11/05/2017, 20:13
Viendo la buena reacción de quienes deseaban seguir escuchando sus palabras, el anciano decidió proseguir con su relato:
—Cruzamos el mar, en dirección al sol saliente, y durante meses navegamos por aguas misteriosas. Nuestro destino se encontraba cerca, y la cada vez menor temperatura nos confirmaba el rumbo.
»El viaje culmino cuando llegamos a la helada tierra prometida, un sitio cubierto de blanco. Las llanuras y las montañas yacían congeladas y ocultas bajo impenetrables capas de nieve. Si, lucia hostil y amenazadora, pero en su extensión no había macula alguna de la demencia de la cual huíamos. A su manera, aquella tierra era el pacifico hogar que tanto estábamos buscando.
El trineo se sacudió con violencia y la llama de la lámpara casi muere al ser acuchillada por el aire frio de la ventisca. Sin embargo, el sujeto no mello en su tono o ritmo, continuo con su relato con aun más fuerza y atmosfera.
—No tardamos mucho en establecernos y volvernos parte de la región. En aquel entonces la vida lucia prometedora: Encontramos un buen emplazamiento para nuestra aldea, teníamos un mar rico en criaturas necesarias para nuestra existencia y debajo del hielo encontramos las riquezas minerales de la tierra. Y lo más idílico era que no había rastro alguno de la guerra que nos había desplazado. Pero en nuestra arrogancia nos permitimos creernos dueños de una tierra en donde éramos unos intrusos recién llegados. Nuestra soberbia nos hizo olvidar las advertencias de aquel sabio que nos conto sobre aquel sitio.
»Nuestra presencia no paso inadvertida para los otros, seres tan antiguos como los mas prístinos glaseares. Había una razón por la que la vida humana no se había establecido por aquellas tierras, y era porque se nos consideraba una plaga… Y nadie se quedaría impasible mientras una peste se escabullía en su hogar.
Una ráfaga de aire helado se coló por una hendidura y apago la lámpara que mantenía medianamente iluminado el interior del vehículo. Todo se sacudió y el sujeto callo de su asiento. Pese a esto, busco como reacomodarse para continuar con su relato, aunque el frio y la oscuridad tratasen de impedírselo.
—Cruzamos el mar, en dirección al sol saliente, y durante meses navegamos por aguas misteriosas. Nuestro destino se encontraba cerca, y la cada vez menor temperatura nos confirmaba el rumbo.
»El viaje culmino cuando llegamos a la helada tierra prometida, un sitio cubierto de blanco. Las llanuras y las montañas yacían congeladas y ocultas bajo impenetrables capas de nieve. Si, lucia hostil y amenazadora, pero en su extensión no había macula alguna de la demencia de la cual huíamos. A su manera, aquella tierra era el pacifico hogar que tanto estábamos buscando.
El trineo se sacudió con violencia y la llama de la lámpara casi muere al ser acuchillada por el aire frio de la ventisca. Sin embargo, el sujeto no mello en su tono o ritmo, continuo con su relato con aun más fuerza y atmosfera.
—No tardamos mucho en establecernos y volvernos parte de la región. En aquel entonces la vida lucia prometedora: Encontramos un buen emplazamiento para nuestra aldea, teníamos un mar rico en criaturas necesarias para nuestra existencia y debajo del hielo encontramos las riquezas minerales de la tierra. Y lo más idílico era que no había rastro alguno de la guerra que nos había desplazado. Pero en nuestra arrogancia nos permitimos creernos dueños de una tierra en donde éramos unos intrusos recién llegados. Nuestra soberbia nos hizo olvidar las advertencias de aquel sabio que nos conto sobre aquel sitio.
»Nuestra presencia no paso inadvertida para los otros, seres tan antiguos como los mas prístinos glaseares. Había una razón por la que la vida humana no se había establecido por aquellas tierras, y era porque se nos consideraba una plaga… Y nadie se quedaría impasible mientras una peste se escabullía en su hogar.
Una ráfaga de aire helado se coló por una hendidura y apago la lámpara que mantenía medianamente iluminado el interior del vehículo. Todo se sacudió y el sujeto callo de su asiento. Pese a esto, busco como reacomodarse para continuar con su relato, aunque el frio y la oscuridad tratasen de impedírselo.