16/05/2017, 00:20
(Última modificación: 29/07/2017, 02:15 por Amedama Daruu.)
—¿Crees que habrá agua caliente en un lugar tan frío como este? Yo me contentaría con que estuviese templada o no muy fría, la verdad —respondió Daruu, encogiéndose de hombros, y Ayame torció el gesto en un mohín.
—Precisamente, como este lugar es TAN frío, esperaba que tuviesen medidas para contrarrestarlo.
—Aunque la calefacción es buena. Menudo cambio con fuera. —Daruu se dirigió detrás de los futones, donde había tres discretas ventanas tapadas por cortinillas verdes opacas. Retiró una de ellas y limpió el vaho del cristal con la mano, observando el exterior con curiosidad—. Y los cristales son súper aislantes. No se cuela nada de frío.
—Eso es verdad. Qué alivio —dijo Ayame, con un ligero estremecimiento. La ducha no sabía cómo estaría de temperatura, pero al menos podían contar con la seguridad de que esa noche no pasarían frío.
Menos mal que no habían tenido que acampar a la intemperie...
—Cuando estéis listos podemos bajar a cenar —dijo Kōri.
—Aún quedan veinte minutos. Por mucho que me duela, y créeme, Kōri-sensei, me duele —respondió Daruu, inclinándose levemente y llevándose la mano al corazón en un gesto de lo más melodramático—, es mejor si no presionamos al cocinero. Tenía pinta de saber lo que hace, y puedo esperar un poco si voy a probar una delicatessen.
Daruu se sentó sobre su futón, y Ayame hizo lo mismo sobre la cama que le habían dejado, a la izquierda de su hermano. Cruzada de piernas y sujetándose los tobillos con las manos, dejó que Daruu siguiera hablando:
—Siempre me ha gustado Yukio. No especialmente por la nieve, sino... por la arquitectura. Las casitas pequeñas, las farolas, los puentes. Coladragón también es parecido. A veces, vivir en una gran ciudad como Amegakure, o aún peor, Shinogi-to, puede ser agobiante. A mí que me gusta la tranquilidad...
—Yo... nunca había visto la nieve. No tanta, quiero decir —confesó, después de que Kōri le dirigiera una breve mirada—. En Amegakure faltan árboles, falta naturaleza... Entre tanto rascacielos, asfalto y luces de neón siento que me asfixio, la verdad.
Ayame se dejó caer sobre su futón, cansada del traqueteo del carromato, y los minutos fueron pasando de forma inexorable. Después de lo que casi se le antojó una eternidad, su hermano se levantó de su sitio y se dirigió a la puerta.
—Deberíamos ir bajando. Ya son más de las diez y media —informó.
—¡Sí! Tengo hambre... —Ayame se reincorporó de un salto y se dirigió con Daruu a la puerta de la habitación.
Los tres bajaron la escalinata y tras girar a la izquierda entraron en el comedor. Varias mesas con cuatro sillas cada una llenaban el lugar. Tomaron asiento alrededor de la primera mesa que vieron.
—Precisamente, como este lugar es TAN frío, esperaba que tuviesen medidas para contrarrestarlo.
—Aunque la calefacción es buena. Menudo cambio con fuera. —Daruu se dirigió detrás de los futones, donde había tres discretas ventanas tapadas por cortinillas verdes opacas. Retiró una de ellas y limpió el vaho del cristal con la mano, observando el exterior con curiosidad—. Y los cristales son súper aislantes. No se cuela nada de frío.
—Eso es verdad. Qué alivio —dijo Ayame, con un ligero estremecimiento. La ducha no sabía cómo estaría de temperatura, pero al menos podían contar con la seguridad de que esa noche no pasarían frío.
Menos mal que no habían tenido que acampar a la intemperie...
—Cuando estéis listos podemos bajar a cenar —dijo Kōri.
—Aún quedan veinte minutos. Por mucho que me duela, y créeme, Kōri-sensei, me duele —respondió Daruu, inclinándose levemente y llevándose la mano al corazón en un gesto de lo más melodramático—, es mejor si no presionamos al cocinero. Tenía pinta de saber lo que hace, y puedo esperar un poco si voy a probar una delicatessen.
Daruu se sentó sobre su futón, y Ayame hizo lo mismo sobre la cama que le habían dejado, a la izquierda de su hermano. Cruzada de piernas y sujetándose los tobillos con las manos, dejó que Daruu siguiera hablando:
—Siempre me ha gustado Yukio. No especialmente por la nieve, sino... por la arquitectura. Las casitas pequeñas, las farolas, los puentes. Coladragón también es parecido. A veces, vivir en una gran ciudad como Amegakure, o aún peor, Shinogi-to, puede ser agobiante. A mí que me gusta la tranquilidad...
—Yo... nunca había visto la nieve. No tanta, quiero decir —confesó, después de que Kōri le dirigiera una breve mirada—. En Amegakure faltan árboles, falta naturaleza... Entre tanto rascacielos, asfalto y luces de neón siento que me asfixio, la verdad.
Ayame se dejó caer sobre su futón, cansada del traqueteo del carromato, y los minutos fueron pasando de forma inexorable. Después de lo que casi se le antojó una eternidad, su hermano se levantó de su sitio y se dirigió a la puerta.
—Deberíamos ir bajando. Ya son más de las diez y media —informó.
—¡Sí! Tengo hambre... —Ayame se reincorporó de un salto y se dirigió con Daruu a la puerta de la habitación.
Los tres bajaron la escalinata y tras girar a la izquierda entraron en el comedor. Varias mesas con cuatro sillas cada una llenaban el lugar. Tomaron asiento alrededor de la primera mesa que vieron.