido de la dueña. Salió a la transitada calle, y pese a que no encontró rastro de Tofu Rin, la tienda estaba rodeada de otros comercios y viviendas. Probablemente alguien conocería al matrimonio, o incluso sería capaz de indicarle dónde encontrarles.
Los sitios más propicios parecían; primero, una tienda de ropa que estaba justo en frente, al otro lado de la calle. Parecía un edificio modesto —como casi todos en aquel barrio de Yamiria—, con un letrero simple que anunciaba en letras bordadas con hilo rosa el nombre del establecimiento.
A izquierda y derecha de la tienda de la señora Tofu había dos casas que parecían viviendas particulares. Y, subiendo un poco la calle, otro comercio que parecía vender también frutas, envasados y demás productos alimenticios. Por las dimensiones y el aspecto que ofrecía desde fuera, podría decirse que era un negocio parecido al de la señora Tofu.