12/05/2017, 20:29
(Última modificación: 12/05/2017, 20:29 por Uzumaki Eri.)
Esta vez solo se abrió el pequeño buzón que había en la puerta, y unos pequeños ojos se asomaron entrecerrados por ellos.
— Yo no hablo con shinobis. — Se escuchó la voz del niño. — Papá está detrás, como siempre, con sus queridos cultivos, ¡dejadme en paz! — Cerró el buzón y se internó de nuevo en la casa, dejando tanto a Karamaru como a Eri con la palabra en la boca.
Eri torció el gesto, un poco apenada por la situación del chico, además; parecía que le estaban forzando cuando solo querían ayudar un poco... Suspiró y se desordenó el pelo, sonriendo de forma nerviosa.
— Bueno... Creo que lo mejor entonces sería rodear la casa y visitar los cultivos. — La kunoichi comenzó a andar hacia su derecha para dar la vuelta al lugar, con suerte los cultivos no serían tan grandes y encontrarían a Yamamoto en un abrir y cerrar de ojos.
«¿Pensará igual que el pequeño? Puede que nos eche también...»
Los cultivos parecían el triple de grandes que la casa donde residía aquel hombre, rodeados por un vallado de madera oscura pintada de verde, una pintura desgastada, cabe destacar. La mitad de los cultivos parecían estropeados por miles de razones: algunos brotes estaban pisoteados y otros arrancados de tal forma que no podían conseguir el nutriente para seguir viviendo, otros simplemente los habían arrancado y tirado a otras partes. A lo lejos se podía ver a un hombre alto, fornido, de cabello rapado y una pequeña barba asomando por su piel.
— Mira, Karamaru-san, puede ser aquel hombre. — Alegó la joven señalando de forma discreta hacia el lugar donde se encontraba, sentado en la esquina más alejada con una bolsa entre sus manos. — ¿Nos acercamos?
— Yo no hablo con shinobis. — Se escuchó la voz del niño. — Papá está detrás, como siempre, con sus queridos cultivos, ¡dejadme en paz! — Cerró el buzón y se internó de nuevo en la casa, dejando tanto a Karamaru como a Eri con la palabra en la boca.
Eri torció el gesto, un poco apenada por la situación del chico, además; parecía que le estaban forzando cuando solo querían ayudar un poco... Suspiró y se desordenó el pelo, sonriendo de forma nerviosa.
— Bueno... Creo que lo mejor entonces sería rodear la casa y visitar los cultivos. — La kunoichi comenzó a andar hacia su derecha para dar la vuelta al lugar, con suerte los cultivos no serían tan grandes y encontrarían a Yamamoto en un abrir y cerrar de ojos.
«¿Pensará igual que el pequeño? Puede que nos eche también...»
Los cultivos parecían el triple de grandes que la casa donde residía aquel hombre, rodeados por un vallado de madera oscura pintada de verde, una pintura desgastada, cabe destacar. La mitad de los cultivos parecían estropeados por miles de razones: algunos brotes estaban pisoteados y otros arrancados de tal forma que no podían conseguir el nutriente para seguir viviendo, otros simplemente los habían arrancado y tirado a otras partes. A lo lejos se podía ver a un hombre alto, fornido, de cabello rapado y una pequeña barba asomando por su piel.
— Mira, Karamaru-san, puede ser aquel hombre. — Alegó la joven señalando de forma discreta hacia el lugar donde se encontraba, sentado en la esquina más alejada con una bolsa entre sus manos. — ¿Nos acercamos?