16/05/2017, 19:53
(Última modificación: 16/05/2017, 19:54 por Aotsuki Ayame.)
Un par de toques resonaron en los portones, que no tardaron en abrirse con cierta lentitud y un ligero crujido. Ritsuko se vio a sí misma en una habitación amplia y, para ser de alguien de la posición de Kenzou, humildemente decorada. Varias estanterías repletas de libros de diferente índole forraban las paredes, y entre los espacios que quedaban alguna que otra maceta con plantas exuberantes y exóticas. En el centro del salón, un escritorio de la mejor madera de Kusagakure estaba acompañado por dos sillas y un sillón que en aquellos momentos estaba vacío. Moyashi Kenzou estaba de pie frente al ventanal que estaba tras el escritorio, con las manos cruzadas tras la espalda. Pero al escuchar la voz de la kunoichi se volvió inmediatamente hacia ella con una amable sonrisa curvando sus labios. Se trataba de un hombre de avanzada edad, pero cuyo cuerpo parecía conservar con plenitud su poderosa figura. Esbelto, de músculos marcados y fibrosos, nadie diría que aquel hombre tenía la edad que las arrugas de su rostro delataba. Su piel estaba ligeramente bronceada, y su rostro enmarcado por una cabellera corta y cana por el paso del tiempo.
—Oh, Ritsuko-chan, hacía mucho que no sabía de ti. Pasa, pasa. Toma asiento —la invitó a entrar con un gesto de su mano, señalando las dos sillas que se encontraban frente a la mesa. Él mismo tomó asiento en su propio sillón—. Menudo calor está haciendo hoy, ¿eh? Bien, ¿qué puedo hacer por ti?