16/05/2017, 22:31
(Última modificación: 29/07/2017, 02:13 por Amedama Daruu.)
—Yo... nunca había visto la nieve. No tanta, quiero decir —confesó, después de que Kōri le dirigiera una breve mirada—. En Amegakure faltan árboles, falta naturaleza... Entre tanto rascacielos, asfalto y luces de neón siento que me asfixio, la verdad.
Daruu se echó hacia atrás, brazos flexionados detrás de la cabeza. Suspiró.
—Ya, a mí también me pasa —contestó—. Mi madre tiene una cabaña en Yachi, ¿sabes? A veces me voy para allá unos días, entreno en silencio... Está bien. Pero cuando pasas un tiempo te aburres enseguida. Supongo que hay que elegir entre unas u otras desventajas.
Cerró los ojos y dejó que un pequeño alivio se apropiase de su espalda, por una vez. Le palpitaba, la espalda y el trasero también, de tanto traqueteo. Gimoteó un poco y se colocó todo lo a gusto que pudo...
...pero cuando vio que faltaban dos minutos para las diez, la hora a la que ya les podían servir la cena, al ver que nadie se movía del sitio, Daruu ya se había plantado en la puerta, y daba pequeños golpecitos con la planta del pie en el suelo con impaciencia.
—Vamos, vamos, que se va a enfriar. —Por supuesto que esto era materialmente imposible, pero él a la suya—. Bueno, yo voy bajando —dijo, sin esperar a recibir una respuesta por parte de su compañera y su sensei, y abrió la puerta, desapareciendo en cuestión de un segundo.
Bajó las escaleras, ágil pero consciente de no armar un escándalo, y se sentó en la primera mesa que había disponible, osea, la primera que había nada más bajar. Al final sí que había venido más gente: un grupo de hombres encapuchados de aspecto misterioso, cada uno de los tres con la túnica de un color distinto: rojo, verde, azul; y una señora mayor vestida de rosa y con gafas de media luna, que había sentado a un precioso y regordete gato persa de color marrón anaranjado en la silla que quedaba a su izquierda.
Daruu y el gato se miraron fijamente. El gato abrió los ojos verdes y le observó con curiosidad. El Hyuuga se deleitó con aquellas pupilas rasgadas durante el tiempo suficiente para no darse cuenta de que Ayame y Kori ya se habían sentado. Dio un respingo.
—¡Ay, qué susto!
Dirigió la mirada de nuevo al minino. La abuelita lo estaba acariciando, y el gato no hacía ningún tipo de asco, pero tenía una cara de mala hostia que era para retratarla.
—Ay, mi chiquitín... —dijo—. Ya sé que te gusta la lasaña de Buitonin-san, pero hoy hay pizza...
Daruu se levantó corriendo y dio un golpe en la mesa con ambas manos, con los ojos muy abiertos. Avergonzado, volvió a sentarse y se tapó la cara con las manos, apoyando los codos en la mesa.
—Lo siento, lo siento mucho, no sé qué me ha pasado...
«¡¡Buitonin!! ¡¡BUITONIN!! ¡¡ES EL FAMOSO CHEF DE PIZZAS BUITONIN-SAMA-DONO!! ¡Dicen que introdujo la pizza en el País de la Tormenta! ¿Pero cómo? ¿¡Qué hace aquí!? ¿Por qué regenta una posada tan al norte?»
Un chico joven, pelirrojo y escuálido que no habían visto antes se acercó a la mesa y depositó una bandeja con una pizza carbonara de tamaño gigantesco que hizo que algo dentro de Daruu despertase con el hambre de un dios antiguo y poderoso, ansioso por un sacrificio. Y ese sacrificio era redondo y con mucho queso.
—Queh aprovecheh —dijo, con una voz que parecía sacada de un peluche en una juguetería—. Zih quierehn máh, zolo tieneh queh pedihlah.
Se alejó, patizambo.
«Bendito Amenokami, gracias por darme la oportunidad de probar este manjar»
Daruu se echó hacia atrás, brazos flexionados detrás de la cabeza. Suspiró.
—Ya, a mí también me pasa —contestó—. Mi madre tiene una cabaña en Yachi, ¿sabes? A veces me voy para allá unos días, entreno en silencio... Está bien. Pero cuando pasas un tiempo te aburres enseguida. Supongo que hay que elegir entre unas u otras desventajas.
Cerró los ojos y dejó que un pequeño alivio se apropiase de su espalda, por una vez. Le palpitaba, la espalda y el trasero también, de tanto traqueteo. Gimoteó un poco y se colocó todo lo a gusto que pudo...
...pero cuando vio que faltaban dos minutos para las diez, la hora a la que ya les podían servir la cena, al ver que nadie se movía del sitio, Daruu ya se había plantado en la puerta, y daba pequeños golpecitos con la planta del pie en el suelo con impaciencia.
—Vamos, vamos, que se va a enfriar. —Por supuesto que esto era materialmente imposible, pero él a la suya—. Bueno, yo voy bajando —dijo, sin esperar a recibir una respuesta por parte de su compañera y su sensei, y abrió la puerta, desapareciendo en cuestión de un segundo.
Bajó las escaleras, ágil pero consciente de no armar un escándalo, y se sentó en la primera mesa que había disponible, osea, la primera que había nada más bajar. Al final sí que había venido más gente: un grupo de hombres encapuchados de aspecto misterioso, cada uno de los tres con la túnica de un color distinto: rojo, verde, azul; y una señora mayor vestida de rosa y con gafas de media luna, que había sentado a un precioso y regordete gato persa de color marrón anaranjado en la silla que quedaba a su izquierda.
Daruu y el gato se miraron fijamente. El gato abrió los ojos verdes y le observó con curiosidad. El Hyuuga se deleitó con aquellas pupilas rasgadas durante el tiempo suficiente para no darse cuenta de que Ayame y Kori ya se habían sentado. Dio un respingo.
—¡Ay, qué susto!
Dirigió la mirada de nuevo al minino. La abuelita lo estaba acariciando, y el gato no hacía ningún tipo de asco, pero tenía una cara de mala hostia que era para retratarla.
—Ay, mi chiquitín... —dijo—. Ya sé que te gusta la lasaña de Buitonin-san, pero hoy hay pizza...
Daruu se levantó corriendo y dio un golpe en la mesa con ambas manos, con los ojos muy abiertos. Avergonzado, volvió a sentarse y se tapó la cara con las manos, apoyando los codos en la mesa.
—Lo siento, lo siento mucho, no sé qué me ha pasado...
«¡¡Buitonin!! ¡¡BUITONIN!! ¡¡ES EL FAMOSO CHEF DE PIZZAS BUITONIN-SAMA-DONO!! ¡Dicen que introdujo la pizza en el País de la Tormenta! ¿Pero cómo? ¿¡Qué hace aquí!? ¿Por qué regenta una posada tan al norte?»
Un chico joven, pelirrojo y escuálido que no habían visto antes se acercó a la mesa y depositó una bandeja con una pizza carbonara de tamaño gigantesco que hizo que algo dentro de Daruu despertase con el hambre de un dios antiguo y poderoso, ansioso por un sacrificio. Y ese sacrificio era redondo y con mucho queso.
—Queh aprovecheh —dijo, con una voz que parecía sacada de un peluche en una juguetería—. Zih quierehn máh, zolo tieneh queh pedihlah.
Se alejó, patizambo.
«Bendito Amenokami, gracias por darme la oportunidad de probar este manjar»
![[Imagen: K02XwLh.png]](https://i.imgur.com/K02XwLh.png)