15/05/2017, 17:07
—¿Pelos? —cuestionó Akame, arqueando una ceja.
«¿Así que nada reseñable, eh?»; el Uchiha frunció los labios. Apenas habían empezado la misión y su compañero ya se había olvidado de comentarle un detalle que, quizás, fuese importante. Resignado, Akame dejó por el momento sus pesquisas en la persiana metálica y se acercó al mostrador, buscando la trampilla, mientras Datsue daba un rodeo por el exterior de la tienda.
En efecto, allí había pelos. «Son demasiado cortos y duros para pertenecer a una persona» concluyó Akame mientras sostenía varios de los pelos entre sus dedos, frotándolos para comprobar su áspera textura.
Datsue, mientras tanto, revisó la trampilla de deshechos pero por fuera. El olor del contenedor de basura sobre el que estaba situado era de todo menos agradable, y el gennin tuvo que contener varias arcadas hasta poder encaramarse lo suficiente como para examinar la ventanilla de cerca. Hacer de tripas corazón tuvo su recompensa, pues Datsue halló en la parte de fuera de aquella trampilla los mismos pelos que por la parte de dentro.
Un rápido vistazo a los tornillos sugirió que no habían sido desenroscados en mucho tiempo, pues la suciedad y mugre que se acumulaba en el fino espacio entre los mismos y el armazón metálico no dejaba lugar a dudas. Tampoco consiguió distinguir nada especialmente interesante entre los deshechos que se acumulaban dentro del contenedor, y además tuvo ganas de vomitar otra vez.
Sin embargo, al agacharse junto al contenedor y analizar los alrededores, encontró lo siguiente. Primero, unas huellas un tanto parecidas a las que había visto en la harina esparcida por el suelo de la tienda —junto al mostrador—; pequeñas y poco parecidas a las de un zapato. Y luego, algo más alejadas, unas huellas de pies descalzos que, por su tamaño, podrían corresponder a un niño.
El sastre esbozó una sonrisa divertida cuando Noemi le contestó que debía ser poco más de mediodía. Chasqueando la lengua y negando con la cabeza, el anciano respondió.
—Ay, chiquilla, si eso es cierto —comenzó, dándose otra vez un golpecito en la sien con su lápiz—el bueno de Hiroshi debe estar ya en Casa Michio, con una moña como un piano en lo alto...
»Si quieres encontrarle, el sitio está un poco más abajo, en esta misma calle. Frente a su casa... Aunque no sé si podrá articular dos palabras seguidas a estas horas.
«¿Así que nada reseñable, eh?»; el Uchiha frunció los labios. Apenas habían empezado la misión y su compañero ya se había olvidado de comentarle un detalle que, quizás, fuese importante. Resignado, Akame dejó por el momento sus pesquisas en la persiana metálica y se acercó al mostrador, buscando la trampilla, mientras Datsue daba un rodeo por el exterior de la tienda.
En efecto, allí había pelos. «Son demasiado cortos y duros para pertenecer a una persona» concluyó Akame mientras sostenía varios de los pelos entre sus dedos, frotándolos para comprobar su áspera textura.
Datsue, mientras tanto, revisó la trampilla de deshechos pero por fuera. El olor del contenedor de basura sobre el que estaba situado era de todo menos agradable, y el gennin tuvo que contener varias arcadas hasta poder encaramarse lo suficiente como para examinar la ventanilla de cerca. Hacer de tripas corazón tuvo su recompensa, pues Datsue halló en la parte de fuera de aquella trampilla los mismos pelos que por la parte de dentro.
Un rápido vistazo a los tornillos sugirió que no habían sido desenroscados en mucho tiempo, pues la suciedad y mugre que se acumulaba en el fino espacio entre los mismos y el armazón metálico no dejaba lugar a dudas. Tampoco consiguió distinguir nada especialmente interesante entre los deshechos que se acumulaban dentro del contenedor, y además tuvo ganas de vomitar otra vez.
Sin embargo, al agacharse junto al contenedor y analizar los alrededores, encontró lo siguiente. Primero, unas huellas un tanto parecidas a las que había visto en la harina esparcida por el suelo de la tienda —junto al mostrador—; pequeñas y poco parecidas a las de un zapato. Y luego, algo más alejadas, unas huellas de pies descalzos que, por su tamaño, podrían corresponder a un niño.
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El sastre esbozó una sonrisa divertida cuando Noemi le contestó que debía ser poco más de mediodía. Chasqueando la lengua y negando con la cabeza, el anciano respondió.
—Ay, chiquilla, si eso es cierto —comenzó, dándose otra vez un golpecito en la sien con su lápiz—el bueno de Hiroshi debe estar ya en Casa Michio, con una moña como un piano en lo alto...
»Si quieres encontrarle, el sitio está un poco más abajo, en esta misma calle. Frente a su casa... Aunque no sé si podrá articular dos palabras seguidas a estas horas.